Una sabia reflexión reza que el hogar es el sitio donde dejamos atado un extremo del hilo de la vida. Que podemos recorrer valles, desiertos y montañas en mil aventuras, y volver finalmente al nido. Que para desandar el camino, basta con enrollar la punta del filamento invisible que llevamos ligado al pie.
Siempre me han llamado la atención las escenas cinematográficas de soldados bañados en sangre que suplican por regresar a sus casas. En una oportunidad sostuve una cálida conversación con mi amigo Paco Navarrete, referente insigne de nuestra música popular. En su lecho de enfermedad terminal, al relatar uno de sus varios retornos del hospital, expresó: “¡Vieras qué alegría sentí al distinguir, desde la camilla en la ambulancia, los cables del tendido eléctrico y adivinar que ya estaba a dos cuadras de mi casa!”.
Se comprende, entonces, que un hogar es refugio e identidad. También lo es un estadio de fútbol. Como el Fello Meza, a punto de ser rematado por los acreedores del Cartaginés. En cuestión de 48 horas, aproximadamente, la Vieja Metrópoli podría perder para siempre el escenario histórico, un golpe que no merece sufrir la noble y leal afición azul. Por eso hay que impedir el remate del Fello Meza, como clama su junta directiva.
En semejante situación límite, no vale la pena ahora señalar a los culpables del drama económico que acarrea la institución. En todo caso, no son los actuales directivos. De modo que hay que respaldar a estos jóvenes que lidera Luis Fernando Vargas. No lo conozco personalmente, pero me da buena espina.
A quien sí conozco, desde que era un carajillo travieso y divertido, es a Rodolfo Freer Campos, también directivo del club. Sé de su bonhomía y de la sangre azul que corre por las venas de Rodolfo y de sus hermanos, Juan Carlos y Eugenia. En esa tesitura, hay que salvar la casa, a ver si los jóvenes dirigentes brumosos encuentran una solución definitiva.
Hace 44 años, el 6 de setiembre de 1973, canté una balada romántica en la televisión, acompañado al piano por Paco Navarrete. Desde entonces, evoco al maestro con gratitud. Pero esa es otra historia que, algún día, quisiera contar.