Cualquiera diría que murió joven. Tenía 55 años y un poco más. Pero su vida fue suficiente para quedar en el recuerdo de muchos.
El 16 de agosto pasado demolieron la Zapatería Panamá, un pequeño galerón colorido y poco ostentoso que se tornó en un signo de resistencia en medio de las nuevas y ostentosas torres de Paseo Colón.
Podía encontrarse 75 metros al norte de Torre Mercedes. Hoy en el lugar yacen sus restos, un poco de escombros mezclados con algunos zapatos.
Fue un pequeño gigante. En el último año y ocho meses, permaneció solo, expuesto en un lote de mil metros cuadrados del cual se habían ido derribando los demás locales comerciales.
Empero, eso no fue suficiente para que a pesar de estar agonizante se dejara caer. Su vitalidad no era la misma, sus colores estaban desteñidos y el viento cada vez le golpeaba más fuerte.
Durante su vida vio cómo tres generaciones se ganaron el sustento usándolo como refugio para elaborar calzado y construir sueños.
Fue protagonista de importantes sesiones de fotos y hasta documentales que se mostraron en el extranjero.
Un ejemplo de la admiración que generó fue el trabajo realizado por el argentino Marcos López –uno de los más reconocidos fotógrafos de América Latina– , quien registró por medio de sus fotos la Zapatería Panamá.
Se adueñó de la admiración de propios y extraños. Para muchos era un símbolo de perseverancia y ganas de mantenerse en medio de la adversidad.
Pero llegó su final, uno que se veía venir por la turbulencia en la que estuvo inmerso durante sus últimos meses de vida.
Carlos Aguilera, su arrendatario y guardián, no pudo hacer nada para evitar su deceso: hacía varios meses que él por problemas de salud tuvo que dejar de protegerlo, como lo hizo por más de un año.
Referencia
El pequeño lugar se convirtió en todo un punto de referencia para los amantes del cuero.
En sus mejores años de vida, grandes cantidades de botas decoraban su entrada.
Había de todos los colores y tamaños; las fajas que hacían juego enamoraban a todos aquellos en enero de cada año se sentirían vaqueros por un día en el famoso Tope de Palmares.
Otros señores que gustaban de productos resistentes y duraderos las compraban para usarlas a diario, era un gusto que se daban cada diciembre con el aguinaldo.
Por la zona había muchos locales comerciales en los que podían adquirirse los mismos productos, pero este que quedó en un lote desierto resaltaba porque a pesar de su pequeñez, competía como todo un grande.
Organizaciones y activistas de la renovación urbana y la conservación del patrimonio josefino ponían de ejemplo esta zapatería, sobreviviente en una zona en la que han emergido construcciones de grandes edificaciones.
En vela
Al local y a don Carlos Aguilera, el zapatero que preservó el legado del oficio de su abuelo Francisco y su papá Carlos, los conocí en enero de este año.
Como una enamorada de San José, sus historias y edificaciones, me acerqué al pequeño pero vistoso lugar que llamaba mi atención.
Don Carlos accedió a contarme su historia y la de su local para, en aquel momento, plasmarla en un proyecto personal en el que trabajaba.
La primera vez que hablamos lo hicimos por teléfono, en esa oportunidad se escuchaba enérgico. La segunda fue en persona y entonces noté lo débil de su voz y lo cansado de su cuerpo que, a pesar de alcanzar el 1.80 m, y ser fornido, mostraba un gran deterioro.
Lo que me contaría después iba a aclarar lo frágil de su estado.
Don Carlos tenía más de un año de pasar en vela cuidando el local que alquilaba y del cual, dijo, no podían desalojarlo porque mes a mes canceló el monto de la renta.
Así, llegaba todos los días por la tarde a Zapatería Panamá y se quedaba como un celador hasta el amanecer del día siguiente. La escena se sucedió tras día, durante más de un año.
¿Por qué lo hacía? Porque asegura que varias veces lo habían amenazado de que se quemaría el local, así estuviera él adentro.
Y porque deseaba mantener el legado heredado por su abuelo y papá. La primera vez que él llegó a la zapatería tenía cinco años, venía de Pérez Zeledón.
El zapatero de las noches infinitas, como lo llamé, también tenía problemas legales con la propietaria de la propiedad en vista de que ella –en todo su derecho– deseaba disponer del espacio completo en la enorme cuadra. Don Carlos sentía que tenía derechos adquiridos, a su juicio, también legales, y por esa razón el caso se elevó a los Tribunales de Justicia para que dirimieran quién tenía la razón.
El miércoles de esta semana volví a ver a don Carlos. No acordamos una entrevista, solamente fui a buscarlo a su casa, pues en redes sociales varia gente comentaba que la emblemática edificación había sido demolida.
Como no tenía una dirección exacta de su hogar, me fui a buscar información con los vecinos de su local.
¿Local? Escombros. No quedaba mucho de lo que fue aquel galerón sobresaliente que podía verse desde cualquier dirección.
Dos personas me facilitaron señas de su residencia, Ellas también dijeron que don Carlos estaba mal de salud.
Tras dar varias vueltas por todo Barrio Los Ángeles, con ayuda de algunos vecinos dimos con la casa que don Carlos comparte con su mamá, Lidia Jiménez, y su hermana, Matilde Aguilera.
Al llegar, nos recibió Franklyn Cárdenas, el mejor amigo de don Carlos. Nos reconocimos de inmediato. Él me dijo lo que antes me habían advertido. “Carlos está muy mal”.
Con un paso lento, un delgado y pálido don Carlos –de 55 años– se acercó, lo saludé, me abrazó y rompió en llanto, desolado por la demolición del local.
El zapatero de las noches infinitas hace poco salió de un internamiento en el hospital. Estuvo tres meses en los que se le dictaminó anemia, trombosis y afectación en su sangre, entre otros males, según reza la epicrisis médica que nos mostró.
Su hermana y su madre están muy preocupadas, a la espera de los resultados del diagnóstico de otras dos enfermedades que, se sospecha, padece.
¿Por qué?
Antes de explicar la razón por la que la edificación fue demolida, es imperativo repasar, a grandes rasgos, el contexto legal de esta historia.
Todo empezó en agosto del 2014; don Carlos contó que dejaron de cobrarles a él y a los arrendatarios de los demás locales el alquiler, a él le entró desconfianza y decidió acudir al juzgado y adjudicar la mensualidad.
En diciembre del 2014, los dueños llegaron a la zapatería solicitando el desalojo por falta de pago de alquiler, pero don Carlos mostró los recibos en los que se demostraba que había cancelado puntualmete .
Luego de varios procedimientos legales, un juez declaró que don Carlos era inamovible de la propiedad, según aseguró su abogado Daniel Ortiz.
Sin embargo, el local ya no está y se ignora bajo qué mandato personal o legal se ejecutó la demolición.
Intentamos contactar a la propietaria del terreno en el que se ubicó la Zapatería Panamá, pero al cierre de esta edición no contestó nuestros mensajes ni llamadas.
Consultada la oficina de prensa de la Municipalidad de San José sobre si tenían relación con la demolición, ellos declararon: “No tenemos nada qué ver porque eso era propiedad privada, una demolición se hace solo con autorización del propietario”.
Como fuera, se trata de una situación privada, un litigio entre dos partes en el que cada quien ha defendido su razón.
Independientemente de lo anterior, la nostalgia de muchos costarricenses afloró el martes ante en “ni modo”: por las razones que fueran, la Zapatería Panamá ya no existe. Todo tiene su hora final y esta fue la del icónico y pintoresco negocio.
Solo paz
Don Carlos reconoce que en este momento, su gran prioridad es recuperar su salud.
Por el momento no tiene definido su futuro.
En enero pasado comentó que cuando toda la disputa que generó su permanencia en el local finalizara, tenía pensado ponerse un nuevo negocio y seguir con el legado que heredó de su abuelo y de su padre.
Ahora dejó las botas, la goma y las hormas de lado, quiere tranquilidad.
Mas, admite, en el fondo mantiene su ímpetu. Aunque ya no podrá recuperar su particular rincón, talvez vuelva a ejercer su amado oficio.
“Ahorita me siento desmoralizado, pero vamos a ver que viene más adelante”, dijo mientras abordaba un Uber, camino al Hospital San Juan de Dios.