Viajar desde los calurosos llanos de Caño Negro de Los Chiles, Alajuela, hasta las frías y ventosas alturas de Santa Elena de Monteverde, Puntarenas, implica para el agricultor José Trejos Garro, de 54 años, y su esposa, la educadora jubilada Nora Sequeira Ávalos, un recorrido de 220 kilómetros, los mismos que andarán para regresar a casa. En total, 440 kilómetros.
No es la primera vez que la pareja hace ese cansado viaje. Mas el de hoy tiene para los dos un significado especial, pues participarán en la elección del presidente de la República, acto que califican como un privilegio, un honor.
Ambos están inscritos como electores en Santa Elena pero viven dentro del Refugio Nacional de Vida Silvestre Caño Negro.
Esa situación se explica porque Nora es nacida en Caño Negro, de donde partió a Monteverde a los 21 años para laborar como profesora de Ciencias Agropecuarias en el colegio local. Fue en esa comunidad puntarenense donde conoció a José, con quien se casó hace 30 años y tuvo cinco hijos, hoy todos adultos.
“La tierra jala. Cuando me jubilé, decidimos regresar a Caño Negro. El asunto es que por no haber hecho el traslado electoral, seguimos inscritos como votantes en Monteverde”, cuenta Sequeira.
En Caño Negro viven solos, en medio de una paz que no tiene precio. Sus días transcurren entre cuidar las siembras de frijol y ayote, y ver al ganado. Para ellos, no hay prisa ya. Las presiones, si las hubo, son cosa del pasado.
“Aquí disfrutamos el contacto con la naturaleza. Este remanso también nos permite dedicar más tiempo a reflexionar sobre los valores costarricenses, y encontramos que el derecho a elegir hay que fortalecerlo siempre”, sostiene la exprofesora.
Nueve horas
El periplo hasta Monteverde empieza en Caño Negro a las 6 a. m. Allí abordan el autobús que los llevará hasta Upala. En esa comunidad fronteriza, suben a un segundo bus para llegar a Cañas, Guanacaste, donde abordan una tercera unidad hasta La Irma. Es en ese punto que toman el cuarto y último autobús hasta Santa Elena, adonde arriban a eso de las 3 p. m., tres horas antes de que cierren las juntas receptoras de votos.
“Es largo, pesado y muy peligroso, sobre todo de La Irma a Santa Elena por lo angosto, quebrado y polvoriento del camino”, afirma Sequeira, quien menciona los guindos del último tramo de la vía. “Dios nos libre de caer a uno de esos barrancos”.
No duda en responder que sí cuando se le pregunta si vale la pena hacer un viaje tan prolongado, y lo justifica así: “No en todos los países del mundo se elige a los gobernantes con tanta libertad como aquí. Es un privilegio enorme por el que sí vale la pena cualquier esfuerzo. En nuestro caso, tenemos que pagar en conjunto ¢20.000 en pasajes, más el gasto en alimentación. Nadie nos reconoce ni un colón y tampoco pedimos dinero como condición para votar. La democracia tiene un precio y vale la pena pagarlo”.
Esta noche, José y Nora la pasarán en casa de sus hijos y mañana lunes a primera hora, emprenderán el regreso a Caño Negro. Y para enfrentar esas otras nueve horas de desplazamiento, pensarán –en palabras de ellos– “en la satisfacción de no haberle fallado a nuestro casi perfecto sistema democrático”.