Pretendía escribir sobre cualquier otro tema que a ustedes quizá les interesara: la indignación que todos sentimos tras el caso del cementazo, el disfrute que me genera ver a Víctor Carvajal en televisión nacional, las pequeñas acciones que podemos hacer para mitigar el cambio climático o el truco para amarrarse los zapatos en tan solo tres segundos.
Quise pero no pude.
No tengo cabeza para otra cosa que no sea mi Juliana. Nació hace mes y medio, y mi estructura cerebral cambió. Ahora pienso en pañales (es increíble la variedad que existe), en ponerme la ropa que me facilite sacarme las tetas en cualquier lugar, en mantenerme despierta durante las madrugadas, en desinfectar toda la casa a diario, en impedir que algún zancudo se le acerque, en hacerle las mejores fotos, en grabar en mi cabeza cada una de sus muecas. Grabar, sobre todo, cuando sonríe.
Llevo un mes sin dormir. Exagero. A veces duermo períodos de cuarenta minutos, a veces de diez, últimamente he logrado hasta tres horas seguidas (¡qué delicia!). Mi estado de ánimo fluctúa entre el llanto inconsciente y la felicidad más plena.
Soy madre primeriza, es decir, no estaba preparada para las trasnochadas, las dudas, los miedos y tampoco sabía que se podía llegar a amar tanto a alguien con tan solo segundos de tenerla entre los brazos.
La maternidad que pintan en películas, fotografías, afiches y cajas de pañales, donde todo es ternura madre e hijo, es solo una parte.
El resto involucra angustia, cansancio, preocupaciones… ¿qué va a ser de mí cuando Juliana quiera comer tierra o cuando planee su primer viaje sola?, ¿cómo voy a enfrentar el día que se mude a su apartamento de soltera?
Mejor ni pienso en eso. Hoy me alegro por las cuestiones más insignificantes: porque se le quitó el hipo, porque hizo caca amarilla, porque aumentó 500 gramos de peso o porque fui capaz de cortarle las uñas sin lastimarle ni medio dedo.
Me alegro también por las cosas más sublimes: porque su llanto es el sonido más hermoso que hay en mi casa, porque ya no me sangran los pezones en cada toma, porque puedo ver en sus abuelos una mirada de amor profundo que me conmueve o porque Juliana tiene mis ojos.
Ni siquiera soy capaz de escribir de seguido. Me he detenido dos veces por una razón que lo justifica todo: mi pelota tiene hambre.
De hecho, pensé que se me iba a hacer imposible escribir este texto. La vida se detiene por unos días o unos meses, donde todo gira alrededor de esta nueva criatura.
A pesar de eso, intento hacer tanto como puedo. Me obligo a estar pendiente de las noticias, a ver el partido de Saprissa, a salir a jugar con mis perros, a hacer cosas que me mantengan cuerda y, que a la larga, hagan que mi bebé se sienta orgullosa de mí.
Hoy, por primera vez desde su nacimiento, fuimos al supermercado. Necesitaba poner a Juliana en el fular y salir, a donde fuera, ella y yo juntas. El inicio de una vida de aventuras. Jamás imaginé que disfrutara tanto recorrer el pasillo de enlatados.
La vida se siente diferente cuando cargas a tu hija en el pecho.