Se movieron 200 estudiantes de todas las edades y de todas las posibilidades geográficas del país para asistir a un encuentro de escritores. No fueron excursiones de buses estilo pulmitan. No iban a un viernes negro. No quiero ser costumbrista, pero este montón de gente recorrió kilómetros para decir que todo lo que quería estaba en las letras y la sintaxis y la vida que uno cuenta.
Eran células, grupos de dos y de seis y de veintitrés. Los acompañaban maestros, madres, padres, encargados, voluntarios. La cita era para estudiantes de primaria y secundaria, un rango que en nuestro país, alberga personas de edades que van desde los de 8 a los 59 años o más.
Para muchos era la primera vez en la capital. El primer viaje a San José, porque secretamente, cada uno, había planeado narrar algo, contar una historia y si eso, como consecuencia, los convierte en escritores, pues agarraban ese bus y ya.
Escribir es un juego, lo decía Guillermo Cabrera Infante. Para mí ese cubano era dios. Entonces es verdad. Y si eso es así, leer sería el proceso creativo, la síntesis de las ganas de jugar, lo que mueve la imaginación a desarrollar los juegos. Ese juego.
A la lectura hay que ponerle una mirada, un punto de partida. Hay que darle ese peso histórico. Una distancia que no nos homologue como lectores. Que no se vale que la comedia siempre de risa. Que esa no debe ser la intención.
Se vale odiar la literatura universal, o cualquiera; lo único que se pide es leerla.
Pero tanto que hablamos sin entender para qué rayos se supone que nos sirve la lectura. Para nosotros los del mundo escrito, es un canal de intercambio de ideas, y un trabajo remunerado (esto imposible negarlo, si uno quiere que haya continuidad, prosperidad y aguinaldo, díganme si no).
Poder expresar lo que pasa por nuestras mentes solo es posible mediante el acceso a conceptos, imágenes, ideas que a su vez tienen un nombre: un símbolo abstracto, que solo se entiende si lo contiene una palabra. Si no conocemos la palabra que diagnostica nuestros males o talentos, difícilmente alguien va a poder entendernos.
¿Que se lee poco? Nos colgamos en conversaciones por whatsapp que duran meses, que no terminan y que solo las interrumpe el momento en que la mano, invadida por el sueño, libera el último músculo que sostenía el teléfono celular. El golpe seco al piso se repite por meses, pausando una sola e interminable conversación. O muchas.
Eso señores es lectura. Es escritura. Está bien. Haga lo que quiera, como quiera pero escriba. Si da un paso más allá y aplica esa adicción en leer autores de referencia, pues sería una maravilla. En fin. Nada va primero, la lectura o la escritura. Hay condiciones, si uno lee más, de cualquier tema, con cualquier rutina, seguramente va a escribir mejor. Le ha pasado a muy buenos escritores, pero siempre existen excepciones.
Hoy termina la Feria Internacional del Libro. La variedad de catálogos de esta edición es importante. Tanto nacionales como internacionales; las personas caminan por la Antigua Aduana, la explanada y la Casa del Cuño cargando bolsitas con libros. Los estudiantes viajaron para encontrarse como escritores, los que van a leer se armaron de toneladas de papel impreso, los que van a escribir andan ya con el moleskine, la compu, el bloc de notas o el cuaderno de caligrafía. No importa. Si lo que viene en los últimos meses es la fiesta de los descuentos o la promesa de la escarcha y ciprés: no importa. Esto ya fue.
Pude escribir de mi perro Obi que se murió el jueves. Pude escribir de mi tía la que teje. Por favor díganle a la editora de esta revista que me vuelva a invitar. Lo voy a hacer, pero con una Feria del Libro en marcha esta semana no puedo ser autorreferencial. No soy yo, sino usted. Y con gusto le cedo la palabra.