Cuando estoy aburrida o con mucho sueño, pretendo que estoy siendo entrevistada por algún comediante famoso. Por qué, no lo sé. Durante la entrevista hay dos temas importantes de los que hablo. El primero es sobre cómo logré escribir en la revista The New Yorker y el segundo es sobre cómo conocí al actor Jake Gyllenhaal.
Yo sé –y no me importa– que hacer eso es bastante patético. Lo que pasa es que a veces uno tiene que hacer lo que tiene que hacer para no volverse loco. Los que saben, entienden.
Me gustaría hablar con Jake no porque es moreno y tiene los ojos azules, sino porque un día mientras lo miraba hablar en YouTube sobre su filme End of watch (2012) recordé po qué me gusta escribir, y por qué, a pesar de no haber padecido una niñez cruel, elijo sentirme perturbada casi todo el tiempo.
Jake contaba que para poder interpretar a un policía de Miami, pasó cinco meses dentro de una patrulla compartiendo con policías de la vida real. Tres días a la semana, de 4 p. m. a 5 a. m.
Vi ese video en un momento particular, en el que pensaba que tal vez esto que sé hacer (o creo saber hacer): escribir sobre personas, sobre la manera en que caminan, y el color de sus cejas, no es tan importante para los demás como lo es para mí. Hacer, o tratar de hacer periodismo narrativo es turbio, y a ratos fluye la idea de que vivir de eso no es ni siquiera una posibilidad. Pero Jake me estaba diciendo en ese video que sí. Que todavía sumergirse en el mundo de otros, en relaciones humanas establecidas por años y circunstancias, es fundamental para entender (escribir).
Entonces busqué más videos de Jake. Encontré uno en el que cuenta que su madre lo envió un día a la sección de literatura infantil para resolver cualquier duda en esta vida.
El fin de semana siguiente fui a una librería, y leí sobre ballenas, aprendí técnicas para hacer amigos, y me emocioné mucho cuando encontré un libro sobre un perro salchicha.
Luego vi Nightcrawler (2014), un filme en el que Jake interpreta a un camarógrafo amateur de sucesos en Los Ángeles. En la película se discute sobre la ética y el modo en que funciona el periodismo criminológico.
En las entrevistas, Jake explica que trató de parecerse a un coyote, “tenía que estar hambriento, y actuar hambriento”. Pero además, comenzó a recorrer las calles de Los Ángeles junto a un adicto a la noche, alguien que tiene 15 años de grabar accidentes en carretera para luego venderlos a los noticieros.
Entonces, pienso con mi pequeño cerebro disfuncional y emocional, que tengo mucho por hablar con Jake.
En la entrevista, confieso con timidez que en ese primer encuentro hablamos de la Extra , y las fotos de gente muerta que ponen en primera plana. De mis escritores favoritos que dicen que para escribir sobre alguien hay que seguir un proceso, el mismo que él hace cada vez que actúa. Entonces, hablaríamos sobre Leila. También sobre perros, y sobre estar en lugares nuevos y reconocibles, y sobre lo que extraño que es verse en un espejo.
Le confesaría a mi entrevistador que encontré en Jake un referente a todas mis crisis existenciales sobre el periodismo o la vida en sí, porque vi Demolition (2015). "Ese día, luego del filme, lloré mucho, por horas tal vez. Cuando me preguntan de qué trata, no sé que decir, solo se me ocurre explicar que es sobre un sentimiento, uno".
Últimamente me pasa, lo siento constantemente.
Tengo ganas de correr mucho, por horas, hasta que no pueda pensar en nada más. Sentir nada. Hasta llegar a una playa de agua fría y oscura, y sentir algo que me deje el estómago comprimido.
Además, le contaría a Jake todo lo que extraño por estar trabajando en la Revista: a mi mamá, la ruta que hacía para llegar a mi primer trabajo, y el árbol que se cayó y quedó enterrado por plantas. El bar chino de Santo Domingo al que iba con María. La sodita donde comí con Kim en México, y la caminata que hicimos después. La espalda de mi hermano, tan huesuda y llena de lunares, esos que me guiaron hasta donde estoy.