Ninguna bala llevaba escrito el nombre de Landelino y estoy aquí por eso.
Si hacemos memoria y buscamos bien, todos encontraremos el lugar y el momento exactos en los que se inicia nuestra historia. La fecha de nacimiento es otro tema, de ese hablan las actas del Registro Civil, que dicen verdades a medias.
Esta historia, la mía, empieza donde se cruzan una calle y la línea del tren cuando se han cumplido once años de que el Halley pasó arrastrando su cola de presagios. Traía noticias malas, como los diarios, y de eso daba fe Cartago, noble y leal, pero en el suelo. Señales en el cielo, desgracias en la Tierra .
Termina febrero de 1921, el viento barrió las nubes, limpió el cielo, una muchacha nacida con el siglo regresa caminando a Alajuelita desde San José y me falta medio siglo para nacer.
En barrio Cuba pasa frente a la joven un ferrocarril lleno de soldados. Gritan, saludan con la mano o con periódicos y ella devuelve la cortesía con un pañuelo en el aire. Muchos son jornaleros y jamás han disparado, pero llevan armas. La tosca herramienta en máuser trocar.
En un vagón, valiente y viril, va el novio de la muchacha, pero ella no lo ve. Lo reclutaron de emergencia y viaja al sur, donde Panamá y Costa Rica juegan a la muerte por unos límites mal dibujados.
El tren corre buscando Puntarenas, donde una lancha espera a los militares improvisados que van hacia un rincón del mapa donde Costa Rica se jugará el honor y ellos la vida.
Coto fue en mi infancia más que un apellido, fue el nombre de un río lejano donde los panameños atacaron la lancha tica en la que iba Landelino. Lo sé porque me lo contaron en la casa vieja donde la cocina de leña calentaba recuerdos, doraba el arroz e invitaba al gato a dormir cerca.
La lancha nadaba corriente arriba y de la montaña llegaba solo silencio, hasta que al silencio lo rompió un tiro y después otro y después estallaron todos los tiros del mundo de una emboscada.
Landelino, de 23 años, se tiró de panza y quedó entre dos soldados que al instante estuvieron muertos con un tiro en la cabeza cada uno. Sin moverse, como de piedra, esperó con su camisa empapada en sangre ajena.
Al ruido de plomo siguieron los lamentos, después llegaron el enemigo, la captura, la caminata larguísima por la selva, el hambre saciada con papas crudas, la cárcel y, a las semanas, la liberación y el regreso a casa.
Quien sobrevive a una guerra vuelve de ella con urgencia de vivir y en 1921 vivir era también crecer y multiplicarse. Por eso Landelino le hizo una pregunta a Cristobalina y ella, casi viuda antes del matrimonio, respondió sí con la cabeza.
Fue en Alajuelita donde sembraron un familión que se extendió como esas enredaderas de campanitas rojas que trepan por los postes de luz y los conquistan. Nunca los llamamos abuelos, quienes los amamos les dijimos siempre Mamá y Papá.