Los salvatruchas amenazaron de muerte al costarricense Luis Granados Sáenz en múltiples ocasiones; la razón: tener la cabeza rapada. Él no sabía que ese corte de cabello es un elemento distintivo de la Mara 18 y ambas pandillas protagonizan una sangrienta rivalidad en distintos sectores de Honduras desde la década de 1990.
“Hermano, fue un infierno. Aquí es totalmente diferente, la violencia, la inseguridad... Es algo espantoso”, dice el originario del barrio La Cruz de San José.
Luis tiene 30 años y lleva dos de vivir en Esperanza, en el departamento de Intibu. Sin embargo, desde que tiene 18 años comenzó a viajar a Honduras de forma habitual.
El incidente con las maras ocurrió en San Pedro Sula, ciudad catalogada por la organización mexicana Seguridad, Justicia y Paz como la más peligrosa del mundo (desde el 2010 le quitó ese título a Ciudad Juarez).
Las amenazas de los salvatruchas nunca se concretaron, pero, al tiempo, Luis volvió a saber de ellos: a un amigo suyo lo asesinaron tras torturarlo. Fue apuñalado, le cortaron las piernas y le cocieron los ojos y los labios.
El tico labora como traductor de inglés en una organización internacional dedicada a labores humanitarias, por lo que ha estado en zonas rurales y urbanas en riesgo social. Mas resalta que cualquier ciudadano, sin importar su trabajo o lugar de residencia, está muy expuesto al peligro.
Para ilustrar lo anterior, contó que sus padres, una vez que lo visitaban, presenciaron una balacera en un parqueo. “Alguien pensó que le estaban robando el carro y comenzó a disparar; mis papás se tiraron al suelo asustadísimos. Al final, no era el carro del pistolero el que se habían llevado, el tipo se había equivocado... él no era un delincuente, pero por poco mata a alguien por una confusión”.
Colonia tica
Unos 700 costarricenses residen en Honduras. La mayoría son profesionales con conocimientos en el área gerencial, enviados por compañías transnacionales, empresas de comidas, textileras y hoteleras, para liderar sucursales o intercambiar conocimientos. Así lo detalla Marielos Gutiérrez, embajadora de Costa Rica en ese país.
La diplomática, quien laboró como periodista de Telenoticias durante muchos años, prefirió no entrar en detalles sobre los riesgos con los que se debe lidiar en territorio hondureño, mas indicó que los costarricenses, al igual que el resto de ciudadanos, han adoptado una serie de medidas para prevenir ser presas de la inseguridad; por ejemplo, evitan participar en actividades nocturnas.
Añadió que, en varias ocasiones, la embajada ha brindado ayuda a ticos víctimas de asaltos, sobre todo a turistas a los que incluso despojaron de sus documentos de identidad.
Otras embajadas son más categóricas en sus discursos sobre la violencia hondureña. La estadounidense emitió un Travel warning ( alerta de viaje ) para sus ciudadanos. Se trata de una notificación ordenada por el Departamento de Estado en la que se advierte sobre los peligros de Honduras, y se recomienda no visitar ese país a menos que sea estrictamente necesario.
Se trata de una medida que se fundamenta en cifras alarmantes. Honduras tiene la tasa de homicidios más alta del mundo: 85,5 por cada 100.000 habitantes (la tasa promedio mundial es de 8,8 homicidios por cada 100.000 habitantes), según un informe del Observatorio de la Violencia de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras.
En un país de 8 millones de habitantes, eso implica que, cada día, al menos 20 personas son asesinadas.
Durante el 2011 –detalla el estudio– hubo 7.104 víctimas mortales, mientras que en 2012 la cifra fue de 7.172 . El 77% de los fallecidos fueron jóvenes de entre 20 y 30 años. La ciudad con mayor incidencia es San Pedro Sula con 173,6 por cada 100.000 habitantes. Tales datos explican por qué en el 2012 la Organización de Naciones Unidas (ONU) nombró a Honduras como el país más violento del mundo fuera de las zonas de guerra.
Efusividad futbolera
Este panorama no persuadió a mil costarricenses que viajarán la próxima semana para ver el partido de fútbol por la eliminatoria mundialista entre la selección tricolor y la catracha.
Los recibirá un ambiente que combina la tensión y el júbilo. El Gobierno hondureño dio feriado ese día para que los ciudadanos puedan ver el juego y las expectativas están al tope porque los hondureños requieren el triunfo para obtener su pase a Brasil 2014.
“Lo que les puedo decir a los ticos que vienen es que tengan cautela; cautela a la hora de celebrar si se gana, y cautela para manejar la derrota si se pierde. Aquí hay mucha efusividad con respecto a ese partido”, manifestó la embajadora.
Jordan González Ramos, un costarricense de 23 años, vivió esa efusividad muy de cerca. Él reside en Honduras desde hace cuatro meses y, un día después de su llegada, se jugó el primer partido de la hexagonal entre ticos y catrachos en el Estadio Nacional. Jordan fue a ver el encuentro vestido con una camisa roja la Sele y acompañado por su novia hondureña a un bar-restaurante situado en un centro comercial.
“Cuando Roy Miller hizo el gol , ¡diay! yo celebré. Imagínese: como 50 hondureños y solo yo tico... Me gritaron las peores cosas, vulgaridades terribles; me amenazaron e increparon. El resto del juego lo pasé callado, pero al final, un policía me tuvo que sacar escoltado. Me dijo que estaba en riesgo y que ya en otras ocasiones se habían dado tiroteos en ese lugar.
”Recuerdo que una bandeja se cayó al suelo y sonó como un disparo, y el policía me hizo agacharme y me sacó como si hubiéramos estado bajo fuego. Todo eso apenas en mi segundo día de estar en Honduras”.
El joven asegura que el nivel de violencia e inseguridad es indescriptible; que hay que estar allá para entenderlo. Alega que después de las 6 p. m. no se puede salir; es como un toque de queda tácito. Y mientras abunda ese temor a lo que puede ocurrir en la noche, en la tarde, a plena luz del día, se siguen dando asesinatos, ajusticiamientos y balaceras.
“Yo sé que van a decir que en Costa Rica también pasan estas cosas, que allá también hay violencia, pero no hay punto de comparación. Cuando yo regrese a Costa Rica, no voy a volver a quejarme de nada: ni de los huecos, ni de las presas; acá es espantoso, todos andan armados, te pueden matar por algo que decís, por no estar de acuerdo con algo, ¡no exagero!”, resalta el joven quien vive en Intibucá y no conoce –ni quiere hacerlo– San Pedro Sula. “Allá, dicen, la vida no vale nada”, lamentó.
Las raíces
¿Qué llevó a Honduras a ser el más violento y peligroso?, ¿cómo se distanció tanto del resto de los países centroamericanos, superando incluso a Guatemala y a El Salvador?
Una investigación de la pastoral social Cáritas titulada Estudio sobre la violencia en Honduras y publicada en junio de este año, señala como parte de las raíces del fenómeno el que Honduras no supo lidiar con las secuelas del conflicto bélico regional de la década de 1980.
En esa época, empezaron a circular cantidades de armas heredadas de la guerra, y esto muy pronto se convirtió en un lucrativo negocio para los altos mandos del ejército y los grupos irregulares. Al mismo tiempo, aparecen las maras, que se caracterizan por utilizar métodos más violentos y mortales que las pandillas del pasado.
“Las maras traspasaron los límites de la tolerancia pública hacia la delincuencia común preexistente, y sirvieron al Estado como excusa para renovar la militarización del país a través de una modalidad autoritaria y violenta de concebir la seguridad ciudadana.
”La institucionalidad de los entes obligados a hacer cumplir la ley fue penetrada por grupos criminales, hasta que surgió un vínculo entre las pandillas, el crimen organizado y un sector corrupto de la Policía. En consecuencia, la impunidad y la corrupción se aglutinaron en un escenario de violencia y desorden sin árbitro”, expone la investigación.
El narcotráfico y la inestabilidad política son otros elementos que han contribuido al clima de peligro.
Un reportaje del periódico español El País , titulado “Un país hundido en la violencia”, advierte que los índices delictivos se han disparado a raíz del golpe de Estado que en junio del 2009 depuso al entonces presidente Manuel Zelaya, e indica –basado en datos de la DEA (Administración Federal Antidrogas de los Estados Unidos)– que un 95% del tráfico de drogas que viaja del sur al norte de América, hace escala en la costa atlántica hondureña.
“El golpe de Estado abrió las puertas al crimen organizado. Las mafias operan libremente en el país y ayudan a diluir los asesinatos políticos registrados desde el 2009. Entre ellos, los de 43 líderes comunitarios, 13 periodistas y más de una decena de activistas”, señaló Dana Frank, profesora de la Universidad de California especializada en Honduras, quien fue consultada por dicho medio.
Hermandad
Pese a la situación, los ticos residentes en Honduras sienten hermandad, y cariño por el pueblo catracho, así como agradecimiento por haberles dado un hogar.
La secretaria del grupo Damas Costarricenses en Honduras, Liliana Tapia, es una de esas ticas enamoradas de Honduras.
Ella tiene 44 años y reside allá hace 19, junto a su esposo, también tico y vicepresidente de Banco Centroamericano de Integración Económica, y sus dos hijos nacidos en Tiquicia, pero criados en Honduras.
Liliana reconoce que cuando hay asesinatos en lugares públicos o escucha del llamado “impuesto de guerra” (dinero que cobran las maras a comerciantes o transportistas para operar) se asusta mucho, pero subraya que el país es agradable y la gente, muy amable. “A veces se habla mucho de lo malo, y se nos olvida rescatar la bueno. A nosotros nunca nos ha pasado nada en todos estos años, nos hemos ido a Costa Rica por tierra y el viaje siempre ha sido seguro. Aquí hay cosas maravillosas: ruinas indígenas, playas hermosas y lo mejor es la gente”, comenta.
La embajadora Gutiérrez añadió que, por más que el tico en Honduras se sienta agobiado por la violencia, hay historia y lazos indisolubles entre ambos pueblos. El lenguaje, la comida, las tradiciones, son elementos que se comparten y que contribuyen a la hermandad, opina la diplomática.
Es precisamente ese cariño por el pueblo hondureño la razón por la que muchos ticos se quedan allá.
Desde el grupo que integra, Liliana realiza campañas de acción social para dotar de pupitres a escuelas pobres y lo ve como una forma de contribuir al desarrollo del país que le abrió las puertas. Por su parte, Jordan y Luis trabajan directamente con población en extrema pobreza, dándole servicios médicos y educativos.
Luis, por ejemplo, dejará su trabajo como traductor y abrirá un instituto de inglés para niños de escasos recursos; actualmente, ya brinda lecciones en escuelas de zonas marginales
“¿Que por qué no me voy? Porque estoy enamorado de lo que hago. No me gusta el país, pero me encanta trabajar con estos niños. Honduras puede salir adelante. Hay que trabajar con esta generación; el cambio se hace granito a granito”, manifestó.
En cuanto al partido de futbol del viernes, los ticos residentes en Honduras dicen que prefieren verlo en sus casas y en compañía de otros ticos, por seguridad.