“Ningún padre debería enterrar a su hijo. Ninguna madre debería enterrar a su hijo. Se supone que las madres no están hechas para enterrar hijos. No es el orden natural de las cosas. Yo enterré a mi hijo. En el campo de un ceramista. En un patio de sangre. En un silencio vacío y agrio”.
La frase le pertenece a Henrietta Iscariot, personaje de la obra de teatro Los últimos días de Judas Iscariot (2005), escrita por Stephen Adly Guirgis. Variaciones de esos sentimientos existieron antes y después de la obra, denunciando la peor pesadilla de cualquier padre: que su hijo muera antes que él.
A lo interno, se desbaratan las bilis, manifiestan padres que sobrevivieron al duelo más grande de la vida, como le han llamado varios psicólogos. Hay negación, hay rabia, hay esperanza irracional, hay muchos caminos hacia la depresión. Hay alienación, hay riesgos para los matrimonios, hay desatención de los otros hijos y problemas con otros miembros de la familia.
Un servicio en línea de acompañamiento para el duelo señala que requiere coraje afligirse, porque es difícil y doloroso. “Es necesario hablar de los sentimientos. Puedes escoger servicios civiles o puedes hablar con un amigo, en quien puedas confiar toda tu confidencialidad. Es posible, con tiempo y esfuerzo, recuperarse y liderar una vida gratificante”.
Lo mismo recomiendan diferentes asociaciones en otros países, principalmente ligadas a la psicología. Sin embargo, en Costa Rica, el Grupo Renacer abre las puertas a padres en duelo con una organización horizontal que se desliga por completo de cualquier rama religiosa, psicológica o psiquiátrica, y emplea el concepto de apoyo de pares.
A diferencia de otros grupos de apoyo o de soporte, el apoyo de pares solo ocurre entre personas que hayan atravesado la misma situación o que estén en la misma etapa de la vida. Así, los nuevos miembros del grupo pueden aprovechar la experiencia de quienes ya han pasado por las mismas situaciones que ellos, en sesiones donde se comparte conocimiento, amparo y mucha empatía.
En algunos casos, como en los grupos de alcohólicos anónimos, hay coordinadores y personas que no necesariamente están pasando por lo mismo; y en otros, como el Grupo Renacer, no hay jerarquía alguna, no hay coordinadores ni hay personas que no hayan tenido que enterrar a un hijo. “Es el club más exclusivo del mundo porque tiene la cuota de entrada más alta”, manifiesta Federico Víquez, padre de Alejandro.
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Alejandro, hijo de Federico y Guiselle Espeleta, no conoció la vida sin equitación. “Siempre busqué estimularlo, y por eso fue que llegamos a los caballos, que resultaron ser algo maravilloso en su vida”, rememora su madre.
Tampoco conoció la vida sin terapias ni clínicas ni hospitales. Desde que nació, se le diagnosticó una parálisis cerebral infantil. Su madre recuerda que siempre tuvo una vida de lucha, a menudo entre pasillos de colores pálidos y olores raros.
Ilsi y Federico perdieron a su hija Marcela, de 4 años, en un viaje a la playa. Con el grupo, han logrado celebrar la vida de una niña que se fue muy antes. / FOTOGRAFÍA: GABRIELA TÉLLEZ.Alejandro sobrevivió a los siete paros cardiacos que sufrió la noche del 31 de octubre de 2008, pero otra cardiopatía acabó con su vida en febrero. “Creíamos que era una señal que lograra sobrevivir a siete paros, creíamos que era una muestra de fortaleza física porque decían que era imposible sobrevivir a esa noche”, dice Guiselle.
Días después de la muerte de Alejandro, Guiselle recibió una llamada telefónica de Ilsi Pérez, madre de una compañera del colegio de su hija. Ilsi tenía más de seis meses doliendo la partida de su hija, Marcela, y aunque no se conocían quedaron en asistir a una primera reunión del Grupo Renacer.
“Cuando nos invitaron a la reunión yo fui, pero decía que a qué iba a ir”, recuerda Guiselle. Federico llegó con la idea de que él era el que más sufría. “Lo peor que había pasado me pasó a mí”, sentía el padre de Alejandro, “pero cuando escuchamos los testimonios de los demás vimos que eran igual de dolorosos y nos dimos cuenta de que no estábamos solos”.
Víquez asegura que “el dolor compartido es mejor”, y escuchando las experiencias de su familia y otras personas en Renacer, es difícil cuestionar este método de sanación colectiva. “Yo tengo clara la primera vez que reí (después de la muerte de Alejandro). Recuerdo el día, la fecha, la hora y la ocasión”, admite Víquez. Fue en una reunión del grupo.
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Guiselle y Federico, padres de Alejandro, e Ilsi y Federico Castro, padres de Marcela, fueron en parte pione-ros de Renacer en Costa Rica, un grupo que nació hace siete años en el país y que actualmente ayuda –en cálculos de ellos– a 200 personas.
Inspirados en el Grupo Renacer de Argentina, estos padres que perdieron a sus hijos han visto cómo otros pares han sufrido durante meses e incluso años, sin encontrar el camino correcto para hacer las paces con la desagradable realidad y para –como ellos mismos dicen– no convertir a sus finados retoños en sus verdugos.
¿Cómo se encuentra el camino correcto? “No hay atajos. El dolor hay que pasarlo en el puro centro”. Esa es la frase que repiten cuando existe la posibilidad de hacerse esa pregunta: no existe una medicina ideal, pero la oportunidad de compartir el padecimiento da fortaleza.
“Hay un caso de una señora que tiene 22 años en luto y en estos meses (en Renacer) ha cambiado, y ella lo dice”, asegura Espeleta. “Ella comenta que encontró quién la entienda, porque en la familia ella no encontró eso”.
Ese es otro tema común: en palabras de ellos, la sociedad no sabe cómo manejar este tema y las personas normalmente no tienen idea de cómo reaccionar a alguien que acaba de perder a la persona que más ha amado en la vida. No saben que, en lugar de frases vacías, lo único que necesitan es un abrazo.
“Es un tema tabú”, añade Espeleta. “Por desconocimiento, las personas no nos hablan de nuestro hijo, no nos quieren ver llorar, no quieren que veamos fotos, que no tengamos recuerdos, y eso no nos ayuda. A veces las familias o personas cercanas hacen que la persona se queden ahí pegadas y no tengan con quien compartir.
Guiselle y Luis Fernando aprendieron que no hay atajos para el dolor, sino que deben atraversarlo en el centro. Su hijo, Manuel, murió a los 38 años. / FOTOGRAFÍA: GABRIELA TÉLLEZ.“El grupo es el lugar donde vamos a hablar de nuestros hijos, es el espacio y el tiempo que le dedicamos a nuestros hijos, y todo ese dolor se va transformando y va siendo algo con lo que aprendemos a vivir, porque compartimos el amor de los hijos de todos los demás. Es un ambiente muy lindo; una magia que se va creando, porque se hacen lazos de amistad que parece que son de años”.
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Ilsi y Federico estaban de paseo en playa Sámara con sus hijos, amigos y familiares. “Hoy es el día más feliz de mi vida”, le decía Marcela a su padre, mientras la llevaba a caballito luego de pasar algunas horas en la playa.
Era un paseo. Eran vacaciones. Todo estaba bien. Ilsi le quitó las chancletas y la empezó a bañar en una de las duchas contiguo a la piscina. Y luego procedió a bañar a los otros niños. De repente, Marce desapareció. Nadie la ubicaba. Tenía cuatro años. No podía haberse ido tan lejos. ¿Dónde está Marce?
Durante las siguientes cinco o seis horas, se izó una investigación a lo largo de Sámara para dar con Marce. No aparecía en ningún lado. La piscina ya la habían revisado, pero un oficial tenía el presentimiento de que estaba ahí. Un antihongos provocó que la piscina se viera blanca. Cuando un desconocido decidió entrar de nuevo al agua, Ilsi y Federico confirmaron su peor pesadilla.
“Nunca me ha gustado el agua, siempre le he tenido temor. Y yo sentí que la vida me abofeteó. Es como tenerle miedo al fuego y que mi hija muriera quemada”, comenta Ilsi. “Por eso es que a las primeras reuniones de Renacer llegaba a patalear: porque era el único saco de boxeo donde no me podían callar todo lo que tenía que decir”.
La culpa que sintieron Ilsi y Federico durante los meses siguientes es incomparable. En sus cabezas se dibujaban todos los escenarios posibles que pudieron haber prevenido el temprano adiós de Marce, en un estado de negación que costó mucho superar.
“Si yo hubiera tenido a quien culpar el cuento hubiera sido distinto, pero es que no tenía; la culpa era mía, enteramente mía, porque era mi hija bajo mi cuidado y no me enteré de qué pasó”, dice Ilsi. “Tiene que pasar uno por el valle de las lágrimas para poder lidiar con la culpa, pero yo no podía hacer nada para cambiarlo, aunque hubiera querido. Uno materializa, acaricia y pasa un montón de tiempo seduciendo el hecho de irse de alguna forma”.
Federico recuerda que visitaron por lo menos 10 psicólogos y que su esposa terminó en el psiquiátrico del Hospital Calderón Guardia. “Mi hija era el amor de mi vida. Éramos el uno para el otro. Cuando murió se fue la persona que más he amado. Yo sentía que a Ilsi se le murió la hija, pero a mí se me murió mi hija, mi amor, mi princesa y mi visión”, dice Federico. “Después de todos los psicólogos –y conocimos a gente buenísima–, al final la única gente con la que yo entendí fue de Renacer”.
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Nicolás Berti murió en Argentina en mayo de 1988. Para sus padres, Gustavo y Alicia, no había lugar en el que pudieran expresar y compartir el dolor que sentían, hasta que conocieron a otros padres que habían pasado por lo mismo. En diciembre de ese año, conforman el primer Grupo Renacer, en Córdoba, quizá sin saber que su luz alumbraría a seres humanos que vivían dentro de otras fronteras.
En Costa Rica, el grupo organiza reuniones entre padres en duelo en Escazú, San Pedro, Desamparados, Tibás, Guanacaste y Ciudad Quesada, en sitios neutrales (que no sean casas de los miembros) que les prestan en los lugares y sin ninguna donación económica. El interés es expandirlo a más comunidades, y para ello invitan a las personas a que visiten el sitio web renacer-cr.com.
“Nosotros no le decimos a la gente que no vaya al psicólogo. La terapia que nosotros tenemos es de compañía, de ayuda mutua entre personas que hemos pasado por lo mismo y tenemos los mismos sentimientos, y es algo complementario que cada quien puede hacer junto a otro tipo de terapias”, defiende Espeleta. Hay claridad en que esta es tan solo una opción, pero también hay ganas de recomendarla.
Otros países en los que Renacer opera –independiente y horizontal– son Chile, El Salvador, México, España, Uruguay, Venezuela, Estados Unidos y Paraguay.
El cuarto de Alejandro permanece casi intacto desde su muerte, hace seis años. / FOTOGRAFÍA: GABRIELA TÉLLEZ.* * *
“El primer impacto después de la muerte de un hijo es que al día siguiente el mundo camina igual y nadie agarró el día en que murió mi hija para reflexionar”, dice Castro, plasmando una de las mayores dificultades del luto paternal: que la vida sigue. “Uno quisiera que fuera duelo mundial”, apunta Ilsi.
Manuel Salas tenía 38 años cuando murió. Su vida estaba prácticamente hecha: se graduó de dos maestrías e iba por un doctorado, venía llegando de Europa, vivía con su novia y estaba sano. Pero un día se levantó con un fuerte dolor de cabeza, que apareció de la nada. Era un aneurisma; esa noche de febrero de 2014 murió.
Guiselle Ramírez y Luis Fernando Salas, sus padres, lo acompañaron durante todo el día e hicieron todo lo posible por salvarlo, pero cada tres o cuatro horas perdía más porcentaje de vida. Manolo ya no era un niño, pero era el niño de Luis y Guiselle.
“Fui donde un psiquiatra y no nos sirvió”, recuerda Ramírez, “pero el grupo ha sido una gran ayuda, ha sido buenísimo. Yo voy al de San Pedro y al de Escazú, cada semana”. El silencio es común en la madre, y durante una conversación de más de tres horas con integrantes de Renacer ella fue la que menos habló, pero la que mayor pesar comunicó con su cuerpo.
Pero doña Guiselle encuentra paz hasta en escuchar a otros padres hablar de sus situaciones. Se despeja, cuando menos. “Por más mal que uno esté ahí afuera a la gente no le importa”, dice Víquez. “Hay un montón de gente alrededor que no tiene respuestas, que no saben qué hacer con uno, como los otros hijos que perdieron a un hermano y también a sus padres, que se hacen inservibles”.
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Para las tres parejas consultadas para este artículo, el ímpetu –además de compartir y sanar a través del grupo– es lograr que sus métodos y logros los compartan en otras partes del país.
“Usted no tiene idea cuando hemos ido a lugares como Guanacaste lo que cuesta romper el silencio, por una cuestión cultural. Hay familias que están tan destrozadas como nosotros pero que no tienen más espacio a veces que la iglesia católica, que les abre un espacio pero también les da una connotación religiosa muy marcada”, dice Ilsi. “Y machista”, acota Víquez. “Aquí somos pares. Se trata de ayudarnos. No hay psiquiatras, no hay psicólogos, no hay curas, no hay jerarquías, no hay personería jurídica, no hay aportes económicos, no hay preferencias por clases sociales; es ayuda mutua entre pares”.