Confieso, con algo de pena, que la primera vez que los escuché, a mi mente acudió una imagen de la legendaria banda argentina Todos tus Muertos..., pero solo fue cuestión de unos segundos.Luego creí estar frente al mejor roots jamaiquino, de ese que huele a Caribe y sabe a Bob Marley, Johnny Clarke y Barrington Levy..., pero también fue cuestión de segundos.
De repente, percibí la dulzura del bolero cubano, seguido del rico swing de la cumbia colombiana. Roots , bolero, tintes de rock , funk , cumbia, aires de bossa nova , samba, psicodelia. ¿Es que el mundo se ha vuelto loco?
Entonces arribé a una conclusión. Sonámbulo Psicotropical solo se parece a sí mismo. ¡Punto!
Esa autenticidad, ese carisma, esa energía –tan contagiosa que amenaza con derrumbar cualquier sitio en el que se presenten– hizo que su talento fuera exportado allende nuestras fronteras.
En el Austin City Limits Festival, en Texas, Estados Unidos, y en El Zócalo, en México, hicieron que la multitud se sacudiera al ritmo de un terremoto magnitud 9,5 en la escala bailable.
¡Imposible resistirse a ser fan! ¿Cómo es que me dejé atrapar? “ Hay un muerto celebrao en la calle 26 ”... tarareo mientras escribo estas líneas. “ Huele a carbón quemao ”, repito mientras juego con el teclado de la computadora como si fuera un piano.
Cuando los sonámbulos están sobre el escenario, la energía es un virus que se propaga a la velocidad de la luz. El efecto es devastador; la conexión es inmediata.
Sonido de cañas, viento, beats, feeling , armonía, percusión... ¿Cómo es que no me dejé atrapar antes? “ Jabalí montuno ”... tarareo mientras los audífonos amenazan con saltar de mi cabeza.
Frenesí
Son las 3 p. m. del 14 de noviembre. Frente a mí tengo a once músicos de actitud desenfadada que me miran con curiosidad.
Son los mismos que aseguran haber ganado el premio “Embajadores de la música psicotropical del hemisferio sur de bandas conformadas por once músicos provenientes de países colonizados por España en el siglo XVI” (no encontré ningún recorte que hable al respecto).
No hay necesidad de romper el hielo; con ellos no hace ninguna falta.
Daniel Cuenca lleva un sombrero de paja deshilachada del que sobresalen dos plumas moradas. Imposible no conocerlo; es el mismo que se ha paseado por escenarios de Estados Unidos y México. Estos músicos exhalan magia; no en vano, varios de ellos provienen de la escena circense. Su música es arte, color, texturas e historias.
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Ya no son aquellos muchachos que en el 2006 se reunían en la finca Villamonte, en Vázquez de Coronado, para tocar lo que se les ocurriera.
“Comenzábamos a tocar (las canciones), pero nunca sabíamos cómo terminar”, rememora Daniel Cuenca, una de las voces de Sonámbulo.
Aquellos días –en los que si acaso reunían a 30 personas– parecen lejanos, aunque en esencia estos músicos son los mismos locos soñadores de siempre; los mismos que suben al escenario con la ilusión de divertirse.
Pero las cosas han cambiado para Daniel, Alexis Leal (percusión), Juan Cuéllar (batería), David Cuenca (guitarra), y Mauricio Ariza (timbales y coros).
También para Miguel Vega ( sax tenor), Mario Vega (trompeta), Roberto Román (percusión y voz), Tito Fuentes (bajo eléctrico), Esteban Pardo (Beta, saxofón alto) y Manuel Dávila (piano y sintetizador).
A sus conciertos en el exterior acuden miles, como ocurrió en Austin , Texas, en un festival a ocho tarimas que reunió a pesos pesados de la talla de Neil Young, Jack White, The Roots y Gotye.
“Al principio, nos asustamos porque antes de nosotros tocaba un grupo de gospel y había como 300 personas. Los niños corrían por ahí (frente al escenario) y dos señoras aplaudían.
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“Cuando salimos al escenario, nos esperaba una barra de ticos. Nos sentimos acuerpados”, rememoró Roberto Román. Para cuando terminó la presentación, los ticos habían hecho bailar a más de 8.000 personas.
El boleto a ese espectáculo lo ganaron tras su participación en el Festival Imperial (en La Guácima, Alajuela, en octubre), al que llegaron por aclamación popular mediante un concurso en Facebook. Algún fan los postuló y, sin saberlo, selló su destino. Ahí mismo, tras presenciar el efecto devastador que tuvieron entre la muchedumbre aquel día, la firma C3 Presents decidió llevarlos a Estados Unidos.
“Yo no escuché cuando le dijeron a Carol (Campos, la representante del grupo) y por error me metí por una puerta que daba al salón de prensa. Todo el mundo me decía ‘felicidades’, pero yo no sabía por qué tanta felicidad.
“En eso, un periodista me dijo: ‘¿No viste que ya están confirmados para el festival de Austin?’ Yo ni tenía la menor idea de qué era eso”, contó Mauricio Ariza, un músico ocurrente cuya chispa es capaz de desatar una explosión de carcajadas.
El precio del deber
Para perseguir sus sueños, los sonámbulos –nombre que adquirieron por Ariza– tuvieron que abandonar novias, trabajos y proyectos. Todo quedó en refrigeración cuando decidieron aventurarse en giras, aunque para eso tuvieran que estar dispuestos a dormir en parques o a mal comer.
Cada uno de ellos provenía de diversas corrientes musicales ( grunge, punk, metal, tropical), pero todos tenían algo en común: espíritus libres de creatividad desbordante.
“No hacemos ritmos; hacemos mezclas . Fusionamos sin querer. A veces no sabemos cómo se toca algo”, reconoce Daniel Cuenca, el del extraño sombrero. “Evitamos los estereotipos”, lo secunda Beta ; “hemos sido muy libres; muy nosotros mismos”. Tito , el bajista, reconoce sin sonrojo que a veces no sabe cómo tocar ciertos ritmos. Entonces se deja llevar por el instinto; sin ataduras, sin temor al qué dirán sus colegas.
A Miguel Vega, sus amigos le dicen que lo más divertido de Sonámbulo “es ver la gozadera que se tienen allá arriba (en el escenario)”. ¡Y es cierto! Cualquiera que los vea en escena desearía estar ahí para golpear un tambor, rasgar una guitarra, raspar un guiro o siquiera sonar una clave de madera. Ellos llaman a eso “el trance” y nunca les falla.
Las locuras no han faltado. Roberto Román, el percusionista, recordó que durante un concierto en Cortegada –un pequeño municipio en la provincia de Orense, en Galicia (España)– los emocionados espectadores quitaron las escaleras para que no pudieran bajarse del escenario.
“Habíamos terminado de tocar y nos pedían otra canción; tuvimos que improvisar. Cuando ya no teníamos nada qué tocar, se llevaron la escalera y nos llevaron una caja de cerveza. A mí me tomaron del cuello por la espalda”. En aquella ocasión, el Concejal del pueblo les sirvió de sonidista.
Mauricio Ariza recuerda que en otra ocasión, mientras tocaba un instrumento de percusión, una joven se subió a la tarima. “Se quitó la blusa y comenzó a bailar”, dice antes de romper a reír.
A uno de los músicos le robaron los anteojos y el sombrero en una prisión de máxima seguridad de Bélgica, cuando, tras un concierto en un patio, se dirigía a tomar un refrigerio. Luego, una fan que les pidió un aventón despertó en Bélgica, pero su destino era Ámsterdam, en Holanda.
Los sonámbulos se saben ganadores del cariño de un público fiel y cada vez más numeroso, pero aún no asimilan que ya dejaron de ser una pequeña banda de la escena musical costarricense. “ Son casi las 12 y media; que Dios nos haga dichosos en su andar ”, vuelvo a tararear. ¿Será que Daniel podría decirme dónde puedo conseguir un sombrero como el suyo?