Podría decirse que la vida de Sila Chanto Quesada se dedicó a traspasar los límites establecidos pero, en realidad, pareciera más que para ella nunca existieron. Hasta su propio Muro, que expuso en el 2015 en el Museo de Arte y Diseño contemporáneo bajo el nombre Bitácora de los oficios, no era de paredes sólidas e impenetrables, sino de tela semitransparente, con siluetas anónimas delineadas a ambos lados de la tela de gasa de 80 metros que recorría el museo.
Era justamente allí, desde los formatos de sus obras, donde Chanto rompía los moldes: creó grabados tridimensionales en soportes inimaginables para el arte costarricense que la precedió.
Fue parte de esa generación de artistas que desafió la tradición y se abrió paso en nuevas formas de dialogar con la realidad a través del arte.
"Sila se desmarcó de la sombra enorme de Paco Amighetti, y poquísimos grabadores pueden decir lo mismo", recordó el artista costarricense Joaquín Rodríguez del Paso en el momento de su muerte, el 29 de julio, por causa de un mal renal.
Fue capaz de separarse de sus maestros ya que los conoció de cerca: estudió Escuela de Artes Plásticas de la UCR, donde obtuvo el bachillerato en Artes Plásticas con énfasis en grabado.
También realizó estudios de maestría en Historia Aplicada con énfasis en Poder y Control Social, en la Universidad Nacional.
De allí se desprende su interés por la investigación minuciosa previa a la ejecución de sus obras, un legado intelectual que también se evidencia en sus ensayos y en Las peras del olmo, una exposición presentada durante el 2004 en el Museo de Arte Costarricense sobre la obra de la caricaturista Emilia Prieto. La revisión de la obra de Prieto, que le hizo ganar el premio Áncora del periodo 20032004, corrió por parte de Chanto y su amiga Carolina Córdoba.
No obstante, Chanto no fue retadora solo en la forma sino en el fondo. "Sila Chanto fue una persona que generó polémica ante problemas políticos, en torno a la mujer y al replanteamiento de los métodos artísticos tradicionales", señaló la artista Dinorah Carballo.
Un ejemplo de ello fue su obra Kiloarte (2007), donde la artista cuestionó el proceso de exhibición y comercialización de la creación artística como objeto de consumo. En ella, el grabado estaba arrollado y se invitaba al público a comprarlo por kilo, cual si de un mercado o tienda de telas se tratara. Destacó no solo por la imagen, sino por la palabra y la poesía. En el 2002, recibió una mención honorífica en el Certamen de Poesía Heterogénesis, realizado en Suecia.
Tan solo un año antes había recibido el Premio Nacional Aquileo Echeverría en Artes Plásticas en el área de Grabado.
Su creatividad y capacidad de desmarcarse como artista la llevó a realizar 80 exposiciones en países como Alemania, Dinamarca, Italia, Francia, Puerto Rico, México, Honduras, Bulgaria, España, Estados Unidos, Cuba, Japón, Argentina, Nicaragua y Ecuador. Luego de recorrer el mundo con su obra, "se fue a estampar el Universo", como dijo la artista costarricense Marcia Salas sobre la artista.
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