Napoleón Bonaparte hizo gala de su valentía cuando emprendió numerosas campañas bélicas entre los siglos XIX y XX. Sin embargo, durante su vida, nunca pudo mostrar el mismo coraje cuando de mininos se trataba.
El emperador francés tenía ailurofobia, es decir, un miedo irracional a los gatos. El “pequeño cabo” no solo se desesperaba al ver uno, sino que entraba en estrés cuando le pasaba por la mente la más ligera posibilidad de tener un encuentro con estos animales.
Un porcentaje de entre 7,2% y 11,3% de la población, sufre de fobias específicas, según el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales de la Asociación Psiquiátrica Americana. En este tipo de fobias, la persona experimenta un miedo desproporcionado cuando se enfrenta a lo que teme; puede ser una situación en particular, un objeto inanimado, o un animal o un insecto, solo por mencionar algunas fuentes del temor.
Las fobias se pueden diferenciar de un trauma o de un ataque de pánico, pues –en estos casos– la persona solo siente miedo cuando se enfrenta a lo que teme, mientras que en las fobias, el temor puede aparecer con tan solo imaginar que se está en una situación específica.
Así, hay muchos que le temen a las culebras y otros (probablemente menos) que sienten lo mismo hacia los teléfonos (telefonofobia) o hacia la mismísima suegra (penterafobia). En todos los casos, se presentan síntomas similares: un temor excesivo, persistente e irracional, que puede derivar en síntomas como sudoración, náuseas, angustia extrema y, principalmente, el miedo extremo de enfrentarse a lo que más temen.
Sucede lo mismo con otros tipos de fobias, como las de tipo natural (a ventoleros, aguaceros, relámpagos), las situacionales, las fobias de trauma y sangre, las fobias relacionadas con agorafobia (miedo a estar solo) y los temores sin fundamento a contraer ciertas enfermedades (por ejemplo, la sidofobia y la cancerofobia).
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El doctor Luis Alfredo Meza Sierra, jefe de Psiquiatría del Hospital San Juan de Dios, explica que la gravedad de las fobias radica en que “la persona sabe que su temor es excesivo, pero aun así, este le limita las posibilidades y oportunidades laborales, académicas, amorosas y recreativas, pues, de algún modo, la fobia siempre está presente. Hay cosas que a la persona le gustaría hacer, pero no puede porque les teme”.
No hay evidencia de que el factor genético tenga una alta incidencia en las fobias; sin embargo, estas sí pueden derivar de “modelos”; por ejemplo, cuando en la casa alguno de los padres tiene un miedo desmedido hacia alguna situación en particular y se lo traslada a sus hijos. Estos lo emulan porque siempre lo ven reaccionar con gritos, ademanes y hasta llanto. Otras personas que son propensas a sufrir fobias son quienes ya presentan otros trastornos de ansiedad.
Armando (quien pidió no ser identificado con su nombre completo en este artículo) sabe lo que es limitar su vida a causa de la fobia social, o lo que él llama “pánico escénico”. Él asegura que los padecimientos lo afectaron en su profesión pues, en muchas ocasiones, debía dirigirse a otras personas, pero sufría de ‘parálisis’ en el momento de tener que hablar. “Hubo momentos en que dejé abandonado mi trabajo para evitar sentir pánico; lo que más bien agravaba la situación. Ante mi negativa de hablar en público, mis compañeros me juzgaban como una persona poco profesional”, comenta.
Él recibió atención por su fobia social en sesiones de psicoterapia con la psicóloga clínica Paula Llobet. El tratamiento fue progresivo y se centró en la hipnosis clínica. Por medio de esta, se hizo una reprogramación mental y se mitigó su temor excesivo. Según asegura, así ha logrado controlar en gran medida su ansiedad al presentarse en público. “Mi vida ha cambiado significativamente; ahora puedo expresarme en público con mucha libertad y mayor facilidad, como no pude hacerlo antes. Ahora siento el respeto de las personas que están a mi alrededor”, comenta Armando.
Esto es lo que Meza Sierra describe como “desensibilización”, y esta se logra mediante un acercamiento progresivo a aquello que se teme. Por ejemplo, en la fobia a los perros, el paciente puede comenzar viendo fotos de estos animales, luego podrá observar de cerca a un can pequeño; posteriormente, debería tratar de acercársele, y más tarde, acariciarlo.
Sin embargo, no todos los tipos de fobia se tratan de la misma manera.
La psicóloga clínica Helena Garrido asegura que los dos tratamientos más eficaces en la atención de fobias son la terapia cognitiva-conductual y los psicofármacos. El primero de estos “se dirige a educar al paciente con respecto al trastorno, a apoyarlo en el análisis racional de la peligrosidad real del objeto o situación temida, y a guiarlo en el entrenamiento progresivo para enfrentar gradualmente las situaciones u objetos temidos”. Los psicofármacos pueden ser utilizados como complemento del tratamiento pero no son una solución por sí solos.
Por su fobia, se dice que Napoleón se rehusó rotundamente a utilizar gatos para detener la plaga de ratas que invadió París en su era y, en cambio, defendió a capa y espada el uso de raticidas. De hecho, el emperador francés murió sin poder dejar de brincar cada vez que veía uno de estos felinos.
A continuación, un catálogo de fobias:
Hipopotomonstrosesquipedaliofobia: También conocida como sesquipedaliofobia, es la fobia a las palabras largas o, más concretamente, a pronunciarlas mal en una conversación o presentación oral. Esto se relaciona con timidez social.