En algún lugar del mundo, quizá navegando, está un hombre grueso, de pelo blanco y barba recortada, que pone de segunda la vida de un cazador frente a la de una foca en extinción. O la de un delfín, o un tiburón o una ballena como la que dice haber mirado a los ojos en un instante mágico en 1975.
Ese hombre tiene un juicio en espera en Costa Rica. En Japón lo quieren enjuiciar y en Alemania le tienen bien guardado el pasaporte estadounidense a este canadiense mundial que se fugó el 23 de julio , al ver que su libertad era una especie en extinción.
Se llama Paul Franklin Watson y dicen que tiene domicilio en Malibú, California, pero él es un animal de mar. Se pasa la vida navegando como tal vez lo esté haciendo en este momento, un año después de que la Justicia de Costa Rica emitiera una orden de captura por un episodio ocurrido en el 2002 con pescadores puntarenenses, una acción imposible de imaginar si jamás se ha visto una película de piratas.
Ahora mismo está en fuga. Escapó de Alemania en la penúltima semana de julio. Debía firmar obedientemente después de que adquirió la libertad bajo fianza con $300.000. Japón pidió la extradición por causas propias vinculadas a los balleneros y, en cuestión de horas, Watson se fue de Alemania con rumbo desconocido.
Ahora es un fugitivo, pero no cualquier fugitivo. Es un ambientalista de fama mundial. Buena o mala, pero fama mundial gracias a sus atrevidas operaciones marinas que consisten básicamente en atacar a quien él crea que está atacando a la fauna.
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“Es un héroe”, dice su abogado en Costa Rica, Federico Morales. Para otros, es un pirata ambientalista e incluso un ecoterrorista, como lo califican numerosos artículos que en su contra se han acumulado en casi 40 años de activismo.
Su nombre pulula en Internet y su imagen también. Decenas de fotos lo muestran con su cara cachetona y barba o bigote según cuando. Tiene una melena blanca, corta y tupida que se le levanta con el viento cuando navega en la cubierta del Ocean Warrior , la embarcación que, en la mañana del 22 de abril del 2002, se lanzó como una ballena asesina sobre un pequeño barquillo tripulado por siete puntarenses, con el pretexto de que estaban cazando tiburones para cortarles la aleta.
“Peligro de naufragio” es el delito que se le imputa a ese hombre blanco y gordo, cuyo rostro abunda al lado de una bandera negra con calavera y tridente. La vieron aquella mañana los pescadores, antes de que el barco de 50 metros de largo los golpeara con su casco de acero y les lanzara bengalas y chorros de agua a presión, según su relato.
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Watson venía en ese barco, fungiendo como capitán, un título que suele usar sin haberse graduado jamás de una escuela naval. Los años de experiencia marina comenzaron en el servicio de guardacostas canadiense y siguieron como tripulante de mercantes por mares de todo el mundo, según su biografía oficial.
Continuó como navegante de la organización ambientalista Greenpeace, de donde salió a finales de los 70, cuando fracasó ante las formas suaves (“Son una panda de burócratas y contables”, dijo en marzo en una entrevista con El País , de España). Fundó en 1977 el grupo Sea Shepherd Conservation Society y quizá hoy, mientras usted lee esto, él siga acumulando millas náuticas en mares lejanos a los ojos de la Interpol.
Nadie sabe cómo ni en qué momento salió de Francfort casi tres meses después de caer detenido por una orden de captura internacional emitida por el Tribunal Penal de San José en octubre del 2011. Lo que se sabe es que logró escapar de esa ciudad después de dejar de cumplir con la firma obligatoria que le impusieron cuando pagó los $300.000 de fianza.
Semanas antes se reunió ahí en Alemania, en Stuttgart, con Enrique Castillo, canciller de Costa Rica . Este, de traje y corbata, y él, de camisa negra con dibujito de calavera, sabiendo de que decenas de activistas se manifestaban a cuatro calles para pedir a la presidenta Laura Chinchilla que retirara la orden de captura internacional contra su capitán. Como si ella pudiera.
“No tengo problemas con el sistema judicial de Costa Rica, pero tengo muchas amenazas en mi vida. Esa es una de las razones por las que estoy preocupado de ir a Costa Rica”, dijo entonces a un reportero de La Nación.
Porque los abogados son parte de la tripulación de Watson. En 1993, estuvo detenido en Canadá, y en 1997, la Justicia noruega lo condenó en ausencia por intentar hundir embarcaciones pesqueras. En Terranova (Canadá) también han intentado enjuiciarlo y debió salir de Islandia bajo el ojo de los policías. Esta información, citada por Wikipedia, no aparece en la biografía de Watson publicada en la página de su ONG.
Watson no ha dicho que sus acciones de choque cumplen las leyes de los países que lo persiguen. Su argumento es que las leyes de esos países no son coherentes con el derecho internacional, que lo facultan para atacar a pescadores ilegales, como los puntarenenses, a quienes nunca pudieron demostrar que estuvieron “aleteando”.
¿Un avanzado?
“Él es un activista de vanguardia, pero las leyes siguen quedándose atrás en relación con el progreso de los tratados internacionales para defensa del ambiente”, justificó el abogado Morales.
La única prueba de aquel episodio en el mar es un video grabado por el equipo de Watson, de casi 30 hombres.
Están orgullosos de la embestida de su barco sobre el pesquero Varadero I allá donde nadie vigila , en aguas guatemaltecas. El cazador de cazadores ordenó el ataque con agua a presión y municiones de salva, según detalla la acusación. Las imágenes solo muestran el chorro potente y la acometida desigual contra el barquillo, cuyos tripulantes después aceptaron ir remolcados hacia Guatemala, donde iban a ser dejados en manos de las autoridades, según Sea Shepherd.
Algo confuso pasó y Varadero I pudo devolverse a Costa Rica, donde no tardaron en poner la demanda que ahora tiene convertido a Watson en un fugitivo de la Interpol.
La violencia del barco en esas imágenes contrasta con la apacibilidad de Watson al hablar. Para ser una especie de pirata, su rostro es demasiado bonachón, incluso en las partes del video en que ordena la arremetida. Parece un Santa Claus vanidoso, de no ser por su estética de camisa negra y el recurrente símbolo de la calavera.
Ese es un “un ambientalista de formas extremas, que se defiende de manera ruidosa y que cada vez pierde más credibilidad”, según el ministro de Ambiente costarricense, René Castro, quien aceptó que una parte de los ambientalistas nacionales apoyan sus estrategias de choque.
Para otros es un justiciero sin dobleces, una mente avanzada que se sobrepone a las fronteras y las leyes nacionales en aras de la sostenibilidad de la naturaleza marina. Es una figura mundial que estuvo casado con una exportada de Playboy . Es alguien que recibe el apoyo moral y financiero de Pamela Anderson, Sean Penn o Sean Connery, cuyas billeteras ayudan a que la ONG reciba hasta $12 millones por año.
Para ese hombre, masticar un arroz con atún o saborear un ceviche son actos criminales. Y punto.