Oliver Sacks tuvo tantas vidas, que a la séptima dejó de contar. En sus 82 años, el célebre neurólogo y escritor inglés sobrevivió a bombardeos de aviación, a la desnutrición infantil, a migrañas horribles, a la adicción a las anfetaminas y al LSD, a depresiones, a la rotura de una pierna, al insomnio, a alucinaciones y al cáncer en un ojo, mal que derivó en una metástasis en el hígado, por la que murió el 30 de agosto en Nueva York.
Pese a tantas desventajas, Oliver Wolf Sacks se dio tiempos para graduarse de médico, practicar su profesión, para ayudar a enfermos del cerebro y de la mente, y para escribir libros autobiográficos, y otros en los que narró –con microscópicos detalles– los padecimientos de personas que acudieron a él en busca de una cura o al menos de un alivio.
Él les dio dosis de medicinas y dosis de humanidad: nunca sabremos cuáles funcionaron mejor.
Milagro de la L-dopa. Sacks nació en Londres en 1933 en una familia de origen judío, de madre y padre médicos. Graduado de médico en Oxford, viajó a California, donde hizo una residencia médica, y luego a Nueva York; allí vivió desde 1965. Su fama comenzó en 1973 con la publicación del libro Despertares. En él narra cómo, en 1966, hizo beber la droga L-dopa a pacientes de un hospital neoyorquino semiinconscientes a causa de un virus que los había atacado en su infancia. Muchos pacientes "despertaron", y algunos recuperaron sus facultades mentales y físicas. Todo esto se narra en la cinta Despertares, de 1989, en la que Robin Williams representó a Sacks.
El médico publicó cientos de artículos y 13 libros; en muchos de ellos narró casos de personas que sufrían los más extraños padecimientos, mentales.
Una abominación. Sacks aceptaba que "no tenía madera de investigador" (Alucinaciones, cap. VI), pero sus relatos médicos y sus comentarios suscitaron la curiosidad de millones de personas, y también la compasión ante el dolor ajeno.
Sus libros confirman que el ser humano nunca dejará de sorprender por sus defectos de salud, pero también por su entereza para afrontarlos. Sus pacientes solían resaltar la dedicación que recibían de Sacks, quien parecía convencido de un viejo dicho: "No hay enfermedades, sino enfermos".
En sus muchos escritos, Sacks nunca se refirió a su vida sentimental (excepto en una frase perdida en Alucinaciones). Solamente en su libro más reciente: On the Move ("En movimiento", aún no traducido), se detiene en algunos pasajes.
Así, el médico recuerda que, cuando su madre supo que él era homosexual, lo increpó: "Eres una abominación. Desearía que nunca hubieses nacido". Oliver tenía 18 años, y tal sentencia lo marcaría de por vida. Tras algunas relaciones infructuosas, Sacks decidió practicar el celibato; así lo hizo durante 35 años, hasta que, con 77 años, conoció al periodista Bill Hayes. Con él vivió los últimos seis años de vida.
Honores. Pese a todo –a sus enfermedades y a su soledad–, Oliver Sacks fue un hombre que extrajo calor a la vida: se aficionó a la química, la música (escribió el libro Musicofilia), la poesía, los deportes (fue pesista y nadaba todos los días), los viajes y la velocidad (fue motociclista de carretera)...
Gozó de honores profesionales y literarios. Fue miembro de las academias Estadounidense de las Artes y las Letras, de Ciencias de Nueva York, y Estadounidense de las Artes y las Ciencias. Sacks fue doctor Honoris causa por seis universidades.
En febrero último se le comunicó que el cáncer que había padecido, se le había extendido y que le quedaban pocos meses de vida. Publicó entonces un artículo en el que expresó: "Mi sentimiento predominante es la gratitud. He amado y he sido amado. Se me ha dado mucho, y he correspondido con algo".
Una vez se le preguntó qué era él, y contestó: "Un viejo judío ateo". Seguramente habría querido salvar a su amigo Robin Williams. Un amigo puede ser un paciente ya que, para el buen médico, un paciente debe ser un amigo.
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