Son las 4:50 a. m. y en Marañonal de Esparza aún no ha salido el sol. Mientras la brisa de la madrugada silba sobre las casas, varios caminantes vienen del oeste forrados en abrigos y bufandas, todos con un libro en la mano. Se llama salterio y es un compendio de salmos, himnos y otras oraciones.
Tras una brevísima espera, se abren las puertas del templo y los caminan tes pueden ingresar. Otros enchaquetados llegan del norte y algunos más, del sur. Por allá, en bicicleta, aparece una joven con una guitarra a la espalda. Se llama Rosa Vega y ya perdió la cuenta de las Cuaresmas en que ha madrugado para ir a su parroquia a cantar las laudes u oraciones de la mañana de la Iglesia católica.
“Siempre rezo laudes. Cuando no es Cuaresma, igual me levanto una hora antes de ir al trabajo para rezar”, dice Vega, quien ocupa un espacio en las bancas del templo junto a otros 67 fieles.
Todos abren su libro y juntos comienzan a recitar su contenido. “¡Ayúdanos para el combate que tendremos!”, exclama el sacerdote José Antonio Maya, quien funge como pastor del grupo. Los 68 han creado con las bancas un espacio circular y ahora participan en la salmodia de Rosa. Ella entona un verso y los demás cantan el verso siguiente.
“Hacemos esta pequeña penitencia de dormir un poco menos para reunirnos a rezar y así prepararnos para la batalla del día”, explica el presbítero.
La oración de las laudes se remonta a la época de los primeros monjes y monasterios y se sabe de esta desde el siglo VII. Conforme evolucionó la Iglesia, se agregaron otros tiempos de oración de nombres tercia, sexta, nona, vísperas y completas, y todas estas conformaban la llamada liturgia de las horas.
Después del Concilio Vaticano II, la Iglesia se abrió más a la feligresía y se pusieron a su disposición los salterios. “Estos oficios los habían dejado para los curas y los frailes, pero ahora todos podemos participar”, dice el padre Maya con acento español.
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Quince minutos de silenciosa oración son interrumpidos por una nueva intervención de Rosa para entonar otro canto litúrgico. Son las 5:42.
Las laudes terminan con un padrenuestro, el rito de la paz y la bendición del sacerdote sobre los presentes, quienes se aprestan a volver a su casa o a enrumbarse al trabajo. Uno que otro se salió un poco antes para tomar a tiempo el bus.
Pero ¿por qué todos los días del tiempo de Cuaresma, de lunes a viernes, alguien habría de dejar las cobijas una hora antes para ir a la iglesia a rezar? “Esto ha dejado de ser un sacrificio para convertirse en una necesidad”, comenta Wallace Quirós, quien lleva más de 15 años de hacerlo. Su esposa, Sandra Fallas, lo acompaña.
“Me levanto a las 4 a hacerle el almuerzo a un hijo que está en el colegio técnico, y media hora después, me alisto para las laudes”, explica ella, quien tiene diez hijos más. “No somos santos, solo personas comunes y corrientes, con problemas como todas las familias; pero a través de la oración, Dios nos da las armas que necesitamos”.
“Orar es como respirar; el que no respira se muere. El alma y el espíritu que no se oxigenan se vienen abajo”, concluye Maya.