Un agricultor es sospechoso de asesinar a dos adolescentes en Cartago. Es el crimen de los músicos quinceañeros que conmovió al país a inicios de año. Pero semejante huella de maldad ya se ha visto muchas veces antes: en la década de los 90, un campesino de modales hasta ese momento impecables decapitó a tres pescadores a quienes acusaba de contaminar el río Guacimal. En barrio La Granja de Montes de Oca, dos estudiantes universitarios llevaban puñales entre los libros y terminaron matando a tres personas.
Hace nueve años, un taxista perdió el control de sus actos y liquidó a cinco personas en un solo día, antes de suicidarse. Fue en Río Grande de Paquera, una comunidad sencilla y tranquila.
No hace falta acumular una larga carrera delictiva para convertirse en asesino múltiple. En algunos casos, puede que sea la primera visita a los despachos judiciales. No se trata de sicarios, ni de bandas de delincuentes peleando territorios.
¿Por qué algunos individuos están más predispuestos que otros a cometer hechos de violencia extrema? ¿Qué dispara ese invisible interruptor? ¿Cuáles factores desencadenan la explosión de maldad, mientras la mayoría de la gente logra contenerse?
Alexander Vargas Rojas es un hombre de contextura menuda. Debe medir menos de 1,70 metros y sus manos son pequeñas, se podría decir que parecen frágiles. Usa anteojos y, con 45 años, tiene la vanidad de pedir que no le tomen fotografías sin gorra, porque ya casi desapareció todo el cabello.
A Vargas (apodado Repollo ) lo entrevistamos en una sala del Centro Penal La Reforma, calurosa y totalmente protegida por barrotes. Está ahí por el homicidio de tres personas en barrio Fletcher de Tibás en noviembre de 1995. Se suponía que solo iba a ser un asalto; que junto a un cómplice iban a forzar a un gerente bancario a abrirles la bóveda repleta de tesoros.
Pero algo salió terriblemente mal . Dos adultos y un bebé terminaron asesinados. Al final, los asaltantes no lograron robarse nada.
Alexander atribuye lo ocurrido a una mala ambición, al deseo de dinero fácil. Pide no profundizar en los detalles del caso, para no remover el dolor de los familiares de las víctimas. Tiene esposadas esas pequeñas manos que hace casi dos décadas fueron capaces de cometer la peor atrocidad. Por si las esposas no fueran garantía suficiente, a su lado dos policías penitenciarios presencian la entrevista, silenciosos pero atentos.
La Revista Dominical buscó a Vargas Rojas y a Olman Salas Villegas –la otra persona condenada por este triple homicidio– para conversar sobre ese día en que se saltaron todas las reglas de convivencia en sociedad. El objetivo no es revivir la aflicción entre los sobrevivientes y la comunidad donde ocurrió la matanza, sino conocer el testimonio de dos individuos que descendieron al abismo de la peor violencia ( ver entrevistas aparte ).
También se consultó a especialistas para conocer qué puede explicar estas conductas y qué tipo de señales lanzan la alertan sobre casos similares.
Los peores trastornos criminales de la personalidad se conocen como psicopatía. Son las personas más propensas a cometer homicidios múltiples u otros hechos antisociales. Sin embargo, no todos los autores de crímenes son psicópatas, incluyendo los casos reseñados en este artículo, aunque hayan mostrado al menos de manera temporal predisposición a la violencia.
Los criminólogos y psicólogos forenses achacan las conductas muy violentas a la ausencia de los llamados “controles inhibitorios”. Estos controles son el freno que poseen los seres humanos para bajar revoluciones y mantener a raya la ira en situaciones de conflicto o estrés.
“Cuando los controles inhibitorios fallan, la persona puede terminar canalizando sus emociones –como el enojo, los celos o la frustración– en forma de violencia hacia otros humanos”, explicó Gerardo Castaing, investigador y especialista en criminología. Durante su carrera, le ha tocado escrudiñar muchas veces qué hay detrás de una mente homicida.
“Los controles inhibitorios permiten hacer un rápido análisis de consecuencias. Entonces, la persona comprende que sus actos pueden causar mucho dolor, o que puede terminar en prisión. Quienes carecen de tales frenos, ceden al impulso y dejan que las emociones los dominen”, añadió Castaing.
Laberinto mental
Mario García Hidalgo es psicólogo criminalista con 25 años de experiencia en el Organismo de Investigación Judicial. Le ha tocado estar del otro lado de la cinta amarilla en muchos de los peores homicidios cometidos en el país en el último cuarto de siglo.
Mientras la prensa trata de reconstruir lo ocurrido con mayor o menor grado de sensacionalismo, García examina las piezas del macabro rompecabezas para tratar de comprender al asesino y sus motivaciones.
También estudia constantemente literatura sobre el tema y se mantiene al tanto de las más recientes investigaciones. Es una voz autorizada cuando afirma que no hay evidencia concluyente sobre cuánto peso tienen los rasgos hereditarios en alguien con tendencia a perder los controles inhibitorios.
Dos grandes posibilidades siguen abiertas, o bien una combinación de ambas: que el homicida trae algún tipo de predisposición o que fue condicionado por experiencias de la niñez y adolescencia, cuando se iba desarrollando su personalidad.
“Se han hecho estudios sobre cerebros y se ven algunas diferencias (en el caso de los psicópatas). Pero no hay una definición concluyente sobre cuáles factores tienen más peso”, comentó el psicólogo forense en una entrevista para este reportaje.
El criminólogo Gerardo Castaing también recordó que en un estudio médico se encontraron anomalías en una parte del cerebro de las personas con conductas psicopáticas. Los análisis mostraron que presentan un daño en una membrana llamada duramadre, que ayuda a proteger la cavidad cerebral.
Una deformación de este tipo puede producirse durante la infancia, incluso al sacudir o golpear muy fuerte a un bebé. La persona nace normal, pero un descuido le desacomoda esta parte tan sensible del organismo. Sin embargo, de nuevo, no se trata de un factor concluyente que permita explicar por qué unas personas son más propensas a la violencia extrema.
En el caso de las experiencias de vida, haber estado expuesto a maltratos durante la niñez podría condicionar a cierta gente a respuestas violentas. Mas, no todo ocurre en la infancia: participar en una guerra también puede causar heridas en la psique de un adulto.
Jugar a matar
El psicólogo forense Mario García está convencido de que, además de la posible carga hereditaria y las experiencias de la niñez, hay un desencadenante que explica la conducta psicopática: el estímulo violento de televisión, cine y videojuegos.
“El espacio recreacional de los jóvenes está siendo ocupado por historias de psicópatas y homicidas sexuales que reproducen en películas y juegos los peores actos de la vida real. Los muchachos comen pizza viendo a un actor ganador del Óscar devorarle el cerebro a otro. Así, estamos potenciando la posibilidad de que un muchacho pueda terminar cometiendo un hecho similar”, comentó García.
Según esta teoría, matar a decenas de personas en una sesión de videojuegos, o presenciar un cruento homicidio mientras se mastican las palomitas de maíz en el cine, podría insensibilizar a algunas personas frente a la violencia extrema. Y es que uno de los frenos inhibitorios más fuertes es la empatía: esa característica del ser humano que le permite ponerse en el lugar del otro e imaginar sus reacciones o el sufrimiento que sentiría en caso de un daño extremo.
Pero aun cuando esta sobreexposición a la violencia fuera determinante en la formación de la mente psicopática, lo cierto es que (afortunadamente) solo un pequeño porcentaje de la población termina cometiendo hechos muy graves.
El canadiense Robert Hare es uno de los principales investigadores sobre psicopatía en el mundo. Creó el test más importante para detectar estos trastornos de la personalidad y, según mediciones que hizo en la década de 1990, el 1% de los individuos obtiene en los estudios puntuaciones que corresponden a psicópatas.
Según afirmó en una entrevista con el diario español ABC , esto aplica para todas las sociedades en el mundo. Es decir, no hay ningún grupo humano o país cuyos habitantes sean más propensos a desarrollar violencia extrema.
Hare destaca la empatía como un elemento clave de las conductas psicopáticas. “La empatía es una característica humana y se puede representar con una curva. La mayoría estamos en el centro. Ambos extremos son malos; tampoco es buena demasiada empatía. La naturaleza nos ha dado la capacidad de conectar (con otras personas), pero los psicópatas no tienen esa capacidad”, amplió en la entrevista con ABC .
La gran escala
No todos los homicidas son psicópatas. De la misma forma, hay una gran variedad de conductas psicopáticas que no desembocan en asesinatos.
En otros casos, ante un estímulo muy específico –como el temor a ser descubierto en un delito– algunas personas rompen el freno inhibitorio y hacen todo lo posible por cubrir sus pasos, incluyendo la eliminación física de posibles testigos.
En el río Guacimal, tres pescadores murieron decapitados a finales de 1990, cuando un vecino de la zona llamado Edwin Aguirre los ajustició porque supuestamente contaminaban el agua para extraer camarones. Aguirre no quiso hablar para este reportaje, aunque se le abordó cara a cara (ver nota aparte).
Este caso muestra cómo funcionan los controles inhibitorios: cualquier persona se indignaría por la contaminación de una fuente de agua, pero casi nadie tendría una respuesta de semejante magnitud. La ira se canalizaría a través de una denuncia o un reclamo. El freno invisible permite hacer un análisis de consecuencias y generar empatía para respetar la vida humana.
Los homicidas funcionan de una manera distinta, aunque entre ellos hay diferentes escalas y características. Algunos asesinos, por ejemplo, propician ser descubiertos, porque necesitan reconocimiento hacia sus actos.
El trabajo de la Policía es determinar el grado de premeditación y de saña en la escena del crimen. Así, sabrá si está frente a un delincuente habitual o si es alguien que no pudo contenerse.
Jorge Rojas, exdirector del Organismo de Investigación Judicial (OIJ), acumuló amplia experiencia como investigador en criminalística. “Hay que comprender bien los hechos, hacer que la evidencia hable. Ahora, los investigadores están mucho mejor preparados para atender este tipo de casos en Costa Rica, que al principio pueden parecer incomprensibles”.
En un homicidio múltiple, la motivación puede ser predatoria. Esto es, presionar a las víctimas para que entreguen las pertenencias o indiquen dónde está el dinero, como el caso de barrio Fletcher de Tibás mencionado con anterioridad.
Otros tienen que ver con la obsesión por el amor de una persona, que en algunos casos puede no conocer siquiera al asesino.
Algunos individuos con comportamiento psicopático no son violentos, como los estafadores masivos. El criminólogo canadiense Robert Hare es muy crítico con estos delincuentes de cuello blanco. “En los escándalos financieros, con pérdidas para miles de personas, hay detrás una mente psicópata. ¿Qué tipo de persona es capaz de robar a miles de inversores? Dirán que lo sienten, pero nunca devolverán el dinero”.
La noción de qué es violencia injustificada también puede cambiar según patrones culturales o históricos. Por ejemplo, los juicios de guerra persiguen casi siempre al bando perdedor. “Hay conductas de ejércitos ganadores que podrían considerarse criminales, pero no son juzgadas de igual manera. Más bien, regresan al país como héroes”, indicó el psicólogo forense Mario García.
Dentro de esta escala del mal, hay que diferenciar a los asesinos múltiples (dos o más víctimas en un mismo hecho) de los asesinos en serie (dos o más personas en momentos diferentes). También existen los asesinos en masa, con decenas de víctimas, que por lo general, corresponden a hechos políticos.
Las alertas
Es imposible pronosticar cuál persona puede estar más propensa a hechos violentos o incluso a conductas psicopáticas. Sin embargo, los criminólogos utilizan indicadores, algunos de los cuales pueden ser analizados desde la niñez.
Provocar incendios en la infancia (mucho más graves que simplemente jugar con fósforos) o mojar la cama hasta edad avanzada son algunas de las señales; también, mostrar crueldad hacia los animales ( ver recuadro aparte).
No obstante, como ocurre con todo lo referente al comportamiento humano, es imposible establecer una conexión directa entre estas conductas y la posibilidad de desarrollar una personalidad violenta o psicopática.
A inicios de la década anterior, una niña murió asesinada por un hombre que la atrajo hacia su casa utilizando un conejo como señuelo. “Cuando trascendió ese caso, una colega psicóloga elaboró un perfil y dijo que correspondía a ‘Hombres que viven solos’. Pues hubo como tres barrios en los que apedrearon casas de hombres que vivían solos y que nunca habían cometido ningún crimen. No se puede generalizar tanto, es muy peligroso”, ejemplificó el especialista Mario García.
Lamentablemente, es hasta que la persona cristaliza un acto de violencia extrema cuando se puede consolidar el diagnóstico. Sin embargo, García recomendó que los padres estén muy atentos a las posibles expresiones violentas que puedan presentar los niños, sobre todo aquellas en las que hay ausencia de empatía o remordimiento.
La peor nochede noviembre
Olman Salas, apodado Milory , es el otro participante del crimen de barrio Fletcher de Tibás que habló con la Revista Dominical para este artículo.
Es delgado y usa un pequeño bigote. Tiene 39 años pero aparenta un poco más. Lleva casi dos décadas en prisión.
Salas también está esposado durante la entrevista, mas solo llega acompañado por un escolta. A lo mejor, esto es una pequeña deferencia por su buen comportamiento en la cárcel. Según dice, solo le han hecho un reporte disciplinario, al inicio de su confinamiento, por ocultar un puñal que conservaba como método de defensa.
Durante la conversación, llega a afirmar que no tuvo participación directa en los tres homicidios, solo en el intento de robo. Está gestionando ingresar a un régimen de confianza que le permita salir de la cárcel pronto.
Consultados por aparte, los dos participantes en el triple homicidio coinciden en que no tienen contacto entre ellos. Pese a que ambos viven en la Reforma, Repollo ha pasado la mayor parte del tiempo en celdas individuales, por su actuación en el caso y por una fuga que protagonizó en el 2001 .
Según dicen ambos, ya están listos para salir, y constantemente revisan el expediente para ver cuál recurso puede acortarles la pena carcelaria.
Al conversar con ellos, es imposible no pensar en todo lo que ocurrió aquella noche de noviembre de 1995. En cómo un simple robo acabó segando la vida de tres personas, incluyendo un bebé. En cómo el ser humano puede llegar a extraviarse en los pantanos de la peor violencia.