Unos coleccionan carritos a escala, otros pellizcan cada quincena para meterle algún extra al chuzo y otros más se abstraen de la realidad cada vez que se topan con Rápidos y furiosos mientras pasan y pasan canales de la televisión. Pero hay otros más que lo tienen todo: enormes motores, con carrocerías a gran escala y, encima, con modificaciones que no tendrían nada que envidiarle a la icónica cinta de Vin Diesel del finado Paul Walker.
Fueron los reyes de las calles en algún momento, cuando de oficio se hacían llamar traileros. Son los reyes de la pista, cuando por hobby se hacen llamar los picones de los cabezales.
Olor a llantas chilladas contra el pavimento. Espesas nubes de diésel quemado al compás del acelerador. Adrenalina. Luz roja, amarilla, verde. Velocidad. Tamaño. Testosterona.
El autódromo de Parque Viva, en La Guácima de Alajuela, ha sido por años símbolo de millaje versus el frénetico correr del cronómetro. Pero en el día del trailero, la escena es otra, empezando porque los altoparlantes no reproducen el usual hard rock de las competencias de automovilismo, sino cumbia, la música cliché de las largas rutas por Centroamérica.
Mientras los cabezales comenzaban a acomodarse entre la zona del público y 10 carretas hacían las de tarima –con sillas y asadores de carne incluidos– para los suertudos que tenían un amigo o un familiar trailero, en la explanada trasera estaba Geovanny Quesada, revisando cada detalle de su ya popular Mariaseca.
El nombre no tiene nada que ver con la estructura de fibra de vidrio que le ha forjado Quesada, sino que hace homenaje al nombre con el que su papá bautizó su grúa maderera en los años 70.
Hace 18 años, don Geovanny –aficionado a los deportes de motor y alguna vez corredor de motos en piques no precisamente autorizados– compró un Mack modelo 61 atraído por la potencia de su motor. Su hermano Miguel se encargó de hacerle un ”pimp my ride ” completo: llantas nuevas, turbo, caja, carrocería y también el motor. Ya ni siquiera lleva la cuenta de la cantidad de dinero que ha desembolsado en su Mariaseca.
Quesada hoy se jacta de tener el primer cabezal modificado en el país. “Si usted ve, todos los demás siguen el patrón de la Mariaseca”, dice con orgullo.
Con 18.000 centímetros cúbicos, calcula que su cabezal con calcomanías de seductores ojos femeninos podría llegar a alcanzar los 140 kiómetros por hora, potencia que le había alcanzado para mantener un invicto desde 1997 y hasta el fin de semana.
Con aires de triunfadora, la Mariaseca dejó en el camino al Desparacitador, el gigante rojo de Ronny Céspedes, ese que, según dice, “le mata los bichos” a cualquiera cuando pasa a toda velocidad.
Hijo de trailero, reconoce que “madereaba” desde los 15 años en San Carlos. “Por supuesto que era peligroso, pero casi no había tráficos”, recuerda.
Ahora está por llegar a los 50 años y sabe a ciencia cierta que lo suyo son las cajas de cambios con muchas más de cinco marchas.
Dice que lo mueve una afición por tener el camión más rápido de Costa Rica, y sabe que puede hacer un cuarto de milla en menos 15 segundos y algunas centésimas, aunque nunca se ha preocupado por averiguar a cuánto podría llegar el marcador de velocidad del Desparacitador, un Freightliner modelo 81 que compró hace tres años y al que le adaptó un motor Cummins KT 525 de unos 18.8000 centímetros cúbicos. “Siempre soñamos con un motor de estos”, dice.
Ya Céspedes no se dedica al transporte de cargas en rutas entre Chicago, Illinois, Guatemala y Costa Rica, sino que tiene su empresa de tráileres, vagonetas, excavadoras y hasta se metió en el negocio de los tajos. Su solvencia económica le permite poner a punto al Desparacitador sin mayores preocupaciones, algo que hasta antes de que “quebrara” el motor, le había costado unos ¢10 millones.
Una cifra similar es la que ha invertido Marco Vinicio Jiménez para, por fin, hacer que Drácula pasara de ser un conde a ser el actual rey de los piques.
El nombre de su cabezal surgió luego de un viaje de negocios que hizo con su hermano a Pensilvania, Estados Unidos, cuatro años atrás. Era la víspera de Halloween y decidieron visitar una réplica de la casa de Drácula. Ahí compró la enorme tarántula que se inmortalizó en la parrilla del Conde, además del muñeco de Drácula que viaja sobre la trompa.
El vendedor de respuestos y cabezales de 38 años, quien se estrenó en un tráiler a los 16, calcula que en tres años ha invertido unos nueve millones de colones en las modificaciones de su Freightliner 79, con motor de unos 14.000 centímetros cúbicos.
Con pinta de motociclista pandillero (camiseta blanca de tirantes, pañuelo amarrado en la cabeza, guantes negros y tatuaje de un lobo frente a la luna llena) e hijo de trailero, Jiménez se llevó las ovaciones del público en el autódromo cuando consiguió vencer a la Mariaseca.
“El Conde Drácula nació solo para correr y solo para Costa Rica”, decía momentos antes del gran pique.
A pesar de los estereotipos, el tamaño no lo es todo en el Festival Trailero. La Cobra, por ejemplo, no fue ideada para vanagloriarse en el alto del podio. Se podría decir que el de Óscar Núñez es un cabezal a escala, ideado para ser el centro de atención, aun cuando su motor no ruja como el del Conde Drácula, Mariaseca o el Desparacitador.
Este oficial de Tránsito de Ciudad Quesada –mejor conocido como Perla– es uno de los poseedores de los poquísimos vehículos marca Amigo que sobreviven, ensamblados en Costa Rica a mitad de la década de los 70.
Hace cinco años lo encontró en un taller en Zarcero y lo compró con la idea de convertirlo en un “cacharro”, pero un amigo suyo le propuso hacer de aquel pick-up un “cabezalito”.
Le adaptó reproducciones a escala de las piezas que componen la carrocería de un cabezal y le cambió el motor original por un Toyota 4K 1400. Ha invertido ¢10 millones en la metamorforsis y recién acaba de lograr que en la hoja de RTV aparezca como cabezal.
El día del trailero, Perla echó a andar su serpiente sobre la pista de los cuartos de milla, según dice, solo por hacer espectáculo: “Es simbólico, jamás le voy a ganar a una máquina de esas”.
Aun sin lograr uno de los mejores tiempos de las competencias, la Cobra es uno de los símbolos favoritos del gremio de los traileros del país. En todo caso, lo que cuenta es exhibir la máquina.