La trampa de la popularidad y el miedo a la irrelevancia
Lo que ha de ser importante no es uno mismo, sino la vida que decide llevar
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Un día cualquiera entra usted a Instagram para distraerse un rato y termina más angustiado de lo que estaba cuando se le ocurrió que aquella sería una buena idea. A la par de aquellas fotos perfectamente coloreadas y saturadas de los más célebres y entusiastas hashtags su vida promedio podría parecer terriblemente deprimente. Una secuencia de #playita, #happytimes y #paradise mientras usted está atareado en la oficina o encerrado en el cuarto puede resultar tan traumante como una hora entera de toros a la tica.
Respire: ni su vida es miserable ni la vida en la pantalla del teléfono perfecta. Cualquier psicólogo o sociólogo bien intencionado se lo confirma: aquella no es una fiel representación del día a día de las personas que alimentan ese extremadamente editado feed virtual de momentos dorados. Ahora bien, no se trata de juzgar a sus contactos ni de reprocharse a usted mismo por elegir esa foto casi perfecta, es prácticamente un instinto de supervivencia procurar inmortalizar los momentos más felices de nuestra existencia porque lo contrario resultaría más bien preocupante.
Nadie en su sano juicio querría alimentar un álbum plagado de imágenes depresivas: la fila del banco, la presa camino al trabajo, el entierro de la mascota, etc. La búsqueda de la felicidad (lo que sea que eso signifique para cada quien) nos resulta natural y es por eso que procuramos, en la medida de lo posible, rescatar con especial afecto nuestros mejores momentos.
El problema se nos presenta cuando ponemos a “competir” esas distintas concepciones de felicidad, olvidándonos de que aquellos parámetros sociales preestablecidos por nuestro sistema de convivencia no necesariamente nos aplican a todos. Entonces, cuando un sitio como Buzzfeed publica una nota titulada “Este millonario playboy es el hombre más interesante de Instagram”, hay que saber de dónde viene y cómo tomarlo.
Con más de 6.000.000 de seguidores, Dan Bilzerian ha sido proclamado el “rey de Instagram”, merced a numerosas fotos “épicas” de mansiones, yates, deportivos, armas (¿?) y, por supuesto, una numerosa cantidad de mujeres. El punto, sin embargo, no es satanizar el estilo de vida del hombre, cada quien hace de su tramo cósmico lo que desee, en eso estamos claros. Pero, como bien se lee en una calcomanía que tiene pegada en su camerino Riggan Thomson (Michael Keaton en Birdman, de Alejandro González Iñárritu), “una cosa es una cosa y no lo que se dice que esa cosa es”. ¿Es Bilzerian realmente tan interesante? ¿Es alguna especie de modelo a seguir? ¿Por qué tantas personas le han convertido en un referente?
En la película recién aludida, Thomson es un actor acabado que enfrenta una crisis existencial a partir de la angustia a la que se somete al sentirse olvidado e irrelevante. En un momento clave de la cinta, su hija Sam (Emma Stone) le hace saber que esa lucha no es exclusivamente suya: es de todos. “Te asusta a muerte, como al resto de nosotros, no ser importante; pero, ¿sabés qué?.., no lo sos, acostumbrate”.
La clave está en redefinir ese sentimiento de “importancia”. ¿Pasa por la aprobación del prójimo? ¿Pasa por ser “popular” y “conocido”? Claramente no. Lo que ha de ser importante no es uno mismo, sino la vida que decide llevar y esto, sobra decirlo, va mucho más allá de una foto en Instagram.
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