Me atrevo a afirmarlo sin mucha investigación previa: la mayor parte de los costarricenses ha escuchado hablar de este sitio en clases de Estudios Sociales, pero nunca ha estado ni remotamente cerca de sus faldas. Esta situación es lamentable, sobre todo si se piensa que no todos los países del mundo cuentan con un lugar en el que al visitante se le curan todos los males en un viaje de dos o tres días.
Un grupo de amigos muy queridos acaba de visitar la montaña que cura. Tras semanas de planificación, cargadas de vaselina para evitar las ampollas, zapatos de hiking de 200 dólares el par, búsqueda de forros polares para la noche, barras energéticas y días de gimnasio para aumentar la resistencia, subieron y bajaron en una aventura de tres días y dos noches que, más que destruir sus rodillas, reconstruyó sus espíritus. “Nada es tan personal como enfrentarte a una montaña que te señala tu propio ritmo, es increíble la inmensa sensación de soledad que podés experimentar en un solo día. Hay muchísimas, implicaciones existencialistas en un reto como este”, me dijo uno de ellos al regreso.
Una turista extranjera que conocí hace algunos días afirmaba enfáticamente que no entiende por qué los ticos preferimos viajar fuera de nuestro propio país con tanta belleza que tenemos aquí, a la mano. No la culpo: viene de un lugar en el que hay 19 nombres para la nieve y solo dos para el verde. Traté de explicarle que Costa Rica es “la Suiza Centroamericana” porque tenemos un parecido innegable con Suiza: vivir aquí es alucinantemente caro. Una gran cantidad de compatriotas vive en el límite de la pobreza, por lo que su ocio se limita a la tele de pantalla plana comprada con pequeñas cuotas. En ese sentido, es sencillo explicarse que un viaje de tres días a 500 dólares no sea prioridad para la población nacional.
Sin embargo, creo que la montaña que cura debería ser visitada por todo costarricense al menos una vez en la vida. Mi amigo Roro lo sabe. Pronto cumplirá setenta años y está preparándose para el viaje. Lleva semanas hablando de cómo va a celebrar su cumpleaños en el tope de la montaña más alta de Costa Rica. Camina cuatro horas en las cuestas de Heredia tres veces a la semana para irse preparando. Pero miremos a nuestro alrededor: nuestro ocio, en general, se limita al bar o a la tele (o a su combinación).
Cuando nos ponemos aventureros llegamos hasta Manuel Antonio. Algunos más osados van y vienen en un día a Santa María de Dota, o pasan el domingo en la Feria de la Cebolla, el Paseo de los Turistas o una poza de Ciudad Colón. Nuestro ocio requiere de un carro para llegar, de comercios locales que acepten tarjeta, de que la calle no esté muy fea.
A nuestro ocio, la montaña que cura le queda grande, le sale muy cara, le da miedo o pereza. Por fortuna, no tenemos que atravesar un océano para llegar a ella, así que es buen momento para comenzar a revisar prioridades y hacernos el favor de subir al Chirripó antes de que se nos acabe el tiempo.