Las imágenes son dantescas: chozas en llamas, mulsumanes activistas protestando en las calles de Myanmar, familias enteras atravesando campos de arroz sin alimento ni agua. Madres agotadas cargando a sus hijos mientras tratan de llegar a un lugar seguro.
Desde el 25 de agosto, unos 164.000 rohingyas han huido del pueblo de Gawdu Zara, en el estado norteño de Rakhine, en Myanmar; uno de los cuarenta y nueve países que componen el continente asiático.
“La comunidad internacional debe volcarse por el problema de Rohingya. Tiene que ser sensible no solo el mundo islámico, sino también el resto del mundo”.
Estas fueron las palabras que eligió el Ministro de Relaciones Exteriores de Turquía, Mevlüt Cavusoglu, para referirse a la situación que enfrenta la población de los Rohingya, una comunidad musulmana que, según –el medio global que trata los derechos humanos– Amnistía Internacional , “sufren desde hace decenios la discriminación institucional”.
El mundo volteó de nuevo la mirada hacia esta comunidad cuando Rakáin –el pueblo donde residen los rohingya– revivió un conflicto étnico que sufre desde hace años.
El horror se desató ese viernes 25, cuando el Ejército de Salvación Arakan Rohingya (ARSA, por sus siglas en inglés), un grupo insurgente, atacó una treintena de comisarías en el noreste del país y el Ejército de Myanmar respondió con una indiscriminada represión contra los rohingyas.
Según explicó la BBC , “Arsa reivindicó unos ataques a 30 comisarías de policía, lo que provocó una respuesta militar por parte de Myanmar”.
Desde que inició el enfrentamiento entre la minoría rohingya y el Ejército de Myanmar, ya han muerto 371 soldados del Ejército de Salvación Rohinyá de Arakan, 15 uniformados del Gobierno y 28 civiles. Además, aseguran que más de 7.000 casas han sido destruidas.
Pero las personas que conforman este grupo de rebeldes, no solamente están ahí para cobrar justicia, muchos utilizan este medio como una forma de proteger a sus seres queridos.
De acuerdo con un empleado de una ONG, que habló anonimamente para The Guardian , no todos los integrantes del grupo ARSA se unen por gusto.
“Hay dos grupos: los que realmente quieren unirse por voluntad propia y otros –más moderados– que realmente están muy asustados por ellos y sus familias, y no quieren ser parte de algo como esto”.
Pero, sin importar las razones para matar, la represalia no fue parcial; y un pueblo maltratado y sin energías, tuvo que emprender un éxodo en busca de refugio y paz. A pesar de que la mayoría son niños y mujeres, todos pagaron por igual.
Esto despertó una crisis humanitaria que obligó a los rohingyas a desplazarse hasta la vecina Bangladesh durante las últimas semanas. Con los días, la cifra aumenta con velocidad.
Desplazamiento circunstancial
La condición en la que se encuentra esta población no ha sido digna desde hace años.
Como lo reseñó la Revista Dominical, en un artículo de mayo del 2015, “la situación de esta minoría musulmana empeoró cuando estalló la violencia sectaria en el oeste de Birmania y causó decenas de muertos y más de 100.000 desplazados, en su mayoría rohingyas que habían sido expulsados de sus hogares por grupos de budistas”.
Lo que sucede es que los musulmanes rohingyas son considerados la “minoría más perseguida del mundo”.
Han vivido durante siglos en Myanmar (antigua Birmania), un país de mayoría budista. Sin embargo, las autoridades birmanas no consideran a los rohingyas como uno de los 135 grupos étnicos oficiales del país, y por ello, se les ha negado la ciudadanía desde 1982.
En 1962, un golpe militar en Myanmar, cambió el modo de vida para los rohingyas.
Todos los ciudadanos tenían que obtener y estar en posición de las tarjetas de registro nacional.
Pero, los rohingyas solo recibieron tarjetas de identificación para extranjeros. Este hecho limitó a esta comunidad musulmana el acceso al mercado laboral y a las oportunidades educativas.
Además se les prohíbe casarse o viajar sin permiso de las autoridades y no tienen derecho a poseer tierra ni propiedades.
Por eso, huyen.
La culpa
La líder de Myanmar, Aung San Suu Kyi, culpó a las noticias falsas y a una campaña de desinformación de alimentar una crisis que, según Naciones Unidas, llevó a más de 125.000 miembros de la minoría rohingya a huir a Bangladesh con historias de atrocidades cometidas por las fuerzas de segurida, de acuerdo con datos de la agencia AP.
Sin embargo, en las dos semanas transcurridas desde los ataques que propiciaron la represión, el Gobierno birmano se ha caracterizado por negar la existencia de las víctimas rohingya.
Pero la respuesta de quién ayudará a esta etnia que ha sido llamada, “sin amigos y sin tierra” es tan incierta como su futuro paradero.