Con algunas excepciones, los cerebros son los objetos más complicados del universo. Las neurociencias son los estudios del cerebro y del sistema nervioso que tratan de revelar el misterio sobre misterio que es la mente humana. Una reciente aplicación de esas ciencias es la neuroestética, que procura explicar el origen biológico de nuestros sentidos de la belleza y del arte. El cultor más conocido de esa disciplina es el biólogo Semir Zeki.
Zeki y otros investigadores aplicaron aparatos de resonancia magnética a voluntarios y descubrieron que escuchar música agradable y ver obras de arte armoniosas activa una zona del cerebro llamada "corteza orbitofrontal media" (situada encima de los ojos).
Aquellas obras no eran agradables para todos los voluntarios; no obstante, la misma zona cerebral se activaba en cada uno de ellos cuando percibían visiones o sonidos que les gustaban. Por tanto, el experimento no demostró cuál objeto es bello (este cuadro, esa canción) pues esto dependió de los gustos previos.
El experimento solo probó que hay una reacción cerebral igual en las personas; y, si es común, proviene de la selección natural.
La corteza orbitofrontal media se conoce también como "del placer" y "de la recompensa" pues reacciona ante estímulos y nos relaja. Los estímulos pueden ser muchos: no solo una pintura, sino también una taza de café y un masaje. Así pues, el placer estético es solo una de las reacciones agradables del cerebro.
Tensión o paz
Otros estudios han encontrado que los seres humanos de todas las culturas prefieren ciertos estímulos estéticos: para el sabor, los que no sean amargos; para la vista, la simetría, la proporción, la armonía cromática, etcétera; para el oído, el ritmo, la armonía y el verso métrico (porque es musical), entre otros. Instintivamente rechazamos los estímulos opuestos.
¿Por qué nos disgustan la desproporción y las disonancias? Es posible que la selección natural las haya rechazado porque las vinculó a amenazas contra la sobrevivencia.
La falta de amenazas (tigres, bombas y enfermedades) nos suscita relajación física y mental; o sea, nos causa un estado placentero.
El placer estético resultaría así el último eslabón de una cadena: ambiente confiable > relajación > atracción > placer > arte.
Por el contrario, la inquietud nace de la vista de paisajes "agresivos" y de las pinturas de Francis Bacon (artísticas, mas no placenteras), y de disonancias, como las del dodecafonismo y de Gloria Estefan.
Lo irregular y lo desagradable nos ponen tensos, nos sugieren inconscientemente que hay peligro.
No sabemos bien cuál haya sido el origen de las artes. Tal vez se haya debido a la presencia de varios elementos: autoconciencia, tiempo libre, capacidad de imitación, habilidades físicas (dibujo, danza, etcétera), prestigio del artista...
En todo caso, con las neurociencias estamos más cerca de quitar misterios al misterio de la mente y del arte.
La "belleza humana"
Algunos experimentos han precisado que la "belleza" humana se vincula a ciertas proporciones físicas: los hombres deben mostrar hombros más anchos que la cintura, y la cintura de las mujeres debe ser el 70% de las caderas (David Buss: La evolución del deseo, cap. III). Además, los rostros deben ser simétricos.
Esas características se vinculan a la juventud y a la salud, y son señales de una persona fértil. La evolución ha seleccionado las reacciones favorables a tales estímulos, de modo que casi todos nacemos con una programación cerebral que nos inclina a apreciar tales características. En este caso, "belleza" es el apodo puesto por la cultura a un instinto que favorece la reproducción en los seres humanos y otros animales.