“Propongo la ‘ley del máximo tormento’: que todo lo que los Guardias rojos hicieron, sin importar dónde estaban sus lealtades o cuál línea del Partido defendían, estaba calculado para infligir el máximo dolor a sus víctimas”. Así recordaba Xi Jianlin, víctima de las purgas de la Revolución Cultural, esa década maldita que empezó en 1966.
En su memoria El establo de vacas (1998, publicado en inglés este año como The Cowshed ), el fallecido académico narró de forma descarnada lo que otros como él sufrieron a manos de estudiantes y colegas. Era una época de virulenta paranoia: todos denunciaban a todos con la esperanza de salvarse, aunque eventualmente todos pasarían en algún momento frente a la mirilla del fanatismo.
Golpes, humillaciones, encierros, trabajos forzosos y más vejaciones llenan ese libro, aún una rareza en China. Pocas memorias y ficciones de esa índole se han publicado, usualmente con críticas inmediatas de parte de los sectores más conservadores.
Después de todo, es casi inevitable cuestionar el legado de Mao Zedong, el máximo líder del Partido Comunista, al hurgar en las consecuencias de su llamado a expulsar enemigos de la sociedad. A los escritos sobre el tema los denominan “literatura de las cicatrices”.
Heridas abiertas
Wu An’na, de Guangzhou, contó a The New York Times que cuando tenía cinco años, su familia era un blanco seguro (su abuelo había sido miembro del Kuomintang y su familia materna vivía en el extranjero).
Su casa fue allanada y sus padres arrestados; su niñera fue enviada al campo porque tenerla en casa era “explotación” y se llevó a su hermana de dos años.
“Abandonada sin familia, me puse a buscar a mis padres. No tenía idea de si estaban vivos o muertos”, recuerda. Asistió a la universidad de su padre a una de las rutinarias humillaciones públicas; allí vio cómo pateaban a un colega de su papá. Asustada, se quebró el dedo. Como no recibirían a la niña de una familia así en un hospital, se vendó el dedo sola. Para cuando encontró a sus padres, ya no podía ser enderezado.
Chen Shuxiang, de 73 años, recordó en The Guardian cómo encadenaron a su padre a un radiador y lo golpearon con una barra de hierro hasta matarlo. El conocido novelista Zhao Shuli murió en 1970 con el pulmón perforado y una costilla rota, en una de las sesiones de humillación pública. Como era “contrarrevolucionario”, no podía recibir atención médica.
En Wuxuan, en la provincia de Guangxi –donde se estima que murieron 150.000 personas–, la Agence France Presse encontró testimonios de actos de canibalismo. “Personas fueron decapitadas, golpeadas hasta la muerte, enterradas vivas, lapidadas, ahogadas, hervidas, masacradas en grupo, vaciadas de sus entrañas (...), detonadas con dinamita. Se utilizaron todos los métodos”, les informó un jubilado del Partido.
Una y otra vez, historias así se repiten en la memoria de la época. Se denunciaba al profesor de una escuela porque sabía hablar francés; un hijo acusaba a su madre de “burguesa” por haber leído a Confucio; se castigaba a quien no memorizara citas del camarada Mao... Todos eran sospechosos y sentenciados.
En la memoria
Cuando Gao Xingjian ganó el Premio Nobel de Literatura, en el 2000, pocos en China lo celebraron; menos aún, el oficialismo. El autor había salido del país en 1987, censurado y criticado con vehemencia.
Durante la Revolución Cultural, Gao Xingjian fue uno de los intelectuales enviados al campo para “reeducarse”. Quemó sus escritos anteriores y lo poco que lograba garabatear en aquellas condiciones, lo escondía bajo tierra.
“La gente no ha escrito lo suficiente sobre este tipo de terror. Deberíamos cercionarnos de que esta experiencia histórica sea conocida por las generaciones futuras para asegurarnos de que no pase de nuevo”, aseguró en una entrevista con la BBC en el 2012 .
En su novela El libro de un hombre solo (1999), entremezcla personajes ficticios con retazos de historias de la época de las persecuciones y las huidas. En esa y otras obras, escenas sobrecogedoras de violaciones grupales a las “camaradas” mujeres, varias ejecuciones sumarias y, en general, el estado de pánico, retratan un clima de terror generalizado.
No obstante, muchísimas personas que crecieron durante aquella época recuerdan los profundos cambios con algo de nostalgia. Hace pocos años, por ejemplo, en la ciudad central de Chongqing pululaban establecimientos temáticos donde canciones, trajes y decoraciones de la época de Mao recreaban una época idílica en la cual el campo se abría como terreno de aventuras y descubrimiento para jóvenes confundidos por el drama político a su alrededor.
Entre canciones como El este es rojo y platillos campestres, jóvenes que desconocen lo que pasó en los años 60 y 70 pueden disfrutar el kitsch propagandístico de una época en la cual lemas de esperanza saturaban la conversación.
“La China de hoy se siente tan fría y desapegada en comparación con lo que vivieron mis abuelos”, dijo Wang Shuai , de 22 años, a The Atlantic . “Es una lástima que la gente ya no está acostumbrada a compartir y trabajar junta”, comentó a la revista.
Quizás sea difícil imaginar, para un costarricense, esta sensación de nostalgia por una época que debería ser traumática. No obstante, hay que comprender que la vertiginosa incorporación del capitalismo de mercado en China ha provocado rupturas significativas entre generaciones y en hábitos comunitarios. La “reeducación” de jóvenes y adultos consistía en enviarlos a granjas colectivizadas en las cuales el lema era servir al pueblo y procurar el bien común. Ese era el futuro, la utopía.
De todos modos, hay quienes dudan de las interpretaciones dicotómicas de la historia. “El Partido Comunista Chino tiene más de 80 millones de miembros y yo soy uno de ellos. Me uní al Partido en 1979, cuando estaba en el ejército. Me di cuenta de que la Revolución Cultural fue el error de líderes individuales. Tiene menos que ver con el partido en sí”, dijo Mo Yan, Nobel de Literatura del 2012, a la revista alemana Der Spiegel .
Cuando recibió el galardón literario, fue criticado por disidentes chinos e intelectuales occidentales por su negativa a rechazar la censura y las prácticas de control político del actual Partido. Según dijo el autor de Sorgo rojo y otras novelas de brutal realismo, la corrupción, la violencia y la crudeza de la vida rural china son consecuencia de errores individuales, de comportamientos humanos, no de una situación política específica.
“Algunos se han percatado de que la Revolución Cultural fue un error, pero también se han dado cuenta de que el Partido lo corrigió”, afirmó.
El artista exiliado Ai Weiwei, en conversación con el escritor Liao Yiwu , dice que el acto de borrar la historia en China ha persistido por demasiado tiempo. Aunque ahora abundan y se discuten filmes, memorias, novelas y más formas de combatir el olvido, quizás sea muy tarde.
“Después de que la sociedad se ha vuelto más próspera, algunas personas están haciendo algunos documentales, algunos hacen historias orales... Pero este tejido de la historia, salvajemente destruido, no tiene relación verdadera con el pasado, tanto así que es imposible determinar la naturaleza de esta sociedad. Hay demasiado que hace falta”.