Esta historia se inicia en el río Danubio, el segundo más grande de Europa (únicamente superado por el Volga). El río, además, le da nombre a un popular y hermoso vals ( El bello Danubio azul , de Johan Strauss hijo).
Para efectos de este relato, la ruta fluvial es el asiento de uno de los pilares del sistema de defensa del Imperio Austro-Húngaro, una potencia de finales del siglo XIX y principios del XX.
Con el teniente coronel Olaf Richard Wulff, la Flotilla del Danubio ( Kuk Donauflottille ) se encarga de resguardar esa vital arteria.
Wulff, el 29 de julio de 1914, a las 2:29 a. m., cumplirá con un deber, a solo unas horas de que Austria-Hungría le declarara la guerra a Serbia.
Él reunirá a sus barcos destructores de río y ordenará el bombardeo de Belgrado, la capital de su ahora enemiga, considerada una provincia rebelde del imperio, cuyo heredero al trono fue asesinado, un mes atrás, por un estudiante nacionalista serbio.
Hace poco más de un siglo, esos son los primeros disparos de la que será conocida como la I Guerra Mundial, un conflicto como la humanidad jamás presenció...
Este cuento continúa muchos años después.
Sigue en un rincón muy, muy lejano de un país tropical llamado Costa Rica y luego de una guerra mundial más, la que estallaría solo 20 años después de aquel primer gran conflicto y que provocó que la derrotada Austria-Hungría desapareciera del mapa (junto con otros tres imperios).
Cuando la derrota es inminente, es Wulff quien cubrirá la retirada final de los ejércitos de las vencidas potencias centrales.
Él también dará la orden de arriar la bandera del doblegado imperio en los navíos atracados en Budapest y ordenará izar la del Reino de Hungría.
En Costa Rica, don Olaf no ejerce de almirante; ahora es un pequeño finquero en el cantón puntarenense de Osa.
Ya no ve al Danubio; ahora, el río Grande de Térraba es parte de su nueva realidad y paisaje.
Acá verá la última luz, el 16 de junio de 1955. Morirá, una ironía, en un país que el 1.° de diciembre de 1949 proscribió el ejército como institución permanente y lo consagró en su Constitución.
Desde entonces, su cuerpo reposa en un sencillo cementerio de la localidad, el cual está rodeado de piñas. Un año después, se le unirá Edina, su esposa.
Olaf Wulff, quien manejó de la Flotilla del Danubio, bajó a la tierra en un lugar del sur de Costa Rica para cumplir con un precepto bíblico: “Polvo eres y en polvo te convertirás”.
Años después, su hijo Ferdinand se marchará a El Salvador, donde fijará su residencia para siempre.
El resto de los descendientes de Olaf Richard Wulff se quedaron en Costa Rica, donde crecieron y se multiplicaron (otro precepto bíblico). Fin de la historia...
Al trópico
Pues..., no, este no es el final del relato acerca de Olaf Wulff: continúa en este siglo XXI, en este 2014, entre Budapest y San José.
Para entender la trama: ¿cómo llegó a la remota Costa Rica un militar, casado con una baronesa, que prestó 37 años de servicio, condecorado en 24 ocasiones, entre ellas con la Cruz de la Orden de María Teresa, la más importante del que fuera el Imperio Austro-Húngaro?
Wulff recala en el país en 1951, a instancias de su hijo Ferdinand, quien era zootecnista, según explica su bisnieto, el abogado Ferdinand Olaf von Herold.
Nada que ver, dice Von Herold, con las historias fantásticas, como la de un avionazo que los dejó anclados por aquellos rumbos.
“Después de la II Guerra Mundial, las Naciones Unidas impulsaron un programa para llevar a desplazados profesionales a países del Tercer Mundo. Mis abuelos y bisabuelos habían dejado Hungría poco después de la llegada del Ejército Rojo a Budapest. En Costa Rica se dedica al cultivo de piña y café”, comenta el bisnieto de Olaf y Edina.
Pasó a cuarteles de invierno en octubre de 1932, a los 55 años de edad y tras 37 de servicio activo. Como reconocimiento se le concedió el grado de vicealmirante retirado, su último rango (tuvo otros ascensos desde aquel 1914).
Durante la II Guerra Mundial prestó servicios como presidente del Consejo para el Envío y Asuntos Portuarios de Hungría.
La llegada de las tropas de la Unión Soviética a Hungría, al finalizar ese segundo conflicto, le hizo comprender a Wulff que su salud, y la de su familia, podría verse comprometida: su pasado militar y su estirpe aristocrática no lo harán simpático a los ojos del nuevo régimen comunista, satélite de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), del dictador Josef Stalin.
Un detalle: al finalizar la I Guerra, Wulff no sufrió ninguna pérdida o padeció algún tipo de perjuicio. “Es que cumplió con su deber. Recordemos que todavía en esa época, la guerra era vista como un asunto de honor. Cuando el bisabuelo ordena disparar está cumpliendo con su deber; no es algo que nos llene como de mucho de orgullo; pero bueno...”, comenta el bisnieto.
Años después, con la caída del muro de Berlín, la desintegración de la URSS y la liberación de los gobiernos satélites de la órbita soviética, Hungría vuelve los ojos al pasado previo al de la Cortina de Hierro.
Perdido y hallado
El Ministerio de Defensa de Hungría tiene una dependencia llamada Departamento de Relaciones Públicas y de la Memoria de los Conflictos Bélicos.
Tal oficina se ocupa de mantener las tumbas de quienes murieron o combatieron por Hungría en distintos conflictos.
En uno de esos registros, apareció el nombre de Wulff, héroe de guerra, que un día de tantos emigró al Nuevo Mundo, a un lugar llamado Costa Rica.
Así consta en la carta enviada por Lazlö Töll, jefe de aquel departamento, a José Joaquín Chaverri, embajador tico en Alemania (concurrente en Hungría).
“El general Olaf Richard Wulff fue condecorado con la Orden Militar de María Teresa y era uno de los militares húngaros más importantes de la época. El general Olaf Richard Wulff, tras la Primera Guerra Mundial, emigró con su esposa a su país y murió allí. Ambos están enterrados en la misma tumba, en Volcán, en el cantón de Buenos Aires (Costa Rica”, se lee en la carta.
“Esta es la razón de nuestro interés para repatriar los restos mortales del general y su esposa y celebrar los funerales de él y su esposa en el transcurso de este año”, añade la misiva, de la cual se publica una reproducción fotográfica en este artículo.
Ahí mismo se indica que los gastos de exhumación, traslado y mantenimiento de la tumba de los Wulff correrán por la cuenta del gobierno húngaro.
Sin embargo, la carta reenviada a la Cancillería, asegura el bisnieto Von Herold, se “empantanó” en la Casa Amarilla.
Fue una serie de felices coincidencias la que sacó a la luz la petición húngara por su guerrero desaparecido; algo así como: “Mirá vos lo que me encontré”.
En una recepción diplomática, un funcionario de la Cancillería le mostró la susodicha carta a monseñor József Forró, primer secretario de la Nunciatura Apostólica en el país. Por esas cosas de la vida, monseñor Forró es húngaro.
En otro encuentro, el diplomático del Vaticano coincidió con Clara Bornemiza.
Acá tenemos un nuevo guiño del destino: la ascendencia de la familia Bornemiza es húngara.
Con ese detalle en común, los dos conversan, cuenta Ferdinand von Herold, y monseñor saca a cuento la carta del gobierno de su país y se lamenta de que el vicealmirante Wulff no cuente con descendientes vivos.
Doña Clara se sorprende de lo que le dice y lo saca del error: le asegura que sí, que el viejo militar sí cuenta con descendientes en el país, y le dice que se trata de los Von Herold. Ella pone a las partes en contacto.
“Nos fuimos a tomar un café y empezamos a mover las cosas para repatriar al bisabuelo a Hungría”, asevera Ferdinand von Herold, quien representa a la familia en este asunto.
Según comenta el descendiente de Olaf Wulff, los funcionarios húngaros llevaban unos 15 años rastreando la pista de su héroe de principios del siglo XX.
A Hungría
Wulff nació en Noruega, tuvo raíces alemanas –como acusa su apellido– y su lealtad fue para Hungría.
Con su repatriación, el círculo se cerrará.
“Nosotros, lo que estamos esperando, es que Hungría nos confirme todos los pagos. Creo que la exhumación se haría a finales de este mes, después del 21, y los funerales serían en noviembre”, comenta Von Herold.
La familia tiene planeado viajar a ese país a despedir al bisabuelo almirante.
Los restos de Olaf Richard Wulff y su esposa, Edina, dejarán Buenos Aires de Puntarenas, donde han reposado por casi 60 años, y viajarán de regreso Hungría.
Allá, en el Cementerio Nacional de Budapest, existe una parcela reservada a los héroes militares húngaros: esta espera por ambos.
Los dos tendrán los honores de un funeral de Estado y, de esta manera, los últimos renglones de la historia de Olaf Richard Wulff serán escritos. Fin.