Esta historia va para la basura; pero a una basura de pasado glorioso. Colacho llegó desde principios de diciembre con un trineo a reventar: con el palito de ciprés, con la pantalla nueva, con el pantalón de estrenar, con el twelve pack , con rollos de papel de regalo estampado con su foto, con hojas de tamal y con manteca de chancho.
A contravía, el Año Viejo se alejó a paso intermitente de camión de basura. Iba lleno con las sobras de todas aquellas maravillas. También se despidió arrastrando el esqueleto de una lámpara vieja que, a las luces de una nueva, ya debía ser pensionada; se fue con los cuadernos del cole que no habíamos terminado de tirar en noviembre “por si la convocatoria”; y jalando una bolsa de zapatos cojos, con una belleza sin par.
Diciembre nos ve comprar, y enero nos ve limpiar. Las bacanales de fin de año enseñan sus resacas en los mares del relleno sanitario, en las montañas de los centros de reciclaje y en las bolsas que cuelgan en las verjas de los barrios como gordos adornos navideños.
Las cualidades y las cantidades de esta basura no se ven en ninguna otra época. La Revista Dominical lo invita a caminar por los desperdicios más felices del año.
Con vista al mar
Un rebaño de cabras pastan en unas lomas verdes que antes eran montañas de basura en el relleno sanitario de La Carpio. Los animales pertenecen a los vecinos del lugar, y los encargados las dejan pacer porque, bueno, son buenas cabras. ¿Qué dejó el Año Viejo? La imagen pone el pase para el gol: “Me dejó una chiva...”
“Bienvenidos a la Zona Cero”, nos anuncia Osvaldo Quesada, nuestro guía cuando por fin llegamos al basural. Él es asistente de la Dirección Técnica de la empresa EBI, administradora del relleno.
En la inmensidad, no se advierte lo que estamos buscando: desechos navideños y de fin de año. En realidad, no se detalla casi nada. De lejos, el paisaje parece casi pintado con acuarela: un mar de manchas verdes y negras que es mareado por unos bulldozer que no dejan hablar sin gritos.
Estamos frente al destino final de los desperdicios de la Gran Área Metropolitana, de Palmares a Tres Ríos, de Coronado a Santa Ana.
A media distancia, lo más fácil de encontrar son los árbolitos de Navidad, pero si queremos hallar un mejor botín no queda de otra: hay que hacer una inmersión. En lo profundo está esperando una serie de lucecitas navideñas, un Elmo tuerto, una colección de zapatos para toda la familia y moños de hojas tamaleras con un perfume que, aun para los estándares del relleno sanitario, emocionó a nuestro fotógrafo hasta las lágrimas.
También hay mucho material de empaque que, según los encargados, es lo que más se ve en la época: la caja del televisor Samsung, y de la pista Hot Wheels, y de las galletas Tentación, y del whisky de 12 años.
Una investigación de La Nación publicada en junio pasado reveló que los municipios solo reciclan el 2% de toda la basura que producimos. Esto quiere decir que, en un país bastante más perfecto, estaríamos viendo un paisaje muy diferente, en principio, sin tanta caja enterrada para que se pudra.
Alrededor del 80% de la basura viene de casas de habitación, y se nota. Aquí hay mucho menudeo de broza de café, de fruta fermentada, de botella rota y de suéter huequeado.
Entre tanta basura “tradicional”, fue relativamente difícil encontrar el desperdicio navideño; y no porque fuera poco, sino porque los volúmenes de otra basura son aplastantes. Para encontrar una corona navideña, debimos abrir cinco bolsas con pañales sucios, por decir algo.
Aunque parezca extraño, el relleno sanitario no fue el sitio idóneo para dimensionar los volúmenes de consumo en fin de año.
¿Cuál sí lo sería?
Nueva vida
Si uno quiere llegar al centro de acopio de reciclaje en Barva, de Heredia, solo hay que seguir la caravana de camiones colmados con chatarra, o preguntarle al señor que sube una pendiente con un carretillo lleno de fierro viejo. Para conversar con alguien que ha aprendido cómo son los ciclos del consumo en Costa Rica, es Erick Jiménez, el dueño del centro de reciclaje La Silvia.
“Diciembre es el mes en que se consume gran parte de lo que se produce en el resto del año”, nos dice.
Su empresa recoge vidrio, cartón, papel, aluminio y hojalata, y Erick dice que todo, todo, aumenta en diciembre.
“Toda esa montaña” –dice Erick señalando una pila de sacos– “es de puras latas de cerveza: mide el doble que en época normal”. El empresario ha debido asignar a tres equipos para seleccionar y compactar los recipientes, una tarea que en otro momento del año necesitaría solo uno. Un comportamiento similar se mira en las pilas de botellas plásticas.
Otro centro de reciclaje, el de la Municipalidad de San José, recogió 2.200 kilos de residuos del campo ferial de Zapote en las pasadas fiestas.
Álvaro Valerín, del Programa de Reciclaje del municipio, coincide con que el fin de año trae más trabajo. Cuenta que se suelen recibir muchos desechos electrónicos de muchas oficinas que aprovechan para hacer limpieza de fin y principio de año. Una impresora láser para uso comercial se asomaba por encima de un estañón de basura mientras nos contaba la tendencia.
Sabemos que la mayoría de los artículos que compramos actualmente, están hechos para morir pronto. Los talleres de reparación son especies en peligro de extinción. Las nuevas cosas que pueblan nuestras casas están pensadas para llegar pronto al basurero; así se seguirán moviendo las líneas de producción en las fábricas y los inventarios en las tiendas. Sin embargo, muchas veces no hace falta que algo esté roto para tirarlo –en el mejor de los casos– al centro de reciclaje.
Erick Jiménez cuenta que en diciembre también aumenta la recepción de electrodomésticos. Sus empleados suelen pedirle permiso para cambiar su propia refrigeradora, que ya carcachea, por una en mejores condiciones que llegó al centro de acopio. “Aquí, un empleado entra a pie y sale montado en bicicleta”, nos dice.
El empresario ha estado 30 años en el negocio y sabe que el mejoramiento de la cultura de reciclaje ha ayudado a florecer su negocio; pero también sabe que hay otro cambio de carácter en el tico que lo ha beneficiado: hoy compramos más y también desechamos más cosas que se nos rompen, o simplemente que nos estorban.
Los testigos
A eso del mediodía, llegan los héroes a almorzar. Los camiones recolectores se parquean en el plantel de la Municipalidad de San José, y los atletas de la basura van saliendo, en grupos, a descansar los huesos.
Han tenido una jornada en la que, como ayer y como mañana, ponen a prueba velocidad y fuerza para librarnos de los desperdicios de las cosas que compramos hace tan poco.
El fin de año les trae una humilde prosperidad porque la gente suele darles alguna donación. “Es un segundo aguinaldo”, dice Rafael Araya, un chofer de camión que tiene 42 años de trabajar en la recolección de basura.
Él cuenta que, en los viejos tiempos, la ruta de un camión abarcaba más territorio; ahora hay más población y más basura: un compactador se llena cuando el vehículo apenas va a medio camino de un trayecto antiguo.
“Desde el 25 (de diciembre) hasta principios de enero, sale mucho envase de birra , mucha caja de cartón de teles de plasma, árboles de Navidad..., cosas que hacen mucho bulto”, detalla Rafael. Él es el cochero que se llevó los despojos hogareños del Año Viejo de Zapote, San Sebastián y La Uruca.
Nos confirma que sintió aumentar los volúmenes de basura en diciembre y principios de año, y cuenta que la gente incluso llega a tirar extravagancias como antiguos muebles de cocina.
También dice que la basura disminuyó en la semana entre las fiestas, cuando muchas familias se fueron a tirar su basura a las playas, y claro, también a vacacionar.
Para cuando hablamos, la “basura navideña” ya empezaba a escasear.
Sin embargo, Rafael agradece la generosidad de alguna gente que no bota el espíritu de la temporada.
El chofer levanta una bolsa con el regalo de una vecina que optó por compartir una vianda en vez de tirarla con total descuido a la basura: “Vea, todavía salen tamalitos de diciembre”.