Alguien escribió que cuanto más vieja es una foto más serios son los rostros de las personas retratadas. Uso este término porque, durante mi niñez, cuando alguien iba a visitar un estudio fotográfico anunciaba: “Me voy a hacer un retrato”. “Tu retrato salió en el periódico”, le decían mis vecinos a “Mita” Rojas, portero y entrenador del Carmen F.C., después de que un diario de la capital dio la noticia de que su equipo había ganado el campeonato de barrios de Alajuela. “¿Es cierto que ya te retrataron en el cuartel?”, le preguntaban, medio en serio y medio en broma, a quien se le quería recordar que había sido fichado por la policía.
No era que las fotos tuvieran que ser tristes, sino más bien que hacerse un retrato era un acto solemne. Me figuro que cada retratado suponía, en el momento del “flash”, que la foto, bien cuidada, iba a ser indestructible y era importante que, si llegaba a un museo, causara buena impresión. Curiosamente, recuerdo que con las retratadas –al menos con algunas– las cosas eran algo diferentes y de vez en cuando se les escapaban, en las fotos, leves sonrisas que tal vez prefiguraban los hilos dentales que sus nietas y bisnietas exhibirían entre los glúteos desnudos a principios del siglo XXI, tanto en el “feisbuc” como en los diarios amarillistas. También es posible que la total ausencia de sonrisas en los rostros de los varones retratados se debiera, a la timidez en el caso de los niños y a las malas dentaduras en el caso de los adultos, porque bien sabido es que por entonces el cuidado dental era una práctica subversiva.
Nunca me retrataron mientras hacía mi “primaria” en la Escuela “República de Guatemala”, pero hace poco tiempo salió en la Revista Dominical de La Nación la foto de un grupo de sexto grado de esa escuela, tomada justamente por aquella época y, no sin sorpresa, hice la observación sociológica de que la gran mayoría de los alumnos iban descalzos. Pero mi sorpresa no se justificaba porque de inmediato resucitaron mis neuronas muertas y recordé al empresario alajuelense que cierta vez contrató la foto de él acompañado por sus empleados frente a la fachada de su establecimiento comercial. El retrato resultó extraordinariamente nítido y fue puesto en exhibición en una vitrina de la avenida principal, pero pronto circuló la especie de que la exhibición tenía como objetivo denunciar los malos salarios que él mismo pagaba, porque la foto demostraba que a muchos de sus empleados el sueldo no les alcanzaba para comprar zapatos. Tan taimado como llegarían a ser los políticos actuales, el empresario, enterado de que había caído en las fauces del humor popular, retiró la foto por un tiempo y, cuando la volvió a exhibir en otro sitio, le había hecho pegar, de manera que cubriera los pies de todos los trabajadores, un banda blanca con los nombres de los retratados. Esta vez, los chuscos del Parque Central le dieron a la foto el título de “La banda de los mutilados”.