El domingo 29 de noviembre del 2015, el gran –y metafórico– libro que registra la historia universal del baloncesto recibió una página importante, escrita en un formato poco convencional: un poema.
La tarde de aquel día, millones de personas ingresaron –tal vez por primera vez, tal vez por última– al sitio The Players Tribune , un proyecto digital de Derek Jeter, el legendario excapitán de los Yankees de Nueva York, que publica historias de deportistas profesionales de Estados Unidos narradas en primera persona. Una de las historias publicadas ese día atrajo la atención del universo deportivo como un imán.
Se titulaba Dear Basketball (Querido Baloncesto), y era un breve poema. En sus versos se leían, entre otras, estas líneas:
Le diste a un niño de seis años su sueño de los Lakers
Y siempre te amaré por ello.
Pero no puedo amarte obsesivamente por mucho tiempo más.
Esta temporada es todo lo que tengo para dar.
Mi corazón puede soportar las batallas,
Mi mente puede manejar la rutina,
Pero mi cuerpo sabe que es hora de decir adiós.
De estas palabras se hizo eco en todos los medios deportivos del planeta en cuestión de minutos. Por todas partes, fanáticos y profesionales del deporte se lamentaban y, al mismo tiempo, rendían tributo.
Y el gran libro de la historia universal del baloncesto aceptaba, resignado y al mismo tiempo orgulloso, la carta de renuncia de una de sus mayores luminarias.
Tenía sentido que estuviera escrita en forma de verso. Después de todo, la carrera de Kobe Bryant fue, en efecto, un poema épico.
El principio del principio
Metro noventa y ocho centímetros no es precisamente una estatura alta para un jugador de la Asociación Nacional de Baloncesto de Estados Unidos, la N. B. A. Son muchísimos los jugadores de esta liga, la más importante del deporte a nivel universal, que asoman la testa por encima de los dos metros.
Sin embargo, una “limitante” –para su contexto, cuando menos– física no fue nunca un freno en el paso arrollador del jugador, que nació el 23 de agosto de 1978 en la ciudad de Filadelfia, en Pensilvania. Era el menor de su familia, único hijo varón del matrimonio entre Pamela Cox y Joe Bryant, un jugador profesional de la NBA, que llegó a jugar para los 76ers de Filadelfia, los Clippers de San Diego (hoy pertenecen a Los Ángeles) y los Rockets de Houston, antes de mudarse con su familia a Italia, donde jugó siete años más para diversos equipos.
Su hijo, Kobe, comenzó a jugar cuando tenía tres años. Cuando la familia se mudó a Europa, Kobe aprendió a hablar italiano y desarrolló una inagotable afición por el fútbol; su equipo favorito era el AC Milán. Sin embargo, su pasión estaba marcada en la sangre: durante cada verano, cuando estaba en vacaciones de la escuela, viajaba a Estados Unidos para participar en distintas ligas infantiles y juveniles.
Cuando Joe se retiró, en 1991, la familia se mudó definitivamente a Estados Unidos. Kobe –cuyo nombre proviene de la carne Kobe, procesada en Japón y reconocida como una de las más finas del planeta– tenía 13 años e ingresó al colegio Lower Merion, en un suburbio de Filadelfia llamado Ardmore. Allí, combinó sus estudios con el equipo de baloncesto de la institución.
Ahí, en el gimnasio del colegio, utilizando el número 33 en su camisa blanca con detalles color vino, la historia del baloncesto comenzó a cambiar para siempre.
“Bryant era un niño estrella”, reseña un perfil publicado por la revista The New Yorker , escrito por Ben McGrath y publicado en marzo del 2014. “En 1996, catorce años antes de que LeBron James ganara infamia al anunciar que ‘Voy a llevar mis talentos a South Beah’ (cuando James abandonó a los Cavaliers de Cleveland por los Heat de Miami), el joven Kobe se rascó la barbilla de forma teatral ante las cámaras del gimnasio del colegio Lower Merion. ‘He decidido saltarme la universidad y llevar mi talento a la NBA’, dijo, con un par de lentes oscuros colocados sobre sus cejas, y un breve bigote floreciendo sobre su labio superior”.
Kobe tenía sus razones para comportarse con semejante altanería. Los juegos de Lower Merion se habían convertido en una sensación a lo largo de Estados Unidos; durante los años previos, no habían cesado las noticias de un joven muchacho que desde su primer año se había ganado un lugar en el equipo titular y que desde entonces había roto récords en todas las posiciones del campo.
Así, cuando ese mismo joven decidió anunciar su intención de jugar inmediatamente en la liga profesional, la noticia tuvo un impacto real en las oficinas de todos los equipos de la NBA; oficinas acostumbradas a lidiar con contratos multimillonarios y con superestrellas que adornan tapas de periódicos en todo el mundo. Ahora se preocupaban por un muchacho que ni siquiera tenía edad suficiente para comprarse una cerveza en un bar.
Bryant ingresó al draft de la NBA en 1996. Los deportes estadounidenses –y de otros países como Canadá, Australia y México– utilizan un proceso de selección –el draft – en el que los equipos pueden seleccionar por turnos y ofrecer contratos a jugadores elegibles. Por lo general, el draft incluye a jugadores de los equipos universitarios, que desean probar suerte en las ligas profesionales. Rara vez se da el caso de un muchacho de colegio que desee dar el paso, saltándose la experiencia –y la exposición mediática– que supone jugar en la universidad.
Kobe, desde el día 1, fue un caso raro.
Hacer (pre) historia
Kobe fue el seleccionado número 13 del draft de 1996. Fue escogido por los Hornets de Charlotte. En un artículo publicado en el 2008 por el New York Times , Arn Tellem, quien fue el primer agente de Kobe Bryant, afirmó que era imposible que el joven jugara con los Hornets, un equipo con poca tradición y que no se acoplaba a las aspiraciones de grandeza de su representado. Su objetivo era uno, único y claro, el sueño de Kobe desde que aprendió a lanzar una pelota a un aro, en la cochera de la casa de sus padres.
Cualquiera que sepa de baloncesto sabe que los Lakers de Los Ángeles son uno de los equipos más tradicionales e importantes del deporte, desde siempre. Pocos equipos han sido tan constantes a lo largo de las décadas, solo comparables con uno de sus mayores rivales históricos: los Celtics de Boston. Ese era el sueño de Kobe: ponerse una camisa amarilla con ribetes morados, saltar al centro del Staples Center –el gimnasio que da hogar a los Lakers, ubicado en el corazón mismo de Los Ángeles– y enfrentarse a los Celtics, a los Knicks, a los Bulls de Chicago que por entonces contaban con un jugador llamado Michael Jordan en sus filas.
Jugar para Charlotte no tenía la misma magia, de acuerdo con Tellem. Sin embargo, los Hornets y los Lakers ya habían llegado a un acuerdo desde antes de que se produjera el draft . Es decir, que cuando los Hornets lo seleccionaron, ya su destino estaba sellado: tiquete directo a la costa oeste.
Fue la primera vez en la historia que un escolta (posición baloncesto, encargado de lanzar de larga distancia y dar apoyo defensivo) fue seleccionado directamente desde el colegio por un equipo de baloncesto profesional. Kobe era tan joven que sus padres tuvieron que firmar el contrato, como guardianes legales, con los Lakers.
Todavía vivía con ellos menos de un año después, cuando se convirtió en el campeón del Concurso de Clavadas del fin de semana del Juego de las Estrellas de esa temporada. Fue, por supuesto, el más joven de todos los tiempos en conseguirlo. También fue, en su momento, el jugador más joven en debutar –18 años y 72 días– y el más joven en comenzar un juego como titular –18 años y 158 días–.
El fin de los récords
Hablar de la carrera de Kobe Byrant es hablar de números y, sobre todo, hablar de récords. Después de pasar sus primeras tres temporadas acoplándose al estilo de juego de la liga profesional –acompañado por Shaquille O’Neal–, todo cambió cuando en 1999 los Lakers contrataron a Phil Jackson como entrenador. Jackson venía de ser el director de uno de los mejores equipos de la historia del deporte: los Bulls de Chicago, de Jordan, Scottie Pippen y Dennis Rodman.
Con la llegada de Jackson, la madurez de Kobe y la predominancia de O’Neal, los Lakers ganaron tres títulos consecutivos entre el 200 y el 2002. Cuando Shaq se marchó en el 2003, Kobe se convirtió en el líder absoluto del equipo y fue entonces cuando los registros históricos a nivel individual empezaron a llover de forma acelerada.
Fue el máximo anotador de la liga en las temporada 2005-06 y 2006-07. En el 2006, Bryant anotó 81 puntos en un solo juego, el segundo número más alto por un solo jugador en la historia de la NBA. Fue condecorado como el jugador más valioso de la liga en el 2007-08. Guió a los Lakers a dos títulos más, en el 2009 y 2010; en ambas ocasiones fue nombrado Jugador Más Valioso. Dos años antes, ganó la medalla de oro con Estados Unidos en los Juegos Olímpicos de Pekín 2008 y Londres 2012.
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Durante los últimos dos o tres años, la carrera de Kobe Bryant se vio truncada por fuertes lesiones que lo mantuvieron alejado del juego durante mucho tiempo. De acuerdo con el New York Times , Bryan solo jugó 41 de 164 partidos entre el 2014 y el 2015. Así, el momento de decir adiós se veía venir desde siempre. El propio Bryant lo dejó entrever en varias entrevistas, aunque no confirmó nada hasta el 29 de noviembre del 2015.
Desde entonces, su última temporada se ha convertido en una especie de tour de despedida: como una banda de rock que visita a sus fanáticos por última vez. Ni siquiera los mismos Lakers tienen otra intención más que pavonear a su gran estrella una última vez: el equipo no es competitivo ni tiene posibilidades reales de ganar el campeonato. Hace solo una semanas, un periodista en una rueda de prensa preguntó a Kobe qué era lo que más odiaba de su tour de despedida. “Que apestamos”, respondió Bryant entre risas.
Poco importará eso cuando en el gran libro se cierre, finalmente, su capítulo en la historia universal del baloncesto. Después de 20 años, el poema de Kobe Bryant es ya una obra de arte.