Transcurría el segundo tiempo entre Costa Rica y México. El 1 a 1 se dibujaba en la pizarra electrónica del Estadio Nacional. De pronto, con intuición de timonel, Jorge Luis Pinto llamó al goleador, que esperaba en el banquillo. “Vas a entrar al campo y vas a hacer el gol de la victoria. ¡Ya verás cómo se cae este estadio!”
Una palmada en la espalda y Álvaro Saborío entró al terreno de juego. Minutos más tarde (65’), Joel Campbell metió un balón a lo profundo y Cristian Gamboa voló otra vez sobre el carril derecho. Tras surcar la línea defensiva mexicana, Gamboa elevó un centro al corazón del área. Y allí, gigante, intenso y vital, Sabo ensartó de cabeza el dardo que se alojó en la red y en el fondo del drama azteca. ¡ Fue la locura !
Quién sabe si, como ocurrió la noche del 15 de octubre en el Estadio Nacional, la vibración de 35.000 almas gritando al unísono, seguirá retumbando en algún sitio ignoto del universo. Lo cierto es que, como si aún resonara en sus oídos el delirio de la multitud, Pinto se vuelve a emocionar. Su voz se quiebra. Entonces, un compás de silencio se instala en el recinto del Proyecto Gol, donde nos encontramos. Luego, en un tono apenas audible, salido del corazón, hace un esfuerzo y continúa su relato: “¡Álvaro me cumplió, felizmente, en un momento crucial para él y para todos!”
Así es el entrenador de la Selección Nacional de Fútbol, declarado por La Nación como El Personaje del 2013, lógicamente, por la clasificación al Mundial Brasil 2014, tras un proceso eliminatorio, si no impecable, con méritos indiscutibles de liderazgo del estratega y de cohesión a lo interno de la Tricolor.
Jorge Luis Pinto Afanador tiene aspecto de intelectual. Viste con absoluta corrección y se expresa con propiedad y buen verbo. Su pasión es el fútbol. En tal tesitura, es capaz de brincar de alegría a la orilla de la cancha –así festejó un gol de Andy Herron contra Chile, en la Copa América 2004–, o de saltar como una fiera del redil de la zona técnica para reclamarle al árbitro o increpar a quien sea, si lo despojan de lo que siente como propio. En esas situaciones, el gentleman no se guarda las palabrotas. Son broncas en las que el intelectual del fútbol se vuelve gallo en su patio, justamente en la cancha, el ámbito que le pertenece, ahí donde no permite que nadie se inmiscuya.
Desde su infancia, quiso ser entrenador de fútbol. Mientras sus congéneres aspiraban a jugar, él soñaba con dirigir. Se preparó en Colombia, Brasil y Alemania. El club Millonarios fue su primer equipo, en 1984. Luego siguió una brillante trayectoria que lo trajo a Costa Rica en el 2002, donde hizo campeón a Liga Deportiva Alajuelense.
Devoto de los afectos, esté donde esté, se comunica a diario con Claudia, su esposa, y con Verónica y Jorge Luis, sus hijos. Sale a la calle y saluda a todo el mundo. Así le sucede en cada ocasión que regresa a San Gil de Santander, su ciudad natal, y alarga las tardes del parque en discusiones de fútbol con su amigo el bolero (limpiabotas).
Un inesperado percance de salud retrasó esta entrevista, la tarde del jueves 7 de noviembre. Don Jorge Luis, acompañado por la periodista Gina Escobar, una de sus colaboradoras cercanas, llegó apenado y se deshizo en disculpas, pues la puntualidad es uno de sus principios. Tomó asiento, se acomodó el saco y entró en materia. A punto de cumplir 61 años, el 16 de diciembre, Pinto cuida sus formas y otorga trascendencia a cada acto de su vida, por simple y cotidiano que parezca.
“Me gustaría que esta designación del Personaje del año la pudiéramos compartir con todo el grupo de trabajo; con el cuerpo técnico, con la gente adjunta, los jugadores, los directivos y, por supuesto la afición, porque esto no lo hice yo solo”, asevera.
Firme en sus posiciones y controversial por algunas de sus medidas –como las convocatorias ocasionales de futbolistas que el periodismo y el público consideran innecesarias– en su labor, Pinto hace prevalecer sus criterios. “Sigo una línea de trabajo estable, con concepto; bien definida. Yo no me quejo por las críticas. Todo el mundo tiene derecho de opinar, pero mantengo la idea y el equilibrio emocional que requiere el grupo.
”Porque sé lo que hago, no reparo en las críticas ni en los gritos de cierta gente. Confieso que veo, leo y oigo muy poco a los opinadores. Los que más critican no son periodistas; son opinadores que, por más que digan, no me influencian negativamente.
”De pronto puede haber valoraciones positivas, pero tampoco me dejo llevar con facilidad. Eso me lo ha enseñado el fútbol. No omito que si la lectura de alguna crónica o comentario me da algún aporte, acato el consejo o la sugerencia. Por eso me manejo solo con medios de comunicación que me pueden ofrecer algo importante.
”Con mis asistentes, discutimos, analizamos. Para eso los tengo. Por ejemplo, terminamos un entrenamiento y les pregunto: ¿Cómo vieron la práctica? ¿Cómo estuvo? Termina un partido y hago lo mismo. Consulto, voy anotando, voy mirando y, claro, la última palabra la digo yo. Así lo he hecho siempre, en todos los equipos que he dirigido”.
Punto de inflexión
El hilo de la conversación hilvanó la vivencia del 22 de marzo en Denver, Colorado, cuando, prácticamente, la FIFA obligó a la Tricolor a jugar esa noche contra Estados Unidos, en medio de una tormenta de nieve . Le preguntamos cómo había hecho para pensar con claridad en aquellas condiciones, con el clima bajo cero, en un partido tan difícil; qué había sentido, en lo humano y en lo táctico.
“En lo humano, tuve miedo de que se me gangrenaran los dedos. Apenas terminó el primer tiempo, salí corriendo al vestuario y le dije al médico: ‘Quíteme los zapatos porque no siento los dedos’. Me los quitó y me los trataron de calentar. Estaba supremamente preocupado.
”En lo estratégico, tuvimos fortaleza. Hice entender al grupo que atravesábamos una de esas circunstancias difíciles en la vida. Pedí a los muchachos que pusieran entrega y máxima atención al juego. Y a pesar de las difíciles condiciones, manejamos el encuentro con buen criterio futbolístico. En el descanso, les indiqué que debían tener cuidado con el rebote del balón. No había chance de ser creativos ni de jugar bonito. Había que buscar la sorpresa; a veces el pelotazo, e intentar cambios de ritmo. No fue fácil, pero acabamos el partido arrinconando a Estados Unidos en su territorio”.
Se dice que ese juego marcó un punto de inflexión en la marcha de la Tricolor en la eliminatoria. Pinto acepta que así fue, mas defiende el proceso que hasta entonces traía. “Cambió el ambiente, cambió la unidad del país en todos los sentidos; cambió la motivación. Lo dije públicamente, que habíamos sido maltratados como nunca se había visto en el fútbol organizado. Eso nos unió y se mostró en los siguientes partidos. Pero en lo futbolístico, todo siguió como lo veníamos haciendo, táctica y estratégicamente”.
“No engaño, no miento”
En el presente ciclo de la Selección Nacional, la cohesión del grupo es una de las características más sólidas. Consultado acerca del por qué sus jugadores lo aprecian y lo respetan, contesta: “Soy honesto con ellos. No soy charlatán. No los engaño. No les miento. Los defiendo a muerte y por ellos me confronto con cualquiera. Soy minucioso y riguroso en el diseño de mi entrenamiento. Sé que les gusta hacer mi entrenamiento. Los códigos con los que nos manejamos son claros. Por eso aquí no ha habido ni habrá nunca división”.
La capacidad del líder de mantener la cabeza fría, mientras los demás la pierden, es uno de los rasgos de su personalidad. “Estábamos a punto de ingresar a la cancha en el estadio Cuscatlán, en el juego contra El Salvador, decisivo para la hexagonal, el 12 de octubre del 2012. Discreto y sombrío, se me acercó Eduardo Li, presidente de la Fedefútbol. “Por favor, que no vayamos a perder hoy”, me pidió Eduardo. “ ‘Presidente, tenga la absoluta seguridad de que aquí no perdemos. No sé si ganemos, pero que no perdemos, ¡no perdemos!’, le respondí con certeza”.
Efectivamente, en el minuto 30, Cristian Bolaños se desprendió por el costado izquierdo del campo. Su centro pasado lo pivoteó Álvaro Saborío. Bryan Ruiz tomó la pelota y abrió el espacio para que José Miguel Cubero hundiera la esfera en las redes salvadoreñas. El Salvador 0, Costa Rica 1. Fue decisivo.
El boleto al Mundial se rubricó el 10 de setiembre, en Kingston, Jamaica .
No obstante, tras los 90 minutos y el empate 1 a 1 ante los jamaiquinos, hubo que sufrir otros 45 en el vestuario, hasta el final del segundo tiempo que jugaban Honduras y Panamá, en Tegucigalpa.
En el interior del camerino, las imágenes de la televisión mostraban la inquietud general. La mayoría de los seleccionados esperaban sentados en el piso, mientras Celso Borges se apoyaba en la pared, en una especie de oración de ritual y expectativa. De inmediato al pitazo lejano en Tegucigalpa (2-2 Honduras, Panamá), los muchachos celebraron efusivamente.
En medio del júbilo, cuando las lágrimas del timonel afloraban y la emoción se le atoraba en la garganta, un reportero le pidió que se refiriera a sus detractores. Genio y figura, el técnico insistió, con enojo y vehemencia, que no era el momento ni el lugar.
En la eliminatoria del 2006, Pinto fue destituido como técnico de la Tricolor mientras volaba de regreso de Trinidad y Tobago luego de un 0 a 0 que disgustó a los dirigentes.
Por qué aceptó volver a Costa Rica , tras semejante desaire, lo explica sin resentimiento. “Porque conozco el país. Y porque me conocen. Para venir, tuve que imponerme a los dirigentes del Junior de Barranquilla. ‘¡Déjenme ir, porque esta no la voy a perder!’, les dije”.
Yo no hablo de venganzas ni perdones. El olvido es la única venganza y el único perdón. Quizás esta frase de Jorge Luis Borges, que Verónica, la hija de don Jorge Luis Pinto, atesora entre sus recuerdos, sirve para ampliar los porqués del exitoso retorno de su padre a Costa Rica.