Darío Chinchilla U. dario.chinchilla@nacion.com
No compre con hambre. Un dato conocido es que quien llega hambriento al supermercado compra un poco más de comida que uno saciado. Sin embargo, la diferencia más dramática entre ambos es que quien se pasea por los pasillos sin haber comido escoge además una mayor cantidad de comida chatarra.
El dato lo revela un estudio publicado por JAMA Internal Medicine el pasado 6 de mayo, y realizado por la Universidad de Cornell.
Por ejemplo, se registró que, en comparación con compradores saciados, los hambrientos adquirían casi un 19% más de comida, la cual incluyó un 31% adicional de bocadillos altos en calorías. Los datos se obtuvieron mediante una simulación en la que se usaron dos grupos de personas: unas habían tenido una merienda antes de comprar y los otros no habían comido en un período de cinco horas.
Asimismo, un estudio de campo descubrió que quienes compraban después de almuerzo solían adquirir más alimentos bajos en calorías que quienes lo hacían poco antes de la hora de cenar.
“La gente se salta comidas por todo tipo de razones: dietas, ayunos, horarios demenciales”, declaró el investigador Aner Tal, al periódico universitario .
“Pero no importa por qué usted se saltó una comida, el caso es que podría hacer llorar a su nutricionista, pues eso lo llevará a comprar más papitas fritas y helado, y menos zanahorias y leche descremada”.
El estímulo del hambre en los niños de escuela y los jóvenes de colegio, también puede sabotear su nutrición.
En centros educativos estadounidenses, donde los estudiantes tienen la posibilidad de ordenar con antelación sus almuerzos, quienes lo hacen suelen escoger platillos más saludables. Este hallazgo surgió de un estudio publicado el pasado 3 de mayo en JAMA Pediatrics.
“Los alumnos que eligieron lo que comerían mientras hacían fila para el almuerzo –donde las decisiones están sesgadas por los aromas y la presentación de comidas más suculentas y menos saludables– pidieron meriendas menos saludables”, explicó el investigador Andrew Hanks.
Así que parece estar claro: las decisiones alimentarias es mejor tomarlas con la cabeza fría, la barriga llena y el corazón contento.