En octubre pasado, Román Navarro renunció a su puesto en la Sala Constitucional para dedicarse de lleno a la causa que hoy lo mueve de un lugar a otro al lado de su estimado Rodolfo.
“Independientemente del resultado, el 3 de febrero mi conciencia no soportaría no estar a la par del amigo”, dice por teléfono, mientras el candidato Piza atiende una entrevista radiofónica. Antes, lo había acompañado a una televisora, y poco después, irían a la casa club de la Unidad Social Cristiana.
Es miércoles y Navarro moviliza al candidato en su propio carro. Los lunes, cuando el vehículo de Piza tiene restricción por el número de placa, Román es también quien lo lleva de un lado a otro, aunque aclara que no es que sea su chofer; solo es el “amigo que le maneja de vez en cuando”.
Se conocen desde hace dos décadas, tal vez un poco más, cuando Piza Rocafort se convirtió en lector de tesis de Navarro Fallas, quien lo admiraba desde antes.
Más tarde, trabajaron juntos, escribieron juntos ( Los principios constitucionales , 2007) y han viajado juntos, como cuando llegaron hasta los cerros nevados de Madrid.
Recurrentemente, cenan juntos con sus respectivas esposas, pasean con los hijos de cada quien y conversan sobre sus respectivas ideas y propuestas.
El abogado, de 51 años, también ha ayudado a su amigo recabando información antes de los debates, y participa en el grupo de discusión de propuestas y posiciones sobre temas electorales. Pero también disfruta de los chistes que caracterizan a Piza, quien, en palabras de su amigo, “ no es para nada enojón como han querido pintarlo”.
“Un amigo sostiene el brazo del otro y eso es lo que hago yo. Para mí, Rodolfo ha sido una bendición de Dios”.