Durante más de dos décadas se dio a conocer en el país desde distintas trincheras: apenas pasaba de los 20 años cuando se convirtió en reportero y pronto presentador de Telenoticias; luego deslumbró con programas de investigación criminal y relatos de vida como Expedientes CR06, Protocolo 84 y Desde adentro; luego asumió la dirección del Cosevi y un mes después, también la Dirección General de Tránsito, donde ganó batallas de las que hoy se siente más que orgulloso.
Sin embargo, ya desde su infancia Ignacio tomó determinaciones, la más importante, aprender a escuchar y seguir su voz interior, esa que desde chiquillo lo convenció de que todo se podía: cumplir sueños y metas en el país y, a la vez, perderse, a veces por varios años, en recorridos mochileros por todo el planeta, y tener la libertad para regresar a su querido terruño y retomar el proyecto que le seduzca en ese momento.
Parece un cuento idílico, pues ver las cosas en retrospectiva, sobre todo cuando se han cumplido con éxito, puede percibirse como un trillado “logré mis sueños”.
La –sorprendente– diferencia en el caso de Ignacio Sánchez Cantillano es que todo lo que cuenta en este 2017, cuando su nombre volvió a aparecer en los medios por la filmación de su primera película de cine, Buscando a Marcos Ramírez, estaba más que escrito en piedra: estaba escrito y publicado en diversas entrevistas en las que Ignacio, apenas con 20 años, ya declaraba cuál iba a ser su senda de vida e increíblemente sus metas y sueños se han cumplido casi como si él hubiera escrito el guion de la película de su vida.
Lo que nos vuelve a juntar al amigo y colega y a mí en esta ocasión, es justamente el estreno de Buscando a Marcos Ramírez, que será este martes 21 de noviembre en premier para la prensa, y el jueves 23 ya en estreno para el público en diferentes salas de cine del país.
Aunque este texto no es, ni remotamente sobre mí, se impone contextualizar cómo la vida se ha encargado de cruzarnos desde nuestros comienzos como periodistas, con el detalle de que Ignacio es hijo de Juan Antonio Sánchez Alonso, subdirector de La Nación a principios de los 90, gran mentor de quien escribe y con quien me sentaba durante horas a desgranar tertulias y experiencias periodísticas de todo tipo.
Un día, le conté a “Pichi”, como cariñosamente le decíamos, que todo lo que yo era como periodista se lo debía a Marcos Ramírez, libro que devoré a los seis años y que desde entonces me metió, de la mano de Carlos Luis Fallas, al mundo de contar historias con esa transparencia inaudita de Calufa.
—Ah pues mira que coincidencia, Calufa era hermano de mi esposa Mireya, por parte de padre ¡te tengo un montón de historias, Ñata!.
Desde entonces, cuando Ignacio aparecía por la Redacción de La Nación –muy esporádicamente, contadas las veces– siendo apenas un post adolescente, yo lo veía no como el hijo del jefe, sino como el sobrino de mi amado Calufa.
Pronto él empezó su exitosa carrera en televisión y, desde entonces, el interés público que generaba su trabajo hizo que nos sentáramos varias veces en entrevistas que hoy tengo en mi mano, en papel amarillento y que, al releerlas, impactan por lo que dije párrafos atrás: si hay un adjetivo que pueda abarcar la personalidad de Ignacio Sánchez Cantillano ese quizá sería, aparejado con la perseverancia, el ser consecuente –volvemos al punto inicial– con esa voz interior que comanda sus decisiones y lo ha llevado siempre a buscar la forma de estar bien consigo mismo, aunque haya tenido que ir contracorriente... una analogía muy oportuna con su legendario tío, Calufa, cuya vida estuvo marcada siempre por lo mismo: ser fiel a sí mismo.
El lado bueno de las cosas
Por supuesto, como todo el mundo, Ignacio ha tenido sus momentos difíciles, sus relaciones complicadas, un divorcio... y varios etcéteras.
Quizá lo que lo desmarca de la masa es la forma de intepretar lo que no le sale tan bien como pensó.
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Pero eso es justamente lo que ha ido aprendiendo y cimentando al experimentar y convivir con culturas y personas que viven en zonas de guerra o de hambrunas, hasta con esquimales que no pueden imaginar siquiera lo que es la convivencia diaria con el sol de un país tropical como el nuestro.
La cantidad de anécdotas que Ignacio ha atesorado (y sufrido, por ejemplo, en Uganda se contagió de malaria) darían para escribir un voluminoso libro.
Un libro que, por cierto, es el último de los proyectos que se planteó siendo un adolescente, que luego le profetizó a La Nación en publicaciones desde principios de los años 90, y que ha ido cumpliendo una a una.
Hacer una película era uno de sus grandes pendientes. Ya a las puertas del estreno, Marcos Ramírez nos vuelve a sentar como lo hemos hecho varias veces en el pasado.
No todas, por cierto, por motivos felices o esperanzadores. En junio del 2001, mi hermana Jannia falleció en un cruento accidente de tránsito, en el que perdieron la vida otras cuatro personas. De haber llevado puesto el cinturón de seguridad, Jannia habría sobrevivido sin ninguna duda, nos dijeron los expertos en aquel momento.
Entonces, desde mi trinchera en La Nación hice lo que pude para colaborar con la campaña que entonces empezaba Ignacio Sánchez, y que finalmente culminó con la ley de la obligatoriedad del cinturón de seguridad, en el 2003.
La gesta de Ignacio se tradujo en hechos palpables: en las primeras fiestas de Palmares que se realizaron una vez que pasó la ley, no hubo un solo fallecido por accidente de tránsito, en contraposición a lo que ocurría todos los años.
Las estadísticas se redujeron drásticamente.
El tema es que, ayudar a salvar vidas tuvo, para Ignacio, una connotación similar a la que me motivó a mí a colaborar con la campaña.
Tres años antes de la muerte de mi hermana, en julio de 1998, Ignacio se encontraba en Europa, sacando una maestría en producción audiovisual con énfasis en cine en la Universidad Complutense de Madrid.
Un día de aquel averanado julio, necesitaba comunicarse con su hermano mayor, Juan Antonio Sánchez, quien era piloto de aviación y cuando llamó a la empresa de Roberto, su otro hermano, la secretaria que le contestó le ofreció el pésame por el fallecimiento de su Juan Antonio, quien acababa de morir en un accidente de aviación.
Por supuesto, la muerte es parte de la vida y hay tragedias que, supongo, están escritas en el destino de algunos.
Pero sufrirlas en carne propia genera una empatía que se tradujo en orgullo años después, cuando Sánchez Cantillano empezó a ver el descenso en las estadísticas de fallecidos por accidentes.
En agosto del 2005, en una entrevista para Teleguía por el estreno de Protocolo 86, Análisis Final, con Ignacio repasamos los respectivos episodios de la muerte de nuestros hermanos. Y lo que me dijo en aquella ocasión, tal cual se publicó, me ayudó muchísimo a procesar mi propia pérdida.
“Después del estado de shock, me replanteé muchas cosas. Ahora, por ejemplo, creo que no puede ser que todo eso tan complicado, que estemos en un planeta, con el cuerpo humano tan complejo... se venga a vivir una vida y se muera y ya. No es un mecanismo de defensa, pero después de una pérdida así se llega a la conclusión de que hay algo más allá y se enfrenta la vida desde otra perspectiva”.
La trágica muerte de su hermano además fortaleció sus vínculos familiares y especiales. “Teníamos una súper relación, no sentí que hubiera dejado nada por fuera y, por otro lado, creo que me ubicó en la fragilidad de la vida”.
Pero bueno, es momento de echar un poco más y dar un vistazo a la filosofía que le ha permitido a Sánchez Cantillano llevar una vida tan atípica, marcada por quehaceres totalmente diferentes unos de los otros, y que de alguna forma, confluencian todos en este hombre tan particular, a no dudarlo, brillante, empecinado, perfeccionista y ordenado, pero quien también a asumido toda su vida una fama de pesado y arrogante que, por cierto, lo tiene sin cuidado.
Ah bueno, también está lo de su guapura, citada en casi todas las notas de prensa realizadas por diversos periodistas que describían cómo las mujeres en la calle, le manifestaban su admiración, la mayor parte de veces, en forma respetuosa, por su atractivo físico. Posiblemente este detalle haya sumado a su exitosa carrera, pero basta sentarse con Ignacio durante unos minutos, y su retórica, sus anécdotas, sus relatos de vida y su aprendizaje filosófico, hacen que uno se olvide de fijarse en detalles accesorios como el físico que, en unos 40 años, como le bromeo yo mientras él se muere de risa, se le irá diluyendo.
¿Niño precoz o niño lector?
Ignacio Sánchez se prometió cuatro cosas a sí mismo a la edad de 11 años: Que siempre seguiría su voz interna allá dónde lo llevara –especialmente si era contracorriente– ; que nunca le fallaría a quien le diera su palabra, que lo esencial era invisible ante los ojos y en consecuencia vería y mediría las personas con el corazón y que llegado el momento, estaría listo para irse de este mundo como el viento, sutil e imperceptiblemente.
No podía intuir a esa corta edad eso sí, que esta voz lo llevaría a dejar la fama alcanzada en el ejercicio del periodismo televisivo de Telenoticias y medios españoles y para en el año 2000, armarse de una pequeña mochila e irse solo a recorrer el mundo, con la esperanza de marcarlo con su sello en un viaje de casi dos años.
Subió a la cima del Kilimanjaro en Africa, fue guía de safaris en Kenya, trabajó en ONG’s de ayuda a poblaciones alejadas de la civilización en Tanzania, recorrería la mayor parte de India, Medio Oriente y Asia, para luego llegar hasta Australia y Nueva Zelanda.
El aprendizaje fue enorme y el contraste de la experiencia de vida entre tantas variadas culturas, le permitió estudiar y analizar aun más los patrones universales de comportamientos humanos, una de sus grandes obsesiones desde joven.
Pero en lo que más lo marcó, fue en consolidar su pasión por la soledad –en inglés, explica, “la palabra “solitude” representa mejor ese estado de evolución de conciencia que únicamente se logra estando completamente solo, rodeado de cultura y naturaleza en estado primitivo y su apetito insaciable por la libertad para ser y actuar como su voz interna le diga que debe ser y actuar”.
En su devenir por el mundo, de nuevo se afincó en Costa Rica en 2006 para producir la serie Desde Adentro.Una vez finalizada, su voz volvió a hablarle con fuerza y de nuevo, dejó todo atrás, para volver a los años de su vida en que había sido más feliz: los de mochilero por el mundo.
En Nepal, el mismo día que arribó al campamento base del Everest, volvió a renovar su promesa original hecha a sus 11 años y le agregó un quinto componente: No atarse nunca más a ningún tipo de estructura, social, laboral o financiera que comprometiera su capacidad de ser absolutamente libre en la toma de decisiones.
“Así como en el mundo hay tanta varios de razas y rasgos biológicos, aún es mayor la variedad de personalidades y espíritus. Durante todo el desarrollo antropológico y sociológico de las diversas civilizaciones, se fueron establecieron parámetros de cómo se debía ser, para ser aceptado y incorporado. La masificación de los medios sociales ha aumentado exponencialmente la presión por ser parte de ese molde.
“Yo sé que yo estoy al lado opuesto de ese molde...en otra época, habría sido el aventurero que se embarcaba a descubrir otro mundo...hoy, esa promesa para preservar mi espíritu libre, es lo que más me mantiene feliz y en paz. No la comprometería por nada en el mundo.
Tras casi un año de recorrer la mayor parte del sudeste de Asia, regresó a su amada Africa por seis meses, para luego descubrir durante casi cinco meses lo que sería su nuevo refugio de “solitude”: Alaska.
Asegura, eso sí, que se paga un precio muy alto por seguir esa voz interna contracorriente. “El más alto probablemente es saber que nadie puede descifrar que hay detrás de mis acciones y en consecuencia, nadie va entenderlas. Solo yo tengo en mi cabeza y conciencia, producto de quién soy y cómo crecí, de mis viajes y de las culturas y personas a que me expuse, de mi evolución de la conciencia, de mis experiencias que escapan a la lógica y la racionalidad, toda la información y verdad detrás de mis actos. Y nadie más, ni mis seres más cercanos, la tienen y por lo tanto no pueden descifrarme. Y al no tenerla cualquier juicio de valor que hagan, será erróneo. Y entre menos acceso a mi verdadera información tenga, peor será ese juicio de valor”, reflexiona.
Asegura que esa es la realidad de cualquiera que escoja seguir un camino diferente. “Ahora bien, digamos que yo escogiera hacer todo para encajar y pertenecer a la sociedad y sus condicionamientos...el precio a pagar entonces es que no sería tan feliz como soy....así que una vez más, sólo hay un camino, solitario, pero camino al fin”.
–Es un precio relativamente alto... ¿cómo lo manejás?
—Por la tranquilidad de saber que estoy siendo auténticamente yo y siguiendo mi voz interna. Y ayuda como contrapeso que lo que sí saben y entienden es que moveré cielo y tierra para ayudarles sí lo requieren y que mi capacidad de amar es real y se demuestra en acciones. Y eso genera un vínculo esencial de confianza, amor y sobretodo fe en que no hace falta descifrarme y que lo que único que tiene que saber y entender es que siempre voy a estar ahí para ayudar o dar un consejo...y con eso me basta”.