Me avergüenza aceptarlo: no recuerdo cuándo fue la última vez que visité Guanacaste sin ir a alguna de sus deliciosas y cálidas playas.
Para un ratón de ciudad como yo, Guanacaste es sinónimo de arena, sol y costas, y es esa provincia que me recibe con los brazos abiertos siempre que quiero –y tengo tiempo– para huir lejos, muy lejos, de la locura que significa vivir en la capital.
Esto cambió. Los días 8, 9 y 10 de setiembre no toqué ni un solo grano de arena con mis dedos, las burbujeantes olas del mar no mojaron mis pies y tampoco regresé a casa con la piel tostada (o como es usual en mí: quemada) por el imponente sol, pero hallé una cara de Guanacaste que no conocía, una que estuve sin descubrir mucho más tiempo del que debí.
En colaboración con el Instituto Costarricense de Turismo (ICT) y como parte del programa Vamos a turistear , visitamos una inmensa propiedad dedicada a la producción de caña y a la conservación de la naturaleza, un alucinante hotel cinco estrellas y unas acogedoras cabinas inmersas en el bosque seco tropical.
En cada destino, el itinerario fue completamente diferente. A las 4 a. m. del jueves 8, un guía del Instituto Costarricense de Turismo (ICT), el fotógrafo José Cordero y yo salimos de las instalaciones de La Nación , rumbo a la primera parada.
Cuatro horas de viaje y ya nos rodeábamos de sembradíos de arroz, caña y extensos terrenos con ganado. Habíamos llegado. Guanacaste nos sonreía.
De la caña se hace el guaro.
Para llegar a la Hacienda El Viejo Wetlands hay que adentrarse durante varios kilómetros de extensos sembradíos, todos propiedad de la familia Jenkins.
La finca de 10.000 hectáreas dedica la gran mayoría de su tierra a la cosecha de caña y 2.000 de ellas se preservan en el Refugio de Vida Silvestre Hacienda el Viejo.
En el corazón de esta propiedad, una casona con una vasta memoria histórica funciona como el centro de operaciones de todas las actividades turísticas que se ofrecen en La Hacienda, ya sea su más llamativa oferta (el tour en bote por la cuenca baja del Río Tempisque), un recorrido por las 200 hectáreas de humedal en recuperación, un tour cultural o los recorridos en bicicletas por la propiedad.
“La historia data por ahí de los años 1700”, cuenta Ronald Jiménez, gerente general. “Esta casona fue construida en los años 1850–1860. En aquellos tiempos esto era pura ganadería, ya que era la principal actividad que había en los alrededores. De mano en mano pasó también a dos expresidentes de la República: don Bernardo Soto y don Próspero Fernández. Por allá de 1900, don Anastasio Somoza (expresidente de Nicaragua) adquirió la casona y por ahí de 1978 don Álvaro Jenkins, el actual propietario, la compró”.
“La idea de don Álvaro era devolverle a la tierra todo lo que la tierra le había dado a través de los años con la producción de la caña”, asegura. Además, buscaban ser una fuente de empleo paralela durante las épocas de baja producción de azúcar.
“Está lejos de ser solo una casona guanacasteca, sino que es parte de la historia costarricense que queremos rescatar. Deseamos que la gente venga a admirar esta fusión entre historia, naturaleza y cultura”.
El recorrido en bote dura aproximadamente dos horas. El zigzagueante río Tempisque separa el Parque Nacional Palo Verde del refugio de vida silvestre de la hacienda y abre paso para que los visitantes aprecien la diversa oferta de fauna y flora guanacasteca.
Gracias a los ágiles ojos del guía turístico Kevin Arias y el operador de la lancha Felipe Pérez, logramos ubicar aves, mamíferos y reptiles que con facilidad pasarían inadvertidos por inexpertos turistas promedio, como yo.
Murciélagos adheridos a la corteza de un árbol descansando en fila; un par de caimanes con sus bebés; garzas de diferentes formas, colores y tamaños; una manada de ruidosos monos congos y decenas de iguanas fueron solo algunos de los animales que modelaron para el lente de nuestro fotógrafo.
Más tarde, Wicho y Tencha, dos enérgicos personajes que reciben a las visitas, nos guiaron por el tour cultural. Conocimos a Puntalito, el buey que hace que el trapiche cobre vida, e hicimos tortillas que nos mantuvieron a nosotros con vida. Se acercaba el medio día y el hambre no perdonaba.
Cuenta Kevin que 27.000 personas visitan la Hacienda El Viejo Wetlands cada año. Después de la visita, todo cobra sentido: el atractivo que genera no es por pura casualidad.
Adictivo resort.
Nuestro segundo destino nos esperaba a una hora en carro en dirección noroeste de la monumental joya azucarera, a unos 53 kilómetros de donde nos encontrábamos.
El Andaz Península Papagayo Resort nos recibió la tarde del jueves. Una vez que se visita un hotel como el Andaz ya nada es igual.
Solo una noche bastó para que casi la totalidad de mis anteriores duchas se sintieran mediocres y sin magia, y que esté seriamente considerando usar el aguinaldo para comprar una cama con –por lo menos– la mitad de comodidad de la que me abrazó en mi estadía.
Tome en cuenta que el hospedaje en este hotel de la cadena Hyatt no es barato, pero si está buscando invertir en unas vacaciones especiales, valdrá la pena cada centavo.
De pura entrada, se resquebraja la falsa idea preconcebida de que será como otros lujosos hoteles que rayan en lo pretencioso; el Andaz no tiene que presumir ser más de lo que es: con lo que ofrece, basta y sobra para una más que satisfactoria experiencia.
La primera señal es que no existe un lobby tradicional para hacer el registro. Se recibe al huésped en cómodos sillones, mientras los empleados del lugar hacen el check-in en computadoras portátiles.
“Queremos botar las paredes desde el inicio y que se sientan como en casa”, dice Hellen Campos, gerente de comunicación y mercadeo del hotel. “Lo que buscamos es tener un trato personalizado. Por eso nuestra filosofía de vida en el trabajo es ser nosotros mismos, pero la mejor versión de nosotros mismos ”.
El complejo cuenta con 153 habitaciones, tres restaurantes, dos piscinas (una para adultos y otra familiar), nueve habitaciones para spa, un centro de fitness y acceso directo a dos playas.
Chao Pescao, Río Bhongo y Ostra son los tres recintos en los que se ofrece lo mejor de la gastronomía del hotel. En el último, el chef alemán Stephan Rinzsch nos acogió con una de las mejores cenas al estilo peruano que había tenido en mucho tiempo.
“Los menús actuales fueron hechos por chef principal anterior”, cuenta. Se está trabajando en conjunto con los tres restaurantes para cambiar su oferta por una propuesta nueva. “Una cocina siempre es un trabajo en equipo. Estamos cambiando primero el menú de este restaurante, que es un poco más sofisticado, más enfocado en las diferentes técnicas y presentaciones”.
De las cuatro opciones de ceviche que probamos, el ‘Especial de atún nikkei’ se robó todo mi amor: una delicia preparada con salsa de soya.
“Estamos tratando de trabajar un poco más con los productos étnicos y la producción local, así como accesar un poco más a productos nacionales desconocidos”, agrega el chef.
Además de las delicias de platos, el hotel Andaz pone a disposición de sus huéspedes diferentes actividades de aventura acuática como el stand up paddle , snorkeling y kayaks.
Si decide visitar el hotel, vaya bajo su propio riesgo y advertido: una vez dentro, no querrá salir.
Bosque que abriga.
Comencé este artículo confesando no tener recuerdo de la última vez que visité Guanacaste sin incluir una playa en el itinerario.
Tengo otra confesión que hacer: tampoco recordaba lo verde que se pone el bosque tropical seco en pleno invierno ni lo mucho que me gustan las tardes lluviosas cuando se aprovechan para descansar.
Así nos saludó Ángeles Ecolodge Hotel y Restaurante , nuestro tercer y último destino. Ahí vivimos un aguacero que me noqueó durante un par de horas, antecedido por un almuerzo protagonizado por un pargo con papas fritas, cocinado por las expertas manos de doña Irma Peralta.
“Cualquier cosa queda bien si se cocina con cariño”, me dice. Lo dudo. Ese sabor solo lo consiguen cucharas con años cultivando talento.
La propiedad compuesta por 10 cabinas pertenece a la familia Arguedas Peralta. María Luisa Peralta, hija de doña Irma, administra el lugar junto a sus tres hijos.
“Una señora tenía ésto abandonado y yo lo vine a ver. Le pregunté a mis hijos si podíamos ponernos el lugar y empezamos oficialmente en mayo del 2015”, cuenta. “Esto estaba en obra gris y se restauró”.
“Estamos empezando de cero. Yo le puse Ángeles porque creo mucho en ellos... Apenas vine sentí una buena vibración del lugar”, dice. “Estamos cerca de las mejores playas de aquí, que son Junquillal, Avellanas, Negra y Ostional”.
Una de las huéspedes que da fe de esa vibración es Clemencia Araya, vecina de San José que vivió durante casi tres décadas con su esposo en Japón. Juntos han visitado las cabinas en más de tres ocasiones.
“A veces a mi esposo le da nostalgia vivir fuera de su país, pero ahora es él el que se tiene que aguantar”, bromea Araya. “Aquí estamos tranquilos y felices. Podemos a ir a todas las playas y si no simplemente nos quedamos aquí viendo esta hermosa naturaleza”.
Uno de los principales atractivos del lugar se ubica justo al frente de las cabinas: Pura Aventura , un destino que ofrece tours en canopy , caballos y bicicletas.
Nosotros elegimos la segunda opción: los caballos. No nos equivocamos.
Durante dos horas y guiados por José Castillo, uno de los trabajadores de la empresa, recorrimos más de tres kilómetros de sabana, esquivamos un par de agrupaciones de ganado, cruzamos ríos y subimos hasta lo más alto de la finca a través del bosque.
En la cima nos esperaba un regalo: una vista panorámica al mar, la sabana y el verde del bosque que recubre Guanacaste en esta época –y que lo hará durante unos meses más–.
Puse toda mi confianza en Vallito y no me falló. El caballo de siete años me llevó por el recorrido y me devolvió entera.
Como buena citadina inexperta, cada vez que me siento un par de moretes (no me arrepiento de ninguno: los valieron) me recuerdan, en primer lugar, que la próxima vez que monte un caballo debo hacerlo en pantalones largos y, segundo, que de Guanacaste conozco menos de lo que me gustaría.
Dice doña María Luisa que desean que muchos ticos se acerquen, ya que el lugar no es solo para extranjeros.
También dice que muchos se sorprenden de que sea una familia costarricense la que maneja el hotel, ya que gran parte de los atractivos de la zona están administrados por una gran colonia estadounidense.
Ella aún tiene que trabajar en San José para sostener el negocio, pero su meta es hacerlo crecer hasta que ya no tenga que dejar tan frecuentemente la tierra que la vio crecer.
“Yo podría morirme aquí feliz de la vida”, me dice más tarde. Yo también.