Es como una utopía, un sueño que nos impide dormir a veces. Todos (¿todos?) hemos soñado con dejar la ciudad e irnos a vivir a la playa, a disfrutar del mar y surfear cuando nace el sol, cuando esté más caliente y cuando se acuesta.
Pero luego volvemos al mundo real de nuestros deberes cotidianos y obligaciones imperativas, y pensamos, con los pies en la tierra –y apresados con grillete–, que del surf no se vive, que el país de las maravillas de arena y espuma no es más que una ilusión.
Pues esta es la historia de alguien que sí lo logró. Una joven que pudo empatar su pasión por las olas con el mundo productivo de los negocios.
Nada sucedió por arte de magia. Debió trabajar duro, hacer muchos sacrificios, vencer el miedo natural que acompaña a la incertidumbre, y arriesgar.
“No se trata de: ‘Soy bonita y surfeo bien, venga y patrocíneme’, hay que ser proactivo, ir más allá”, dice Megwyn Sauders Sánchez, de 29 años y de nacionalidad venezolana, que lleva una década de vivir en Tiquicia.
Atiende a la prensa desde el mostrador de una de sus tres tiendas. Este local está en Escazú, aunque ella preferiría estar en el de Jacó, pues está justo en el Paseo de los surfistas, a tan solo unos metros de las olas; o, al menos, en el de Puerto Viejo, a unos pasos del mar Caribe.
Megwyn, o Meme , como la llaman todos, empezó a practicar el bodyboard a los 17 años. Cuenta que tuvo comunión con el mar desde el inicio y, solo un año más tarde, ya era seleccionada nacional de su país.
Luego se vino a Costa Rica y empezó a destacar en la escena, pero encontró su primer gran obstáculo: la falta de patrocinio, sobre todo para las mujeres, amenazaba con su sueño de surfear todos los días.
Fue entonces cuando, en el 2008, junto con dos amigas, comenzó un proyecto que marcaría su vida más que cualquier ola.
Las tres emprendedoras idearon una marca de bikinis llamada Camelo . Una de ellas se encargó del diseño y la confección; otra, de los números y demás asuntos contables; y Meme , de la publicidad, el mercadeo y el diseño gráfico.
Para desempeñar tal función, puso en práctica los conocimientos aprendidos en la universidad, donde persveró gracias a la insistencia de su madre. Esta le repetía que debía hacerse de una carrera y no dedicarse solamente al surf. Sabias palabras.
Contra corriente
“Al principio fue muy duro”, recuerda Meme . El taller de confección lo levantaron con sus propias manos. Ellas mismas martillaron y unieron tablas... de plywood , no de surf.
Como suele pasar al principio en muchos negocios, los dos primeros años no tuvieron salario. La labor de Meme era ir de tienda en tienda, ofreciendo el producto. “Fue muy duro, mucho trabajo. No sabíamos si nos iba a ir mal”, recuerda, y añade que, durante tres años, prácticamente no pudo surfear por falta de tiempo, ya que todo se lo dedicaba al proyecto.
Mas con el paso de las mareas, empezó a cosechar lo sembrado. La marca fue bien recibida, se comenzó a expandir y a ganar fama.
Al mismo tiempo, Meme volvió a la olas , patrocinada, por supuesto, por Camelo... El año pasado, conquistó el subcampeonato nacional de bodyboard, lo que hizo a la marca más popular.
“Nosotros mercadeamos el estilo de vida del surf, la libertad; pero también el deporte, la alegría, la amistad y la disciplina”, precisa.
Ahora Camelo patrocina a nuevas surfistas y, una vez al mes, ofrece clínicas de surf (clases y entrenamientos intensivos) de forma gratuita para muchachas de todas las edades.
Cinco años después de su creación, Camelo ya vende sus productos en Chile, Panamá, Nicaragua, Brasil y Miami.
La nueva meta, agrega Meme , es volverla una marca de renombre mundial y usar esa reputación para apoyar el bodyboard femenino.