“En este momento, sean declarados esposo y esposa hasta el último día de sus vidas”, fue la frase que Doriams Marchena y Luis Fernando Hernández escucharon el pasado 11 de enero de boca del pastor Ricardo Salazar.
También la oyó Marcela Quirós, la amiga de Doriams que ese día le cantó a los novios el tema Bésame mucho . Otros que oyeron aquella sentencia fueron un puñado de turistas anónimos, quienes, cámara en mano, se acercaron tímidamente para desatar un vendaval de flashes .
Igualmente, el murmullo de aquella frase llegó hasta los oídos de Minor Coronado, quien ese día debió callar las campanas de su carrito de helados porque su “lugar de operaciones” –el parque Morazán– se había convertido en el escenario de un enlace matrimonial.
De blanco y azul
Solo un par de horas antes, Doriams terminaba de enfundarse su exuberante vestido. A la 1:30 p. m., pidió que llamaran a su futuro esposo. “Aunque sea sobre un caballo, que se venga”, comentó.
En medio de los trajes blancos y las corbatas de la tienda Marian Daniels, se había preparado un espacio para oficiar la boda civil. El novio no llegaba y Doriams esperaba con sus zapatos de gamuza azul, el mismo color que llevaba en sus uñas y en las flores de su buqué.
La elección de ese tono para la boda no fue casualidad: es el favorito de la novia. “Vengo de una familia muy numerosa y, cuando era niña, la economía solo daba para comprar prendas de vestir y otros artículos azules, así servían para hombre y para mujer”, contó.
Fue justamente en su infancia cuando tuvo su primer contacto con el que llegó a ser su esposo. A la edad de ocho años, fue compañera de una sobrina de Luis Fernando. Él era un muchacho 12 años mayor que ella, a quien veía pasar por su casa en Montes de Oca.
“Cuando Doriams entró a la universidad, comenzamos a vernos más, pero era como el juego del gato y el ratón: a veces ella estaba muy ocupada y no podía salir conmigo, y a veces era ella quien me buscaba y yo estaba ocupado”, cuenta Luis Fernando, quien labora como artesano. Por su parte, Doriams es educadora y tutora de la Universidad Estatal a Distancia.
Las casualidades y los desencuentros hicieron que sus vidas se distanciaran y Luis Fernando terminó viviendo seis meses en Estados Unidos.
A su regreso, tras la muerte de su padre, empezó a crecer el interés del uno por el otro. Mas fue un quebranto de salud sufrido por Doriams allá por el 2006 el que propició que finalmente formalizaran la relación de pareja.
“Padecí toxoplasmosis y perdí la visión por ocho semanas. Necesitaba un lector que me leyera los trabajos de la UNED, y él se ofreció”, recuerda ella, sonriente.
La vida, un carnaval
“¿Usted baila?”, le preguntó a Doriams un señor mayor en el parque de Coronado. Corría el 2012 y aquel espacio público se había llenado con la música de la Orquesta de Lubín Barahona. La educadora acababa de comprometerse y en ese instante imaginó cómo sería una boda celebrada en un lugar libre de paredes y de códigos de vestimenta.
Juntos pasaron un año y ocho meses preparando cada detalle de su enlace matrimonial. Sin embargo, ni así pudieron evitar uno que otro contratiempo, como el que aquel sábado retrasaba a Luis Fernando para llegar a su boda civil: la volanta –que el futuro esposo había decorado– se quedó a medio camino cuando el caballo que la conducía sufrió un accidente.
Sofocado, el novio llegó 20 minutos después y, sin perder un segundo, se inició la ceremonia civil para, acto seguido, emprender el viaje hasta el peculiar escenario de su boda en el automóvil de la madrina, Delma Bolaños.
La pareja desfiló por el parque Morazán envuelta en las felicitaciones y la algarabía de curiosos de toda índole. Ninguno era un “paracaidista” pues todos estaban invitados... aunque algunos eran “más invitados que otros”: los amigos y familiares lucían en su pecho un cuadrito azul que llevaba inscrito los nombres de los novios.
“Cuando me dijo que se casaría aquí, la aplaudí. Si una persona se va a casar, ¿para qué se va a esconder?”, opinó el padre de Doriams, Edwin Marchena.
Así comenzó la celebración de un matrimonio que rompió convencionalismos: en vez del vals, los novios bailaron Extraños en el paraíso , del estadounidense Tony Bennet. El “baile del billete” no se efectúo, y algunas solteras se quedaron esperando el lanzamiento del ramo.
Las interpretaciones de la Orquesta de Lubín Barahona permitieron a los amantes del baile mostrar sus pasos de cumbia y pasodoble; también hubo quienes danzaron incansablemente con boleros de Benny Moré y con temas de Celia Cruz, como La vida es un carnaval.
Los novios no terminaban de maravillarse ante la respuesta de la gente: esperaban alrededor de 200 personas, y llegaron unas 300.
Ambos lucieron los dos anillos que llevaban en sus manos: en la derecha, los de boda, y en la izquierda, los de compromiso. Ella lo recibió en abril del 2012; él lo recibió después, cuando Doriams desafió la tradición entregándole un anillo al novio, al pie de la Virgen de los Ángeles un día de romería.