GERMANY-US-FILM-CRUISE-RUBICON US Actor Tom Cruise (L) his wife actress Katie Holmes and their daughter Suri visit the set of the film Rubicon (Formerly known as Valkyrie) in Berlin 08 September 2007. In the film, Cruise is starring as Count Claus Schenk von Stauffenberg, an aristocratic Nazi officer who mounted a failed plot to assassinate Adolf Hitler in 1944 as Germany was losing World War II. AFP PHOTO DDP/SEBASTIAN WILLNOW GERMANY OUT (SEBASTIAN WILLNOW)
Mi destino está en el número 6331 de Hollywood Boulevard. Allí, en un edificio de fachada antigua de 12 pisos –que, en décadas pasadas, albergó un banco–, está el L. Ron Hubbard Life Exhibition, un museo dedicado a la memoria del fundador de la cienciología, más conocida en el mundo como la religión de las estrellas del cine hollywoodense.
El propósito de mi recorrido es conocer la cara espiritual de Los Ángeles, y aquellos lugares donde los famosos (y los casi famosos) rezan, expían sus culpas y prometen convertirse en mejores personas. El sitio en cuestión es apenas el punto de partida.
El museo de Ron Hubbard está en Los Ángeles porque fue allí donde él, un escritor de novelas de ciencia ficción, fundó en 1954 la primera iglesia de la cienciología, religión dedicada “a encontrar la verdad y limpiar las heridas del alma a través de cursos de mejoramiento personal”, como dicen sus postulados básicos.
Ciencia ficción
La cienciología –que tiene entre sus fieles a los actores Tom Cruise , John Travolta, Will Smith, Lisa Marie Presley y el chileno Alberto Plaza– ha estado desde sus inicios envuelta en la polémica.
En Estados Unidos es considerada una religión y sus centros de reunión se llaman “iglesias”. Sin embargo, en Europa la cienciología ha sido investigada y enjuiciada varias veces. En Francia , de hecho, en febrero pasado, fue condenada por los cargos de “estafa en banda organizada”, y se obligó a la iglesia y al Celebrity Centre de ese país a pagar 600.000 euros por ser una estructura “destinada a desposeer de su fortuna a personas vulnerables”.
Por eso, no me extraña la primera frase que oigo al ver el video introductorio que me muestran apenas llego al museo: “Antes de formarte una opinión sobre nosotros, conoce la verdad”.
Viendo la cinta, me entero de que Hubbard no solo fue un escritor de ciencia ficción (muy exitoso, según el narrador): también de que aprendió a leer muy chico, que en su infancia fue elegido el mejor boy scout de Estados Unidos y que en su adolescencia recorrió todo el Oriente estudiando budismo.
Además fue aviador y marino, escribió más de 5.000 cómics , novelas y textos de todo tipo, fue guionista de series y compositor musical; también peleó en la Segunda Guerra Mundial, donde quedó malherido y ciego temporalmente.
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Sin embargo, relata el video, se curó gracias a un sistema que inventó él mismo: la dianética, un método para superar las experiencias traumáticas. Fue ahí cuando se entusiasmó y fundó la cienciología. Si Hubbard no es un dios para sus seguidores, al menos deben creerlo un superhéroe, pienso.
La siguiente sala del museo es una biblioteca que exhibe toda la obra escrita de Hubbard: libros para niños, para parejas, para empresarios, para estudiantes, para ser más productivos, para leer más rápido... También está la biblia de la cienciología, La dianética, una mole de 682 páginas que resume los principios de esa religión.
Quien guía mis pasos en todo este recorrido es Rainy, una chica de unos veintitantos años, rasgos orientales, melena imperturbable y uniforme color beige. Rainy está aquí para acompañar a los visitantes e introducirlos en las bases de la cienciología, y en su contrato (no lo leí, pero apostaría a esto), dejar de sonreír simplemente no parece estar permitido.
Rainy me cuenta que se vino desde Taiwán a Los Ángeles hace un año para trabajar en la organización. Se nota que está bien adiestrada: sin hablar una palabra de español (solo sabe que su nombre, Rainy, significa “lluviosa”), saca de los estantes un libro sobre comunicación escrito por Hubbard. La edición está en español, pero elige algunos pasajes y me cuenta, en inglés y de memoria, qué dice cada párrafo.
Intento sacarla de su esquema. Le comento que habla muy bien inglés para llevar tan poco tiempo en Estados Unidos. Rainy agradece el halago y saca otro libro de Hubbard, llamado El arte de estudiar .
–Aprendí gracias a este libro. Ideal para aquellos a los que no les gusta estudiar.
Luego me pregunta qué profesión tengo.
–Escribo historias para un periódico, le digo.
Rainy se ríe. Parece no entender bien todavía qué hago. Me muestra un libro de relaciones públicas, “porque uno no es nadie si no sabe venderse a sí mismo”, dice convencida.
–¿Te das cuenta? La cienciología piensa en todo eso. La cienciología es la religión del siglo XXI.
El ‘Kabbalah’
Luego de mi acercamiento a la cienciología, debo seguir mi camino, pienso en el Kabbalah , que se puso de moda en el 2003, después de que Madonna escribiera un libro para niños sobre el tema. Es mi próximo objetivo: una disciplina milenaria de la que hablan personalidades como Barbra Streisand, Demi Moore o Leonor Varela. Y Madonna , claro.
En Los Ángeles, los famosos se reúnen en el Kabbalah Centre, una antigua sinagoga en 1062 South Robertson Boulevard.
Allí los hombres que llegan a la celebración kabbalística están vestidos enteros de blanco. Y las mujeres, con vestidos o faldas tres cuartos, van bien peinadas y maquilladas. Mis jeans y tenis solo demuestran que no soy parte de la comunidad. En la recepción del centro, parece que me estuvieran esperando. Pronto se me acerca una joven mexicana residente en Estados Unidos, muy dispuesta a integrarme a la fiesta. En la antesala al salón central, hay solo mujeres. Adentro, en la celebración, únicamente hombres que repiten frases y gritos en medio de la música.
La mexicana se desilusiona cuando se da cuenta de que no soy una practicante y que solo he venido para conocer más sobre esta disciplina. Pronto se convence de que he venido a buscar a Madonna o a algún otro famoso. Me pide que vuelva el domingo, día dedicado a la difusión, donde abre la librería del Kabbalah Centre y uno, además de conocer el templo, puede también comprar libros sobre el tema.
Universo yoga
Continúo en mi recorrido, me muevo a un suburbio de Los Ángeles. En la cumbre de una colina llamada Mount Washington, está el monasterio de la Self Realization Fellowship, fundado en 1920 por el yogui hindú Paramahansa Yogananda, quien, dicen hoy sus seguidores, viajó de India a Estados Unidos para traer la riqueza espiritual de su pueblo a Occidente.
Yogananda ha tenido seguidores ilustres como Elvis Presley –quien tomó clases en la Self Realization Fellowship– y el escritor J.D. Salinger, quien hizo donaciones para preservar esta comunidad. El mismo Yogananda fue un personaje célebre hasta que murió, en 1952: ha sido reconocido como pionero en introducir el yoga en el mundo occidental y se hizo famoso como autor del libro Autobiografía de un yogui, lectura que muchos, desde políticos hasta celebridades, han reconocido como obligatoria en sus bibliotecas.
Llegar al Self Realization Fellowship no es fácil. Sobre todo porque, literalmente, hay que subir hasta la punta del cerro.
Sin saber qué tan empinada es la colina, intento hacer el recorrido a pie.
Una vez arriba, este lugar se siente como un viaje espiritual a Oriente, pero en Los Ángeles y con una vista privilegiada del downtown . En sus jardines, la gente “guitarrea” canciones espirituales. Dentro, en la casa central, el silencio es total: hombres, mujeres y niños parecen hipnotizadas por el influjo de la meditación.
Al llegar, me recibe un hombre alto, de unos cuarenta y tantos años. Un monje de nacionalidad argentina que se niega a darme su nombre, pero está dispuesto a revelar todos los secretos de este lugar, donde viven monjes y monjas dedicados a meditar para mejorar el mundo.
El monje me explica que esta es una comunidad abierta: que aquí se respetan la Biblia y el Bhagavad-guitá hindú. Que cada uno puede venir con el background religioso que quiera y que el fin último es aprender a meditar.
–¿Y qué es meditar?
“Lo que nosotros hacemos es enseñar a meditar para aprender a tener un contacto personal con Dios, cualquiera que sea esa imagen. Con el tiempo, uno aprende a no tener expectativas. Pero hay algo que nos alienta: todas las olas vienen del océano, y todas las olas van al océano. Todos venimos de Dios y vamos hacia Dios”, dice.