El complot para matar a monseñor Romero, y la impunidad de sus asesinos
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“Se escucha una explosión y el capitán Saravia se estremece. Da un pequeño brinco en la silla. Una corriente eléctrica recorre su cuerpo y se detiene en sus ojos, que ahora sí se abren completamente detrás de sus gafas nuevas y se humedecen. Me mira fijamente por un par de segundos. Respira profundamente.
–¿Ese es el disparo?
–Sí, capitán. Ese es el disparo”.
Con este texto cierra el periodista salvadoreño Carlos Dada el reportajeAsí matamos a monseñor Romero , en el que, tras una extensa investigación, logra entrevistar al paramilitar Ricardo Saravia, quien participó en el complot para matar a Romero.
En el texto se evidencia que Saravia vive atormentado, oculto y solo en un pueblo perdido, sufriendo un infierno.
La manera en que acabó su vida es una especia de pena natural, pues él nunca fue juzgado por el magnicidio, nadie lo fue.
La causa de la impunidad es que en El Salvador rige una Ley de Amnistía desde 1993 , que impide que los tiranos paguen por sus actos.
Esto, pese a que una investigación de la Comisión de la Verdad de las Naciones Unidas señaló a los responsables y pidió acciones en su contra. Como autor intelectual señaló a Roberto d'Auibuisson, fundador del partido Arena, y fallecido en 1992 a causa de un cáncer.
El Estado salvadoreño reconoció en el 2009 su responsabilidad en el magnicidio. El presidente de ese entonces, Mauricio Funes , pidió disculpas públicas por la ejecución de Romero cometida por un escuadrón de la muerte que actuó “bajo la cobertura, colaboración, aquiescencia o participación de agentes estatales”.
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