A los 8 años Flory Navarrete hablaba latín. A los 9, recibía clases de piano. Años después, en 1964, impartió clases de guitarra en el Colegio Madre del Divino Pastor, donde conformó una orquesta femenina; y en 1971, junto a sus cuatro hijos, creó un grupo musical que llamó El Clan de Mamá.
"La idea del Clan surgió cuando vi La novicia rebelde. Ese filme me inspiró muchísimo, y me respondió muchas inquietudes que sentía en ese momento".
Flory Navarrete es la hermana de Paco Navarrete, quien falleció en el 2006. Don Paco es un importante referente de la música costarricense; y entre los hermanos, fue quien recibió toda la atención mediática porque, como lo asegura su hermana, "él así lo quería. Pero yo, por mi parte, era más reservada. Sin embargo, desde pequeña la música es parte importante de mi vida".
Sin resentimientos, ni arrepentimientos, doña Flory cuenta que otra razón por la que se sumergió en el anonimato fue porque su marido, Manuel Jesús Jiménez Chavarría era un hombre "muy celoso".
En su casa, las paredes mantienen recuerdos de los viejos tiempos junto a sus hijos, rodeados casi siempre por instrumentos musicales. En yates, cerca de lagos, en embajadas, en fin, son miles de buenos tiempos adheridos por un solo clavo.
Para poder sentarme a conversar con doña Flory, tuvimos que buscar una fecha que le sirviera más a ella que a mí.
Por razones que luego me explicó en el sillón de su sala, mientras comíamos galletas que sobraron de la celebración de su cumpleaños, se mantiene más ocupada que la mayoría de personas de 81 años: da clases de piano, de guitarra y de canto de lunes a sábado, todas las tardes, desde 1989.
Además, El Clan de Mamá se mantiene activo con presentaciones todos los meses. Su vida, desde que la recuerda, tiene la música en tiempo presente.
La vena
"La música es una herencia de mi madre Sara y de mis tíos. Todo el mundo cree que es por Navarrete que sacamos el gusto por la música, pero no. Mi mamá era de la familia Ortiz de Cartago, y eran diez hermanos. Tocaban instrumentos de la época: guitarra, mandolina, y mamá tocaba el piano. Otra tía que no sabía tocar cuerdas, le daba a la batería".
La familia por parte de su madre era muy humilde. "Ollita de carne todos los días". Su abuelo trabajaba en el cuartel de Cartago, y un día se le prendió el foco: tuvo la voluntad suficiente para aprender inglés iluminándose con un diccionario y un bombillo de 60 watts. "Eso le valió para que el gobierno mandara a los diez hijos, a él y a su esposa a Estados Unidos, a Nueva York, donde estuvieron 10 años en Long Island".
Se fueron en barco, a través del Canal de Panamá. Esa fue la única vez que viajaron al país norteamericano. En la cubierta había un piano rodeado por millonarios excéntricos que pasarían ahí el año nuevo, así que le solicitaron al capitán que alguien tocara para ellos.
"Allí viajaba una famosa pianista que iba hacia Nueva York para tocar en el Carnegie Hall. Entonces le pidieron a ella que interpretara algo para la velada. Pero no pudo tocar porque tenía toda su música en un baúl en la bodega del barco".
Pero entonces Sara se acercó al piano. "Mamá era muy buena lectora de música, pero también tenía un gran oído. Así que mi tío agarró el violín, otro una mandolina, y otro una guitarra. Y ellos, una familia humilde de Cartago, le amenizaron el año nuevo a unos gringos millonarios.. Hicieron lo que no pudo hacer la pianista europea".
10 años después, cuando la familia regresó a Costa Rica, Arnoldo Ortiz, tío de Flory, conformó un cuadro —antes no se decía conjunto, sino cuadro —con un vecino, Luis Jiménez Aguilar, los dos con guitarras, y Sara, la madre, tocaba maracas y cantaba.
"Era un cuadro acústico, nada de parlantes. Fue el primer conjunto popular de Centroamérica, se llamó Siboney, por el gusto hacia la música cubana. Fue una gran inspiración, aprendieron solos. De oído".
La novicia
En 1971, un 16 de agosto, nació El Clan de Mamá, después de una ida al cine junto a su marido. "Fuimos a ver La novicia rebelde, y me enamoré. También pensé: 'si mis hijos andan tocando por un lado, y yo por otro, porque no nos unimos'. Eso fue lo que pasó".
Al principio no fue fácil. "Tuve que romper muchas barreras", cuenta doña Flory, quien en ese entonces tenía 35 años, y ya daba clases de guitarra y se presentaba en distintos lugares del país.
En ese momento, además de quebrar estereotipos, Flory tenía que hacerse cargo de distintos roles, que a pesar de que no le disgustaban, le quitaban cualquier oportunidad de descanso.
"Los hombres son dichosos porque se levantan, se bañan, se hacen la barba, desayunan y jalan para el trabajo. En cambio uno, que las camas, que la cocina, que la limpieza, que la lavadora, que la plancha, y no puedes salir hasta no cumplir con todas las obligaciones de la casa. A veces me daba hasta las tres de la mañana cocinando, o dejando un pírex con comida porque teníamos una presentación en la mañana en una boda o una misa".
Poco a poco se convirtieron en un conjunto reconocido y convocado. Según su creadora, en gran parte se debía al carisma y a la energía familiar.
"Visitábamos el Hogar Carlos María Ulloa desde que abrió porque las monjas eran alumnas mías. También viajé con el Clan al leprosario Las Mercedes, en Tirrases de Curridabat. Le pedía permiso al doctor para llevar a mis hijos donde los leprosos, y me decía: "Flory, la Biblia se encargó de que el leproso fuera otra cosa. Para que a uno se le pegue la lepra, hay que tener una herida, y que un leproso contamine la llaga’. Y yo pensaba, que esa cosa nadie la iba a hacer. Siempre tocamos ahí tranquilos. Esos leprosos, con la mitad de la cara tapada, con las andaderas, con las piernas forradas de gaza, bailaban".
El Clan se revitalizó en 1980, cuando Flory y Manuel cumplieron 25 años de casados. Para celebrar, su marido la invitó a viajar por Europa.
"En España nos montamos en un bus alfombrado, con calefacción, era de lujo. Nos fuimos de Madrid por la Cataluña francesa hasta París. Había que cruzar el Canal de la Mancha para llegar a Inglaterra, y después pasábamos a los países bajos. Recorrimos nueve países".
Cuando iban pasando por la frontera con Salzburgo, en Austria, el guía, un señor mayor, con las manos metidas en el abrigo, dijo: "en este momento vamos pasando por donde se filmó La novicia rebelde".
"A mí casi se me sale el corazón, porque esa era además la obra que estaba montando con un coro para ese año. La película, fijate que empieza con los ríos, y la novicia sale cantando por los campos su primera canción. Y eso todo lo iba viendo yo, me quería salir por la ventana. Era una emoción tan grande, sentí que el corazón se me iba a salir".
El clan, hoy
"El éxito es hacer bien el trabajo, con amor", asegura Flory. "Además, humildemente puedo decir que la gente me dice: 'es que usted le pone carisma, usted le pone sabor'. Muchos grupos terminan su concierto, y se van a una mesa y no hablan con nadie. Pero yo desde que empiezo a tocar, pido una lista de los que están cumpliendo años, y quién es el organizador, o quiénes son los hijos, o los papás, y me encanta saludar. Entonces la gente se siente parte del conjunto, se sienten integrados".
El Clan siempre ha tocado en vivo, "sin pistas". Sus integrantes originales, los hijos, Manuel Francisco, Marianela y Alfonso ya no son parte del grupo –excepto en algunas ocasiones especiales– porque cada quien ahora está más ocupado que durante su adolescencia. Jorge Arturo es el único hijo de la fundadora que sigue en la alineación, en la batería.
Ahora el bajista es el nicaragüense Miguel Soto, y en las congas está Luis Gustavo Matamoros. "Somos cuatro pero hacemos un bullón".
El caracol
Flory creció en un hogar religioso, ameno, pero sobretodo musical. Las tonadas que escuchó desde pequeña se transformaron en un eco que resuena dentro de ella, casi de forma involuntaria.
"Vivíamos frente al parque La Merced, en San José. Justo donde está ahora la parada de Alajuela, a un costado norte. Papá siempre tuvo una tienda cerca de la casa que se llamó Tienda y Sastrería Paco Navarrete. Papá le hacía los uniformes a todos los equipos: Alajuela, Saprissa, Heredia, Cartaginés,…".
Además, era el hombre encargado de los uniformes de todos los estudiantes a la redonda, y en ocasiones un poco más allá.
La empleada de Sara Ortiz de Navarrete, Adelaida Alvarado , o "Lalita", duró toda una vida en ese hogar, y además de las labores domésticas, estaba encargada de llevar a la pequeña Flory y a Paco al mercado; a la bendición del Santísimo; y al rosario de la tarde.
Pero estas dos últimas actividades fueron piezas clave para que doña Flory definiera su vocación. De pequeña ingresaba a un mundo mágico y tenebroso, uno con un olor particular a calle, orines y humedad.
"De 8 años me subía a la escalera de la iglesia La Merced. Subir esas escaleras en forma de caracol era como subir al castillo de Drácula. Oscurísimas y hediondas porque ahí los borrachos se metían a orinar".
Pero doña Flory no pasaba por tal experiencia sola. Junto a ella estaba Julio Fonseca, destacado compositor y pianista, y pilar en la composición musical de nuestro país. Además, era el maestro de ceremonias.
"Yo me paraba en la tarima y ponía la mano en el órgano para sostenerme, y un día me dice don Julio: 'Mijita usted va a ser pianista'. Me lo dijo y luego me miró los dedos, y me explicó que tenía las falanges delgados, y el nudillo grueso".
Luego, de la nada, llegó a su casa un piano que su padre, Francisco Navarrete Vargas le regaló. Esto Flory se lo atribuye a "una intervención divina". A partir de eso, comenzó a recibir clases.
"En ese entonces don Julio tenía como 100 años, y yo tan chiquita, de 8 años, que ninguno se oía cantando. Pero cantábamos en latín. No había micrófono ni nada en ese tiempo. Pero bueno, así empecé, muy temprano".
Los proyectos
Como su naturaleza se lo exige, doña Flory siempre se ha mantenido activa, sumergida en actividades culturales. Pero además, compartiendo todo lo que sabe sin ninguna cautela.
Cuando estaba joven, formó un grupo con las alumnas del Colegio Madre del Divido Pastor donde daba clases de guitarra. Se llamó Conjunto Femenino Madre del Divino Pastor. "Teníamos congas, maracas, acordeón, guitarras y armábamos la fiesta".
El conjunto tenía éxito, hasta que llegaron, una vez más, los hombres celosos.
"Tocábamos mucho hasta que las estudiantes empezaron a salir con pretextos: 'Ay es que mi novio se enoja', 'Ay es que mi novio no me deja'. Entonces tuve que disolver los conjuntos femeninos. Eso también me ayudó a formar el mío”.
Además, dio clases en el Colegio Lincoln en 1974, y luego trabajó en el Saint Anthony School, impartiendo cursos de música.
Su hermano, a quien recuerda con cariño y nostalgia, fue uno de sus más grandes apoyos en vida. A pesar de que compartieron el escenario pocas veces.
"Paco me apoyó mucho. Solo tocamos una vez en un Festival Transitarte. Primero nos presentamos cada uno con nuestro grupo, y luego nos unimos para cantar una de sus canciones".
— Doña Flory y ¿que otro proyecto tiene pendiente?
— Quiero grabar un disco del Clan. No tenemos. Porque no me quiero morir sin dejar un recuerdo.