La pluma de Eduardo Galeano se afiló por primera vez en los trazos de la caricatura política. A sus 14 años vendió su primera ilustración al semanario El Sol, publicación del Partido Socialista de Uruguay.
Su destacada carrera periodística entraría por ese portillo: con la pluma igual de filosa y sardónica, golpeando el papel siempre por la izquierda.
Galeano era un comunicador innato. Es decir, su prosa no la escribía con el afán de que fuera hermosa –aunque lo era– sino con la faena de quien quiere decir un pensamiento necesario y se esfuerza, además, por que se entienda en vernáculo.
"Escribo cuando me pica la mano", decía en una entrevista del 2013. "No obedezco ninguna orden, ni las de afuera ni las de adentro. No escribo por cumplir, sino cuando me pica la mano".
Mientras trabajaba como editor y periodista del semanario Marcha y el diario Época, a su mano la picó finalmente su vocación literaria.
En 1963 publicó su primera novela (Los días siguientes), y se imprimieron varios compilaciones de artículos y trabajos periodísticos de larga extensión hasta que en 1971 entregó su golpe de gracia, el ensayo sobre explotación política y económica del continente Las venas abiertas de América Latina.
Casi cuarenta años después, en el 2009, se convirtió en best seller cuando el presidente venezolano Hugo Chávez le regaló una copia al presidente de los Estados Unidos, Barack Obama.
En una de sus últimas apariciones públicas, en el 2014, Galeano admitió que "no sería capaz de leerlo de nuevo" y que cuando escribió el texto (a los 31 años) no tenía la formación necesaria para un juicio de política económica de esa envergadura.
Quizás sea parte del encanto del texto que los militantes de la izquierda latinoamericana convirtieron a Las venas.. en la Biblia de facto de su pensamiento, muy a pesar de que el uruguayo retomó la historia política del continente con más criterio y madurez en escritos como su trilogía Memoria del fuego (1982 - 1986) y Patas arriba: Escuela del mundo al revés (1998).
Al día de hoy cobra aún más gracia el hecho al considerar que en Costa Rica ser propietario de un ejemplar requiere el desembolso de ¢20.000. Pero bien lo reconoció Galeano más de una vez: "Yo escribo para quienes no pueden leerme. Los de abajo; los que esperan desde hace siglos en la cola de la historia no saben leer o no tienen con qué".
El uruguayo nunca se acomodó en los aplausos de sus congéneres intelectuales ni en las pugnas discursivas con aquellos que le contradecían. En su tiempo libre, el escritor se dedicaba a conversar con buen humor, al "delirio" filosófico y al sano vicio del fútbol.
De eso último también sacó provecho en su faceta literaria, aunque en menor medida. En su bibliografía dejó dos libros de análisis futbolístico: Su majestad el fútbol (1968) y el El fútbol a sol y sombra (1995).
Entregado a otros placeres seculares, el uruguayo se hizo popular por deambular con calma las calles de su ciudad natal, Montevideo y, dentro de ella, por ser cliente asiduo del Café Brasilero.
"Soy hijo de los cafés", contaba en su última entrevista con La Nación de Argentina. "Todo lo que sé se lo debo a ellos. Sobre todo el arte de narrar. Lo aprendí escuchando, en las mesas de los bares, a aquellos maravillosos narradores orales cuyos nombres ignoro, que contaban mentiras prodigiosas y las contaban de tan bella manera que todo lo que contaban volvía a ocurrir cada vez que ellos lo narraban".
Justo en las mesas de esos locales brotarían los apuntes que más tarde se convirtieron en sus libros y, también, los autógrafos que se hicieron famosos por estar siempre acompañados de una firma más íntima que su nombre: la caricatura de un chanchito con una flor –simbólicamente roja– apretada en su hocico.
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