Dos desgarradoras historias consternaron a los estadounidenses a finales del año pasado y principios de este. Son dramas similares que han causado terrible sufrimiento a dos familias que aún no terminan de entender cuán fina es la línea que divide la vida de la muerte.
Los padres de Jahi McMath, una chica de 13 años radicada en Oakland, California, han luchado para que se respete su voluntad de mantener a su hija conectada a un respirador. Entretanto, los padres y el marido de Marlise Muñoz, en Fort Worth, Texas, han pedido desesperadamente que se desconecte de la máquina a su amada hija y esposa.
Para unos y para otros, fue terrible enterarse de que un ser querido había sido declarado en muerte cerebral y, más duro todavía, tener que batallar en un hospital cuyos funcionarios desafiaron sus deseos con respecto al tratamiento.
Más allá de ambas tragedias, el tema abrió un nuevo capítulo en las discusiones sobre cómo se determina la muerte neurológica y quién tiene el derecho a decidir la manera en que se trata a tales pacientes.
“Estos casos son diferentes a aquellos que hemos conocido en el pasado”, como los de Karen Ann Quinlan, Nancy Cruzan o Terri Schiavo, comentó el Dr. Joseph J. Fins, director de la división de ética médica del Hospital Presbiteriano Weill Cornell de Nueva York. Y se explica:
“Aquellas pacientes podían respirar sin un ventilador. Estaban en estado vegetativo, no tenían muerte cerebral, y eso marca una diferencia total”.
Una persona a la que se le diagnostica muerte neurológica no puede respirar sola y está legalmente muerta en los 50 estados de la Unión Norteamericana. En Nueva York y Nueva Jersey se estipula que los hospitales deben considerar los puntos de vista religiosos o morales de cada familia a la hora de decidir cómo proceder. Si los parientes lo piden, pueden prolongar el suministro de oxígeno para que el corazón de una persona siga latiendo.
En todos los demás estados, incluyendo a California y Texas, los hospitales no tienen obligación de consultar a la familia la forma de poner fin a la atención médica.
Así, los médicos en el Hospital de Niños de Oakland declararon a Jahi con muerte cerebral el 9 de diciembre pasado. Ella presentó complicaciones tras una cirugía de amígdalas y perdió una gran cantidad de sangre. Por su parte, Muñoz, de 33 años, fue diagnosticada en el Hospital John Peter Smith en Fort Worth, adonde llegó con una embolia pulmonar cuando tenía 14 semanas de embarazo. El hospital arguye que una ley estatal les impide quitarle el respirador artificial porque eso dañaría al feto, que ahora se encuentra entre las semanas 22 y 23 de gestación.
Los dos casos son conmovedores debido a esa excentricidad biológica del cuerpo: pasada la crisis, el corazón de las pacientes seguía latiendo y, con ventilación, el órgano podría continuar haciéndolo durante días.
Pero con cuidados más intensos, puede durar meses o hasta períodos más largos pese a la muerte cerebral. Todo dependerá de la salud del paciente y del grado de atención médica que se le dé.
Dicha ventilación salvó al feto en el caso Muñoz, explicó el doctor R. Phillips Heine, director de medicina materna y fetal en la facultad de Medicina de la Universidad de Duke. La disminución en el flujo de sangre al feto cuando la madre colapsó –se cree que pasó inconsciente cerca de una hora antes de recibir atención médica– “puede tener efectos adversos con el paso del tiempo, pero no tenemos forma de predecir eso”, dijo Heine.
“La forma en que he descrito este estado es que una parte del organismo todavía está viva, pero el organismo como un todo –el ser humano– ya no existe”, razonó el doctor James L. Bernat, profesor de Neurociencia en la facultad de Medicina de Dartmouth.
Diagnosticar un cerebro como “muerto” se hace revisando la función del área más primitiva: el bulbo raquídeo. Este es el taco de tejido neuronal ubicado en la base donde la médula espinal entra al cráneo y es el administrador de planta del cuerpo; sustenta sistemas como el tono muscular, el equilibrio metabólico y la ventilación.
Verificar que esté funcionando requiere pericia, porque la gente con lesiones cerebrales severas a menudo es insensible y aparenta muerte cerebral cuando no la tiene.
Un estado de coma, por ejemplo, es un estado de insensibilidad durante el que a veces se da la recuperación del bulbo raquídeo y otras áreas. Por lo general, los pacientes salen de un estado de coma en un lapso de entre dos y tres semanas luego de sufrir la lesión. Si no hay mejoría, es posible que el paciente entre en un estado vegetativo, lo cual significa que el bulbo raquídeo está funcionando pero las áreas superiores del cerebro se hallan cerradas.
A esto se le llama un estado mínimamente consciente: la persona responde ocasionalmente, pero no de manera predecible.
Para determinar la muerte cerebral se necesitan cuatro elementos. Primero, el médico debe descartar otras explicaciones posibles para un estado de insensibilidad, como la anestesia, el coma diabético o la hipotermia. También se determina cuál fue la lesión causante, por ejemplo, un golpe en la cabeza o una gran pérdida de sangre.
Los médicos proceden luego a revisar si están funcionando los llamados nervios craneales (uno que va al ojo y activa el parpadeo; otro en la garganta que causa el reflejo de las arcadas, y un tercero en el oído interno que permite a los ojos enfocarse en un objeto cuando la cabeza está en movimiento). Cada uno de estos engrana el bulbo raquídeo. Si al tocar la córnea de una persona con un aplicador no se produce parpadeo, o si el roce de la parte interna de la garganta no desata el deseo de vomitar, significa que el bulbo raquídeo está fuera de acción.
El último paso se llama prueba de apnea. Para llevarla a cabo, los médicos permiten que el nivel de dióxido de carbono aumente lentamente en la sangre del paciente, y, una vez que la concentración alcanza cierto umbral, cualquiera que tenga un cerebro que está funcionando parcialmente resollará para respirar.
Esta es la prueba decisiva para saber si hay muerte neurológica. Tarda unos 20 minutos, durante los cuales los médicos no pueden salir de la sala ni por un momento.
“En cuanto el paciente trata de respirar, uno aborta la prueba y sabe que no hay muerte cerebral”, precisa Bernat.
La elección del momento exacto para hacer estas pruebas –algunos médicos las hacen todas de una vez, mientras que otros prefierem practicarlas por separado con algunas horas de intervalo– varía de un hospital a otro. Pero lo cierto es que no fallan. Lo usual es que las personas a las que se diagnostica muerte neurólogica no vuelven.
Con excepción de Nueva York y Nueva Jersey, se estima que el “soporte vital” es superfluo si no hay vida que sustentar.
Por eso ha sido tan dramático el caso de Jahi McMath, cuyos padres tienen la esperanza de que su hija se va a recuperar y piden que no se le desconecte.
En el caso de Muñoz, es todo lo contrario: la familia pide proceder con la desconexión argumentando que, difícilmente, “la madre querría ser madre en estas circunstancias”.
Hasta el jueves, al cierre de esta edición, tanto Jahi como Marlise seguían conectadas a sus respectivas máquinas, al tiempo que dos familias sin paz velaban su imperturbable sueño.
Nota de actualización: Después de cerrada nuestra edición impresa, trascendió que un juez de Texas ordenó, el viernes 24 de enero, que el hospital donde yacía Marlise Muñoz debía remover su soporte vital. Luego, el domingo 27, a las 11:30 a. m., Muñoz fue desconectada, según dieron a conocer sus abogados, pocas horas después de que personeros del hospital John Peter Smith anunciaran que harían caso a la orden del juez.