Lo más bonito de viajar sola es eso: viajar sola. No se comparte cama, ni comida, ni agua caliente, ni hay que debatir por aire condicionado o aire de ventana. Siempre que exista la oportunidad de migrar a lo lejos, se migra.
Porque en este país lo lejos no es mala noticia. Es esencial: agua, sol, árboles, frío y calor. Todo lo que rodea nuestra capital es medular.
Los viajes en pareja tienen el potencial de ser catastróficos. Ella quiere sol de mediodía, él sombra de gypsum ; ella quiere apagar la televisión, él no, y así.
Por eso es que viajar con pocas maletas y sin atrasos es importante. O yo lo prefiero así.
Era miércoles. La instrucción, de acuerdo con la serie de reportajes turísticos que se están publicando en estas semanas en convenio con el ICT era puntual: “La temática del paseo es romance. Todas las actividades se harán en función a una pareja”.
“Pero hay que madrugar para ver bastantes aves”, nos advirtió Arroyo, porque ya son las 9: 00 a. m. y es posible que la mayoría de animales estén escondidos.
Pero al menos aún se conserva el arte de caminar y observar, y eso hicimos.
En una caminata de más o menos 45 minutos, pudimos comprender las diferencias entre el bosque tropical húmedo, el primario y el secundario.
Caminamos por un sendero que nos obligaba a detenernos cada dos pasos para escuchar a Arroyo explicarnos la importancia de no matar hormigas: “mantienen con vida a ese árbol”.
“Desde el origen de los tiempos, las mujeres eran las recolectoras. Mientras el hombre cazaba, ellas debían escarbar entre la maleza buscando semillas, y eran ágiles y cuidadosas. De ellas es que nace la agricultura y también, ese arte de recolectar con tanta rapidez”. Y concluye: “Las mujeres son seres muy superiores”.
Finalizamos la caminata con la piel húmeda y el corazón lleno, porque, de verdad, caminar entre el bosque es sagrado.
La segunda parada exigía un estómago resistente. Almorzamos en Rainforest Adventures, en Jacó. Pasta, arroz, frijoles, pollo, ensalada y de postre: canopy.
Le pregunté a nuestros instructores Camilo y Roy si no se aburrían de ver y hacer lo mismo todos los días. Ambos coincidieron en la respuesta.
— El bosque nunca es igual.
Una vez en tierra firme, los guías me explicaron las probabilidades que tenía de quedarme sin un dedo o de caer al vacío: “Una en un millón de billones”.
Entonces, lo único que había que hacer era dejarse ir. Abrir los ojos, ver muy arriba, toparse con aves, ver hacia abajo, seguir volando.
El recorrido fue de 10 cables y luego fuimos a un mariposario que alberga cientos de vidas en capullos y larvas.
Para deshacernos de la adrenalina, nos hospedamos en el Hotel Pumilio, donde dormimos en camas altas y caminamos por un río para conocer unas cataratas.
El camino era de piedras grandes y agua fresca. Pasamos encima de puentes, nos topamos con niños, un camión de huevos nos saludó: “Huevos, huevos, ¡hola!”.
De todos los hoteles de la zona, este se diferencia por la comida: no tiene un restaurante, sino muchos. Ahí se puede ordenar comida de un menú que ellos crearon en conjunto con restaurantes en Jacó, lo que hace que la oferta de comida sea gigante.
Además, los cuartos tienen la cocina afuera, lo que cambia completamente la dinámica. Se almuerza viendo árboles, lluvia, tucanes y el cielo.
Con solo pocas horas en el hotel, fue fácil sentir comodidad, propiedad del espacio, como en casa.
Para finalizar el viaje, pasamos el segundo día en el Hotel Villa Caletas.