En el corazón del Instituto para las Artes de Detroit (IAD) se exhibe una historia condensada de la ciudad en cuatro grandes paredes. Detroit Industry es un conjunto de cuatro murales pintados entre 1932 y 1933 por el artista mexicano Diego Rivera; el célebre pintor los consideraba el pináculo de su obra. Mas pronto, parte de la colección del IAD podría dejar de pertenecerle a Detroit y subastarse, pues la ciudad anda en busca de efectivo.
Detroit es conocida como Motown, por su sobrenombre de Motor City o Motor Town. En esta ciudad de Michigan, al norte de los Estados Unidos, ardían los hornos de la Ford Motor Company, en la llamada fábrica de River Rouge, y de múltiples fabricantes de autos. Era el núcleo de una industria que, desde los años 20, generó prosperidad y un persistente crecimiento urbano.
El corazón de Detroit se fraguó en plantas de automotores: eran su orgullo y su contribución al poderío norteamericano justo cuando se cimentaba en el mundo.
Hoy queda muy poco de las glorias pasadas. Detroit está en bancarrota: debe $18.500 millones, y es probable que nunca se paguen $11.000 millones, por tratarse de deudas no aseguradas (con juntas de pensiones y sindicatos, por ejemplo).
Ello significa que, por cada habitante de la ciudad, se deben $25.000. Es la segunda ciudad grande con mayor índice de criminalidad en el país. En los años 50, llegó a tener 1,8 millones de habitantes; hoy, si acaso llegan a 700.000, pues la mayoría ha huido a los suburbios, aislados y más seguros.
El motor de Detroit se quedó sin energía y empiezan a surgir las medidas desesperadas. Una de las últimas ha sido pagarle $200.000 a la agencia internacional de subastas Christie’s para que avalúe la colección de arte del IAD, considerada como una de las cinco mejores del país. Es una selección de arte europeo que incluye obras de Vincent van Gogh, Henri Matisse, Pieter Brueghel y Rembrand van Rijn. Hasta 3.500 obras serían estudiadas para la venta, y se venderían aquellas que pertenezcan enteramente a la ciudad y no a otros propietarios legales.
La mayoría de las obras fueron compradas en la década de 1920, cuando el flujo de dinero era constante y masivo en la ciudad. Era una prueba de orgullo adquirir creaciones de los maestros europeos. Según el diario Detroit Free Press , tan solo 40 de las obras más importantes que conserva el museo alcanzarían un precio de $2.500 millones. Entre ellas, la celebración de la fuerza del trabajador que constituyen los cuatro murales de Rivera.
Mirada al abismo
¿Cómo llega una ciudad a la bancarrota? En realidad, no se trata de un fenómeno reciente para Detroit. Según el autor Kevin Boyle en el artículo The Ruins of Detroit: Exploring the Urban Crisis in the Motor City (2001), “Motown se encuentra en las garras de una crisis que empezó hace 50 años”. Según han descrito Boyle y otros analistas desde 1970, la polarización racial de la ciudad ha provocado una tensión irresoluble que terminó por impactar su economía.
El pico de esa animosidad entre blancos y negros ocurrió en julio de 1967. Los oficiales policiales llegaron a allanar un bar clandestino en la calle 12. Había 82 jóvenes negros que celebraban el retorno de Vietnam de dos vecinos y la Policía los arrestó a todos. Para cuando salieron y se preparaban a transportar a las decenas de detenidos a la estación, una multitud se había conformado afuera. Eran años de gran intensidad en la batalla por los derechos civiles: el punto de quiebre en la historia de los afroamericanos. No se tolerarían más injusticias ni ofensas, de las cuales la mayor era la pobreza estructural y la discriminación racial. Solo se necesitaba una chispa.
El saldo de los disturbios fue de 43 muertos, más de 1.100 heridos y 2.000 edificios saqueados o destruidos. Se realizaron cerca de 7.200 arrestos. Entonces empezó la estampida de los residentes blancos –los más adinerados–, la huida de los turistas y la pérdida progresiva de la inversión. La frágil tensión posterior fue interrumpida cuando el primer alcalde negro de la ciudad llegó al poder. Coleman Young gobernó durante 20 difíciles años.
Con las sucesivas crisis mundiales del petróleo y el desplazamiento de la producción industrial a países al sur del ecuador, Detroit debía renovarse, pero durante la administración de Young, antiguo militante sindical, poco se hizo para restañar las heridas de la opresión blanca. Más bien, se optó por el populismo, al tiempo que las empresas buscaban cómo evitar las responsabilidades fiscales crecientes. “Su reinado (de Young) cimentó la polarización del área metropolitana entre el supergueto del centro de Detroit y los adinerados suburbios, una hostilidad que todavía bloquea colaboraciones que podrían beneficiar a todas las partes”, describe el autor Will Boisvert .
Los habitantes de los suburbios, más afluentes que los del centro, no pagan impuestos locales, ni envían a sus hijos a las escuelas públicas, ni compran en los negocios del centro. Según el censo estadounidense, el 83% de los habitantes del centro es afroamericano; en el condado vecino de Oakland, el 77% es blanco. La exclusión formal se acabó; la económica hace estallar la tensión 50 años más tarde.
Pequeñas alegrías
En los 90 brotaron tenues esperanzas: el resurgimiento de Ford, General Motors y Chrysler; así como los resultados de la inversión en educación para la juventud negra. Se abrieron tres casinos para el turismo, se invirtió en la renovación urbana y, poco a poco, la ciudad parecía recuperarse.
Sin embargo, nada puede contra la corrupción. En marzo de este año, el exalcalde Kwame Kilpatrick fue condenado por 24 cargos, entre ellos, crimen organizado y sobornos. El presidente del concejo municipal desapareció: huyó de la ciudad tras acusaciones de corrupción. La tercera parte del concejo, de todos modos, está vacía.
En el 2012, se contrató al consultor Kevyn Orr para que negociara una salida de la crisis, como había hecho para Chrysler. Orr se reunió con acreedores, sindicatos y juntas de pensiones y les ofreció $2.000 millones, de los $11.000 millones adeudados. No se aceptó el trato.
La realidad del desmantelamiento urbano de Detroit se vive en la calle. Más bien, no se vive: allí no hay mucho movimiento. Como escribió Will Boisvert en BookForum , “Detroit se ha convertido en el epicentro del género fotográfico posindustrial del ruin porn (pornografía de las ruinas)”. Las cámaras capturan la serena belleza del paso del tiempo en las capas de polvo que cubren los almacenes olvidados. Según el escritor, abundan los edificios abandonados, las tiendas decaídas, las bellezas art déco en decadencia y las aceras perforadas por el pasto.
Aún así, la esperanza del resurgimiento existe, aunque tímidamente. Analistas como John Cassidy se han preguntado si los trámites de bancarrota eran necesarios o si se trata de una maniobra política. “La ciudad ha visto desarrollos positivos recientemente, incluyendo un renacimiento de la industria automovilística, la ‘gentrificación’ [aburguesamiento] de algunos vecindarios y un influjo de capital de firmas de bienes raíces que aprovechan propiedades comerciales baratas”, escribe Cassidy para The New Yorker.
En 1932, Edsel Ford (hijo de Henry) y William Valentine, el director del IAD, querían una serie de imágenes que representaran el poderío de Detroit. Dieron a Diego Rivera libertad para crear en sus jardines, y el mexicano dio vida a una especie de fantasía marxista. La clase trabajadora impulsa el progreso económico con fuerza y salud; los capitalistas pasan su conocimiento a nuevas generaciones e invierten en el progreso; hay oportunidad y espacio para todas las razas.
Han pasado 80 años desde su conclusión. En aquel entonces, muchos habitantes de Detroit quisieron destruir los murales, censurándolos por sus simbolismos políticos. Un comunista no debía hablar de la fortuna de su ciudad. Nunca llegó el comunismo a Detroit, a pesar de la preponderancia de los sindicatos y la beligerancia política radical. Ahora es Christie’s quien visita la ciudad, firma que valorará si valdría la pena vender las joyas de la familia para recuperar una ínfima parte de la riqueza que los hijos de Detroit dilapidaron. Desde la ventana que Matisse pintó, los maestros europeos contemplan, mudos, al futuro juego de subastas que podría darles un hogar lejos de Motown.