207 medallas. Ese número supera en más de un centenar la cosecha conseguida cuatro años antes, en Grecia. Es, además, tierra fértil para un futuro prometedor: ¿hasta dónde podrá el país llegar en los próximos cuatro años?
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Cuando uno escribe sobre representaciones patrias, sobre gestas heroicas en nombre de un país, a veces toca cuestionarse cosas. Algo en la línea de: ¿lo haría yo? ¿Me sacrificaría yo por mi país? Porque la cuestión es esta: escribir sobre gestas heroicas deportivas pone algo de manifiesto, algo que podría resultar obvio pero que, por ello mismo, muchas veces pasa desapercibido: triunfar en el deporte es triunfar en el largo y doloroso proceso previo de entrenamiento, de madrugar, de pasar interminables horas en el gimnasio, repitiendo hasta lograr la perfección.
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La primera jornada de las Olimpiadas Especiales marcó la pauta que seguiría la representación nacional durante la semana de competiciones.
Apenas despuntaban los juegos cuando ya Costa Rica se había hecho merecedor de cinco medallas. Un arranque soñado, a la altura de Cayasso contra Escocia: una épica memorable, de estampa, de portada de diario.
Bryan Alvarado fue el primer costarricense en aportar metal a la causa patria. Lo consiguió en triatlón masculino y aquí es donde la cosa se pone más interesante aún.
Antes del 2015, la comisión de Olimpiadas Especiales no avalaba el triatlón. Sin embargo, esa decisión se revirtió y a mediados de este año, el deporte que combina la natación, el ciclismo y la carrera a pie debutó en los Juegos Mundiales de Los Ángeles, con un formato que consiste en 750 metros de nado en el mar, 20 kilómetros sobre dos ruedas y 5 kilómetros más de carrera.
Todo ello, gracias a la insistencia de un pequeño país centroamericano que vio la oportunidad de preparar atletas en esta disciplina.
La iniciativa tuvo grandes resultados. Un total de seis medallas –una de oro, dos de plata, tres de bronce– se sumaron al gran total de Costa Rica gracias al triatlón.
Además de las medallas de Alvarado, se sumó un podio completo en el triatlón femenino, conseguido por Amanda Cernas, Ana Rodríguez y Joseline Barahona, quienes se dejaron, en el orden correspondiente, oro, plata y bronce. Barrida nacional.
Falta todavía sumar la medalla de oro que consiguió Héiner Monge en los 25 metros dorso.
Durante los siguientes días, Costa Rica sumaría muchos más triunfos. El pequeño país centroamericano se dedicaría, desde el principio hasta el final de los Juegos Mundiales, a dejar asombrados a los otros 170 países que compitieron, y a los más de 7.000 deportistas inscritos.
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Una semana después de que los atletas bajaran del avión, de vuelta en suelo tico, se reunieron una vez más. Esta vez no fue en un estadio, una piscina o un gimnasio; ni siquiera en una terminal aérea.
Las puertas de Casa Presidencial se abrieron ante ellos, como correspondía. Como lo merecían.
"Ustedes son un ejemplo para nosotros. Nos recordaron que, con esfuerzo, disciplina y entrega, es posible alcanzar grandes logros", les dijo el presidente de la República, don Luis Guillermo Solís.
Su discurso estuvo poblado, sobre todo, por felicitaciones e instancias a la promoción de la práctica deportiva, resaltando de ellos el esfuerzo y la determinación demostrada en Los Ángeles.
"Costa Rica les agradece. Son una inspiración y un recordatorio de que, como sociedad, podemos alcanzar grandes cosas", finalizó el mandatario.
Los discursos políticos suelen ser así, sobre todo cuando se les lee en frío: son muchas palabras que dicen poco. Parece insuficiente, en todo caso, comparado al trabajo realizado por los atletas.
No que a los muchachos les importara mucho en ese momento: entre sonrisas, aprovecharon la oportunidad para tomarse fotografías con el presidente.
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Basta realizar una búsqueda rápida en el sitio web del periódico La Nación para topar de frente con lo evidente: Olimpiadas especiales tuvieron un arranque soñado para Costa Rica; Olimpiadas especiales mantiene una enorme cosecha de medallas en los juegos mundiales; Tico gana medalla de oro en judo; Equipo de fútbol 5 de Costa Rica pasa a la final; Ticos recogen una cosecha de oro en la gimnasia artística.
Uno tras otro se suceden los titulares noticiosos que documentaron la gesta realizada por la delegación nacional en los Juegos Mundiales de las Olimpiadas Especiales.
Con contundencia, con rotundidad. Para que no quede ni atisbo de duda: lo que los muchachos lograron fue algo grande, más grande que ellos mismos, más grande –sin duda– que la atención que se les brindó entonces o se les brinda ahora.
La gesta olímpica de Los Ángeles 2015 es del tamaño del Coliseo de esa ciudad estadounidense, por cuya pista de atletismo desfilaron, el pasado 25 de julio, los 216 atletas que representaron a Costa Rica.
Soplaba el viento cálido de una tarde veraniega de la costa oeste; les despeinaba el pelo, les movía la tela del uniforme, pero el ímpetu permaneció intacto. Siempre. Desde el día 1 de actividad deportiva hasta el 4 de agosto, cuando una comitiva organizada por Olimpiadas Especiales Costa Rica los acompañó desde el Aeropuerto Internacional Juan Santamaría, en Alajuela, hasta La Sabana.
Allí, ese martes inolvidable, les recibieron con un emotivo homenaje. En los campos anexos al Estadio Nacional, sobre una tarima y entre destellos de luces coloridas, las bandas Entrelíneas, Percance, Ojo de Buey, Akasha y –la ahora desaparecida– Florian Droids les brindaron una serenata como sentido agradecimiento, mínimo homenaje del país entero a ellos, todos, cada uno, héroe de su propia batalla, parte de un ejército deportivo que decidió luchar, sin obligación alguna, de puro gusto, por una bandera con cinco franjas horizontales y tres colores.
"Nos sentimos orgullosos", dijo entonces Carlos Valverde, presidente de Olimpiadas Especiales Costa Rica. "Lo más importante de esto es el gran apoyo que hemos tenido por parte de todo el país".
Agregó después: "Fueron seis meses de esfuerzo, de sacrificio. No solo por las 207 medallas, sino por lo que hubo antes de las medallas. Ellos demostraron, en Los Ángeles, mucha cultura, capacidad y talento".
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Muchísimas veces a lo largo de mi vida me he cuestionado el concepto de patria. A veces se me hace difícil pensar que uno le debe algo a un pedazo de tierra o un concepto –como la nacionalidad– solo por la mera casualidad de que uno haya estado en ese pedazo de tierra cuando su madre parió, o solo porque le haya correspondido desarrollar su vida bajo esa nacionalidad.
A veces olvido que la patria es mucho más que eso y, sin duda, mucho más grande que un individuo.
Leer, escribir y hacer lo propio por sentir en la piel el empeño y la gesta labrada por los atletas que representaron a Costa Rica durante las Olimpiadas Especiales tiene ese efecto en uno: pone las cosas en perspectiva, hace que uno se pregunte cosas: ¿pelearía yo por el escudo estampado en la cubierta de mi pasaporte? ¿Me sacrificaría yo por la bandera tricolor pintada en la esquina superior derecha de mi cédula?
Pienso entonces en las palabras de Carlos Valverde aquel glorioso martes, cuando los muchachos pusieron pie en suelo criollo, tras –no hay forma más sincera de decirlo– romperla en Los Ángeles, tras darlo todo en Los Ángeles. Orgulloso, dijo, orgulloso pero de mucho más que de las medallas: orgulloso del esfuerzo.
No mintió Valverde.
Los títulos, las medallas, las preseas rara vez demuestran algo más allá de lo superficial.
El verdadero triunfo se esconde debajo de ellas, en el sacrificio diario y la disciplina.
Esa es la verdadera gesta de los más de doscientos atletas que representaron a un país, a una bandera, a una patria, durante las Olimpiadas Especiales del 2015.