A veces siento que me falta tanto por aprender sobre el amor. Cuando veo a mis papás, que acaban de cumplir 40 años de casados, me pregunto si amor es cuando papi busca en el supermercado la gelatina en lámina que mami usa para que le crezcan las uñas, o si es cuando mami se las ingenia para esconder el regalo que le compró a él: una parrilla asadora enorme y pesadísima. ¿Amor es saber esconder las sorpresas?
Supongo que amor también es eso que ellos hacen de escaparse a celebrar el aniversario a la playa, de mandarse flores, de saber cuál es el punto exacto de cocción de la yema de huevo que hace feliz al otro, o con cuántos paquetitos de Splenda endulzan el café.
Una de las pocas cosas que sé del amor es que durante el primer mes se sienten las famosas mariposas en la panza y que luego las emociones se transforman constantemente. Mis primeras mariposas aparecieron en el kínder con Hansel, un niño de pelo largo y rizado que me ponía a suspirar. Le escribí una carta de amor que mi papá se encontró escondida en una taza; se enojó muchísimo porque en ese tiempo papi era bravo.
Entonces fue cuando mi papá se dio cuenta de que a mí siempre me iban a gustar los muchachos medio hippies y desaliñados. Pobre, cómo sufrió. Ahora creo que ese sufrimiento también era una forma de amor porque a veces los hippies y desaliñados rompen el corazón.
Mami, por su parte, siempre ha sido más alcahueta con mis ilusiones amorosas. Recuerdo que cuando mi primer novio me terminó, ella lloraba conmigo por las noches. Creo que mi ruptura fue más dura para ella que para mí. Al mes yo tenía un novio nuevo; mami, en cambio, sabía que más temprano que tarde me iban a volver a romper el corazón y que nuevamente le tocaría trasnochar a mi lado.
Por supuesto que está el amor de las abuelas y de ese sí que sé. Sé cuál es el ingrediente secreto para que el queque quede esponjoso, sé que las matas solo crecen si se les habla, y sé que después de cierta edad las nietas nos conmovemos fácil: basta con que nos regalen la figura del niñito Dios para que nos cuide por las noches o una manualidad que hicieron en el centro diurno. Debe de ser que para mí abuelas y amor significan lo mismo.
El amor de las amigas es algo que descubrí recientemente. Creo que haber estado en una escuela donde solo asistían mujeres me deformó de alguna manera. Ahí todas competían por ser la líder o la más bonita. Yo, que nunca llegué a ser ni la una ni la otra, creí que la amistad entre mujeres era imposible. Entonces, me pasé a un colegio mixto e hice de los hombres mis mejores amigos.
Fue en la universidad cuando conocí a Eunice y me enseñó que las mujeres no necesariamente tenemos que competir, que juntas logramos mejores resultados. Desde entonces Eu y yo somos un gran equipo, y aprendí que el amor entre amigas existe.
Con el tiempo también he aprendido otra forma de amor: el que una se tiene a sí misma. Debe ser al menos lo suficiente para que ya no duela tanto cuando los hippies o desaliñados se vayan con otra. También lo suficiente para comer más vegetales, hacer más ejercicio o dedicarme a leer lo que me gusta.
En cuanto a las relaciones de pareja, sigo sabiendo muy poco. Sé que no son perfectas. Sé que dos años después de haber empezado una relación, las cosas se ven y se sienten diferentes. Uno sigue con la persona por decisión, por cariño, pero no necesariamente porque alguna mariposa revolotee en el estómago (al menos no como el primer mes).
Lo sé porque recién cumplí dos años con mi novio. Es quizá mi relación más estable y, por mucho, la más madura (y eso que yo de madurez sé muchísimo menos que de amor). Como broma, él dice que estos dos años se le han hecho eternos; yo, como broma, le jalo las orejas. Luego nos reímos. ¿Amor es reírse al mismo tiempo?
Pero sobre todo sé que amor es disfrutar al acostarnos juntos, él viendo el Rally Dakar, yo leyendo el libro de Lucia Berlin. Justo en esos momentos de paz y compañía es cuando siento que cada vez sé un poquito más de amor y sueño con llegar a tener un sentimiento tan sólido como el que han construido mis papás.