A la 5 a. m. ya tiene hora y media de estar despierto. A esa hora ya llegó a la bodega del mercado Borbón, de donde saca la carreta que jalará ida y vuelta hasta San Pedro de Montes de Oca en las siguientes horas. A las 5 a. m. empieza su recorrido, el de la rutina religiosa, el de siempre, el que efectúa desde hace tres décadas.
Francisco William Rojas Monge no cuenta los pasos que le toma hacer la ruta, tampoco se detiene a calcular distancias cuando, por algún motivo especial, se le alarga el camino.
Da igual cuánto dure, da igual por cuántas horas tenga que jalar la carreta, siempre y cuando se le venda algo de lo que ahí lleva.
El hombre de bigote, pelo engominado, piel curtida y 64 años de edad, tiene casi la mitad de su vida dedicándose a un oficio que no deja de encantarle: recoger periódicos, papel en todas sus variedades, electrodomésticos viejos, ropa sin usar y cualquier cosaco que a alguien se le ocurra donarle.
La ruta que cubre no se le hace larga y parece que tampoco lo cansa, o al menos da la impresión de que su sobreesfuerzo para ignorar sus dolores resulta efectivo.
Con la mente procura evadir la molestia que le provoca su pie derecho desgastado, el que le dijeron que no se puede operar. De igual forma, evita pensar en la lesión que le dejó el golpe producto de ser atropellado por un taxi cerca del Registro, hace una década.
Le duele el pie, le duele el hombro, pero ahí va Francisco, “Paco”, “Gatillo” o “Huesillos”, como le dicen los compas del mercado.
Él se coloca donde iría el yugo, pero a falta de bueyes, son sus hombros los que sostienen la barra delantera y sus manos las que empujan el vehículo que le regaló el hijo de un doctor. Es la tercera carreta que usa. La primera se la robaron y la segunda… la segunda también.
El sonido del óxido de las ruedas no es tan preocupante como el resquebrajamiento cada vez más pronunciado en los círculos metálicos que suman buenos kilómetros de asfalto recorrido.
El kilometraje se acumula desde que sale del mercado, para luego tomar la quinta avenida, pasando frente a la escuela metálica, el INS, luego por la parte trasera de la antigua Fanal, llegando a la esquina noreste del Tribunal Supremo de Elecciones, atravesando el Parque Nacional y recorriendo toda la California, que lo llevará hasta Los Yoses. Recorrerá entonces la avenida Segunda, bordeará la Rotonda de la Hispanidad y se desviará hacia el Cementerio de San Pedro, hasta arribar a barrio Roosevelt, donde finalmente desayunará. Así, siempre.
Antes de comenzar a recolectar los chunches del día por el barrio que más le da, don Francisco será beneficiario del desayuno que, por costumbre y amabilidad, le da el propietario de una casa de dos plantas.
Recibe gustoso lo que le ofrezcan; todavía no olvida la mañana en la que le dieron camarones. “Qué buenos estaban”, dice. Sin embargo, su comida favorita está muy clara: arroz con frijoles y ensalada. “ No soy muy exigente para esas cosas”.
“Lo que gano hoy, es lo que me como hoy”, explica el hombre que se casó con Alicia Salazar hace 38 años y vive en Garabito de León XIII.
El trabajo le alcanza para el arroz, los frijoles y –de vez en cuando– para llevar pollo frito. Todo lo compra al volver al Borbón, donde también vende la gran parte de lo que le hayan donado más temprano.
Subsistencia
Su ingreso económico depende de cuántos kilos de periódico pueda vender. En el mercado le dan ¢100 por cada uno. Si lo vende en la bodega de banano donde guarda la carreta (el espacio por el que paga ¢4.000 semanales), le dan ¢20 por cada kilo.
Su mejor cliente era un señor que le compraba los diarios para envolver papayas. Hace un año que no llama. Ahora son otros comerciantes de mercado a quienes el papel les sirve para madurar frutas y legumbres.
No solo de periódico vive el hombre. También le dan libros. Si están buenos, le saca ¢500 a cada uno. Otros (la minoría) se los lee, como el mexicano Fútbol de oro , o las revistas TV y Novelas y Selecciones , pero casi siempre van directo al puesto de venta itinerante, es decir, su carretillo.
Los periódicos cada vez son menos, según sus cálculos, esto es por “la computación”, porque la gente encuentra las noticias en medios digitales. Eso a él no le sirve de nada. En cambio, las noticias positivas vienen cuando a sus manos llegan buenos productos, como pares de tenis, cafeteras, perfumes o carteras.
¿Cómo se le ocurrió que pasearse con una carreta era buen negocio? La idea la tomó de un señor que vivía con su abuela cuando él estaba pequeño y estudiaba en la escuela Carolina Dent Alvarado, en Desamparados, donde sacó hasta el tercer grado.
“Cuando estaba carajillo, yo andaba con un señor que hacía esto. Le decíamos ‘Giles’. Él me pagaba cinco pesos por día y con esos mismos cinco pesos le ayudaba a mi mamá”.
Aquel hombre hacía el recorrido hacia La Sabana. A don Francisco un día nada más se le ocurrió que emprender camino hasta San Pedro no era mala idea.
Tenía razón; solo ha conocido a otros tres caballeros que hacen un trabajo como el de él, pero en otras rutas. Es decir, no tiene competencia.
Le da igual si llueve, ni capa lleva, no le gusta. La “doña” lo regaña porque vuelve con “tos de perro”, pero al día siguiente sale como si nada, porque no le gusta perderse un día de trabajo.
Para eso debe acostarse a las 7:30 p. m., porque a las 5 a. m. –antes de que salga el sol–, ya salió don Francisco con su carreta.