Santos, Brasil. Regresar a Santos es como volver a casa. Ya son tantos días y noches en esta ciudad paulista que así se siente.
Las idas a cada sede de los partidos de la Sele son agotadoras. Física y emocionalmente. Lo primero, por los largos traslados en este enorme país, y lo segundo, por lo que pasó en cada uno de los juegos.
Así que Santos termina siendo un refugio de tranquilidad, por lo menos por unos días hasta el siguiente viaje. Ese donde la pila se recarga con mucha más rapidez y eficiencia. Es como pegar el teléfono al enchufe de la pared en lugar de a la computadora. ¿Se entiende?
Ya hasta la almohada y la cama del hotel están empezando a dar el sentimiento de la de Moravia.
Además, quién sabe si es algo muy del tico, pero uno tiene la sensación de que ya le tomó la medida.
Ya se saben los atajos, por dónde caminar, por dónde no; dónde hay policías, dónde hay indigentes. Se conocen los restaurantes más o menos baratos y los que son bien buenos, pero caros. ¡Hasta la gente del “barrio” está bien identificada!
Claudio es el revistero de la esquina. Claudinho. Siempre está con Nené, el ídolo porque jugó en Santos. Debe haber hecho dinero porque no parece que trabaje.
Adriana es la de la lavandería. Incluso, saluda por el nombre: “Oi Deividi, ¿tudo bom? ”
Nelson es el taxista que siempre parquea en la misma zona.
A ninguno de ellos se le escapa felicitar por el torneo que está dando la Tricolor y desear que ojalá lleguemos a la final. ¿Adivinen con quién? Obvio.
Definitivamente, este lugar se convirtió en la casa tica en Brasil. No es solo donde está el campamento de la Sele . Quizás ese siempre fue el objetivo.