Recife, Brasil. El reloj del partido entre Brasil y Chile decía 119 minutos. Ya se terminaba el tiempo extra y se acercaban unos penales que podrían haber puesto de cabeza todo el Mundial.
Mientras, los miembros de medios de comunicación presentes en el estadio Arena Pernambuco de Recife se dirigían, casi resignados, a la sala de conferencias adonde ya estaba a punto de hablar Jorge Luis Pinto.
Definitivamente, era el momento más emocionante del partido, puede que de la Copa. El que nadie se quiere perder. Quizás hasta estaba vigente la posibilidad de que todo se metiera en cajas y adiós al torneo, tal y como contó un colega argentino, Sergio Levinsky, que sucedió en 1990.
“Faltaba todavía la final y el día que Argentina eliminó a Italia (el anfitrión) empezaron a desarmar hasta el centro de prensa”.
Pero no, el cumplimiento de los horarios en actividades de FIFA no es ninguna broma, 3:30 p. m. es 3:30 p.m.. Nada de que siempre se atrasa un poquito...
Entonces, hubo que ir a escuchar a un seriesísimo timonel tico, porque siempre el día antes de los partidos parece estar enojado, al tiempo que podía estar dándose la noticia del torneo en otro lado.
Pinto hablaba sobre el respeto por Grecia, pero distraían demasiado los brasileños, quienes se volvían a ver nerviosos en búsqueda de información. Cómico y estresante a la vez, puesto que era como cuando en el colegio el que se sentaba al lado copiaba. Que uno pensaba: “ya, ya lo agarran”.
Se supo que empezaron porque se escucharon los primeros gritos afuera. Pero no se sabía si era uno anotado por los brasileños o errado por Chile.
Seguramente eran los voluntarios pegados a un televisor. Sin duda, era el instante para meterse a la cancha y reventar una pelota, ya que la seguridad desapareció.
Hasta que alguno más atrevido, sin importar un posible regaño, puso el partido en la computadora. Hubo que ver de reojo.