Los nombres de la Selección Nacional no variaron mucho desde que el técnico Jorge Luis Pinto asumió en setiembre del 2011.
De hecho, de los 20 jugadores que más usó el cafetero en su gestión, diez participaron en su debut en el banquillo, el cual fue en un amistoso ante Brasil, en octubre de ese año. Ellos son Keylor Navas, Michael Umaña, Bryan Oviedo, Roy Miller, Junior Díaz, José Miguel Cubero, Michael Barrantes, Christian Bolaños, Álvaro Saborío y Joel Campbell.
Pero cuatro jugadores más aparecieron en los dos compromisos que siguieron, ante Panamá y España, en noviembre: José Salvatierra, Bryan Ruiz, Randall Brenes y Johnny Acosta. Y dos más ya estaban en el equipo para diciembre, luego de actuar ante Cuba y Venezuela: Giancarlo González y Yeltsin Tejeda.
Así, cualquiera se da cuenta que la planilla prácticamente estaba armada desde que llegó el cafetero. Todos sabían quién debía estar. Tanto el timonel, como la afición y seguramente hasta los mismos jugadores.
Lo que pasa es que aunque había nómina, no había equipo. La Tricolor tuvo un par de buenos partidos, como el mencionado ante los ibéricos, pero en términos generales, no había colectividad, no había ruta clara de fútbol, no había unión, no habían líderes.
Sin embargo, aquí es donde el tiempo de trabajo, el cual en territorio costarricense pocas veces se respeta, tiene su efecto.
Pinto pudo empezar a construir y aunque por ratos le llovieron críticas desde la prensa y abucheos desde la grada, hubo paciencia desde los escritorios. Una decisión acertada, al fin.
Parecía que el estratega sobreutilizaba la palabra “mirar” , pero si se analizan las convocatorias realmente la base siempre estuvo ahí, juntándose, entendiéndose. Los nuevos eran pocos y la mayoría no pasaron el filtro.
Resultados. Hubo que esperar bastante, casi año y medio para ver resultados. Pero de pronto, la Tricolor empezó hacer sólida en defensa, rápida en el mediocampo y resolutiva en ataque. Siempre progresando cada vez más, hasta encontrar sus pináculos ante Estados Unidos y México en el Estadio Nacional.
Esto sucedió primero porque se llenaron los mínimos vacíos que habían con los pocos jugadores que pasaron el filtro.
En el 2012, solo se colaron Patrick Pemberton, Celso Borges y Christian Gamboa y en este 2013, menos nombres lo lograron.
Si acaso el joven Diego Calvo (aunque este todavía no entra en la estadística de más minutos en la era Pinto) y Ariel Rodríguez.
Segundo, porque el equipo se unió. A base de golpes, pero se unió. Le sucedió algo demasiado humano, algo fiel a los más básicos conceptos sociológicos: en momentos de crisis; de sufrimiento; de dolor se crean los lazos.
En el proceso hubo muchos, como por ejemplo estar ante la pared apenas en la cuadrangular y el día de la nevada en Estados Unidos.