Lionel Messi volvió a vestirse de salvador y llevó a una gris Argentina a los octavos de final, en una Copa del Mundo que sigue sin ver a la mejor Albiceleste .
Igual que ante Bosnia y Herzegovina una semana atrás, solo el pequeño astro argentino logró sacar del estupor a un combinado que llegó al minuto 90 con la condena casi firmada de un desastroso empate ante la esforzada Irán.
El “10” encontró en el primer minuto de la reposición la oportunidad que tanto buscó durante todo el compromiso. Se llevó el balón por el sector derecho del terreno, enganchó a la izquierda y luego de un par de pasos depositó toda la ilusión de un país en un zurdazo de esos suyos, un remate demasiado bien posicionado incluso para el hasta entonces imbatible portero Alireza Haghighi.
Fue una anotación que le cambió la cara al abarrotado estadio Mineirão, un recinto que palpitaba la tensión de miles de argentinos que no podían creer lo poco que estaban haciendo sus ídolos en el terreno de juego.
Más dudas. Ni Messi, ni Sergio Agüero, ni Gonzalo Higuaín ni Ángel di María... Ninguna de las grandes luminarias que Argentina llevó a Brasil cumplieron con la promesa de mejoría que el también sufrido triunfo ante Bosnia (2-1) había dejado días atrás.
Por el contrario, el equipo de Alejandro Sabella volvió a ser una maraña de dudas, un combinado escaso en propuesta que sigue pareciendo demasiado aferrado a sus nombres y muy desapegado de las bondades del conjunto.
Ni el abandono a la línea de cinco que Sabella había planteado en el estreno logró hacer de los suramericanos el equipo ofensivo que el Mundial esperaba. Fue igual de timorato, igual de sorprendente para un combinado del que se esperaba tanto y ha dado tan poco.
En eso también tuvo culpa Javier Mascherano, incapaz de contener el mediocampo argentino o de llevar la transición junto a un Fernando Gago, los dos demasiado lejos de pasar el examen iraní.
Más bien fueron los asiáticos, el más modesto de los integrantes del grupo F, los que vinieron de menos a más para soñar con dar una sorpresa más en esta accidentada cita que hasta ahora ha sido Brasil.
Si el Kun, Marco Rojo o Ezequiel Garay pensaron que sus aproximaciones en la inicial alcanzarían para impresionar se equivocaron, porque los dirigidos por el portugués Carlos Queiroz anunciaron al término de la primera parte que no solo saben defender.
Jala Hosseini tanteó al 43’ la vulnerabilidad de la zaga argentina. Fue un reconocimiento algo tardío, pero finalmente necesario para llamar a la carga.
Para cuando Sergio Romero repelió a una mano el remate de Reza Ghoochannejad al 52’ ya a Argentina solo le queda él, la gran figura de un partido que muy a pesar recordará más a Messi.
Fue él, el guardameta del Mónaco francés, quien sostuvo entero el bastión albiceleste, ahora sí apedreado por un rival que se dio cuenta que al frente no tenía a la Argentina de los cuentos y la historia.
Al 67’ le quitó a Ashkan Dejagah la más clara del juego con un estironazo que apenas alcanzó a rozar un balón que iba a portería. Fue la segunda desilusión para el 21 iraní, que 10 minutos antes fue derribado en el área por Pablo Zabaleta en un falta que solo el central no vio.
Después llegó Messi y su zurda, la receta de esta gris Argentina que ya está en octavos.