La nobleza del fútbol, obliga: en su hora de mayor victoria, Jorge Luis Pinto no dedicó ni una palabra a quienes dudaron de su trabajo.
No fue para “ningunearlos”, no; el hombre estaba muy ocupado en la contentera de festejar la clasificación al Mundial , la gran meta que buscó desde 1984, cuando se sentó por primera vez en un banquillo como director técnico.
Aquella noche del 10 de setiembre del 2013, en Kingstpon, Jamaica, el hombre que tiene fama de firme, lloró. Pasa cuando se logra un sueño, y un sueño futbolero le afloja las reservas al más pintado.
“El fútbol es mi vida, mi pasión, mi profesión y mi distracción”, se lee en la página oficial del estratega oriundo de Santander, Colombia y de 61 años.
Muchos pueden contar descripciones como la del anterior –el mundo del fútbol está repleto de seres similares–; pero con Pinto cada una de esas palabras es cierta..., y van un poco más.
Devoto de la táctica y de la disciplina , insiste en que lo que el resto del mundo ve como terquedad, para él es convencimiento en lo que hace. Estudioso como pocos, es un obsesivo detallista: en cuestiones de fútbol, el azar y él no se llevan.
Esa firmeza le obliga a tomar decisiones que pueden ser impopulares a los ojos de la gradería
Pinto es desde hace años un habitual de los Mundiales : su afán de estudio lo ha hecho viajar a esas citas para ver, analizar, aprender.
Formado académicamente en Brasil y Alemania, la Copa del Mundo de este año representa la culminación de una vida de trabajo. A la tercera fue la vencida.
“He luchado toda mi vida por ir a un Mundial, y hoy lo he logrado, es la lucha de toda mi vida, he sido un hombre honesto, trabajador...
“Más que una felicidad, es la respuesta a mi trabajo, al esfuerzo a la dedicación, a los códigos del fútbol”. Palabra de Pinto.