Cali, Colombia
En ese mundo secreto que ha confinado en su mente durante tantos años, seguro, ya junta varias noches de desvelo.
Lo que soñaba pasmoso, ha dejado de ser un cuento de hadas. Con sus habituales ansias de sediento, seguro, estará buceando en las repeticiones de las ruidosas victorias contra Uruguay e Italia, y la igualdad frente a la también campeona mundial, Inglaterra; gravitado entre el regocijo y la búsqueda del defecto para no flaquear contra los griegos.
Ha sido la rutina del santandereano desde 1984, cuando debutó como entrenador profesional en el balompié colombiano dirigiendo a Millonarios.
O quizás, desde 1979, cuando ejerció como preparador físico de la Selección Colombia que era dirigida por el macedonio Blagoje Vidinic.
Pinto descansa trabajando. Simboliza el esfuerzo sin desmayo, un visionario.
“Cuando estaba en sexto de bachillerato, mis compañeros estudiaban química, física y matemáticas, y yo ya leía libros de fútbol, y les decía, ‘cuando yo esté grande voy a dirigir a Millonarios’”.
Sus comienzos. Nació en San Gil, Santander, un 16 de diciembre de 1952. Es el segundo de ocho hermanos (cuatro mujeres).
Pinto no había aterrizado en la pubertad y ya tenía resuelto su temperamento. “En el examen final, previo a la graduación de bachiller, las niñas del colegio, entre las que estaba mi entonces novia, le sacaron las respuestas al rector, pero mi padre, que era el presidente de la asociación de padres de familia me dijo, ‘usted me llega a la casa con ese diploma lleno de trampas y se lo rompo en la cara”.
Se graduó del colegio Guanentá, en su municipio natal y obtuvo el título en licenciatura en educación física y deportes con énfasis en fútbol, en la Universidad Pedagógica Nacional.
Y moldeó su estilo como director técnico. “Gabriel Ochoa dirigía a Millonarios desde la tribuna y yo duré casi una año ubicándome detrás de él, sin que lo supiera, para mirar qué órdenes le enviaba a Jaime Arroyabe, quien estaba en el banco”.
Su primer título fue con el Alianza Lima peruano. Antes, había dirigido a Santa Fe, Cali y Unión Magdalena.
Ya era identificado como un personaje controvertido. “Una vez, cuando dirigía al Magdalena, un árbitro me buscó para que le diera plata, pero le dije que no. Fue una época muy compleja. El narcotráfico puso a algunos ganadores ficticios en el fútbol colombiano. Tengo grabado a árbitros que decían que se reunían en el Parador Rojo, cerca de Tuluá, semanalmente, para manejar las cosas, precisa.
Días felices. Su primer y único título en Colombia, en el 2006 con el Cúcuta, lo impulsó a la dirección técnica de la Selección. El jueves 14 de diciembre de ese mismo año fue nombrado como seleccionador nacional.
“Ha sido uno de los momentos más hermosos de mi vida”, dice.
Pero también guarda otros irrepetibles instantes: “El día que nacieron mis hijos y el día que llegué a la Sportiva de Futeboll en São Paulo (Brasil) para hacer mi especialización. Besé la tierra de la felicidad, como también, cuando me gané la beca para estudiar en Colonia (Alemania)”.
Luego de 21 meses, fue cesado como entrenador de Colombia. Tras una breve pausa, retornó al Cúcuta, y luego dirigió a El Nacional ecuatoriano y celebró dos títulos con el Táchira venezolano.
En el 2011 fue contratado por el Junior, pero dimitió poco después para asumir la dirección técnica de la Selección de Costa Rica, con la que ya había logrado la Copa Centroamericana, y país en el que se había coronado bicampeón con Alajuelense.
Hoy, luego de lograr con los ticos el primer lugar en el “grupo de la muerte” y la clasificación a los octavos del Mundial, el polémico hombre de 61 años, ha logrado encontrar un ligero sueño y, seguro, ha vuelto a soñar, porque siempre sus sueños se han hecho realidad.
“En Cúcuta soñaba dando la vuelta olímpica y mirando a la gente gritar campeones. También visualizaba estar dirigiendo en un Mundial. Envidiaba a los técnicos cuando estaban sentados en un banco allí”, comentó el técnico santandereano.