Sao Paulo. AFP. La mayor fiesta del fútbol planetario arrancó ayer en Brasil precedida por una colorida inauguración en el estadio Arena Corinthians de Sao Paulo, cerca de donde la policía dispersó con gases y balas de goma a manifestantes.
Danza, celebración y canto dentro del flamante estadio; gases, periodistas heridos y corridas en las afueras, donde la realidad es otra.
Los 61.000 espectadores entusiastas acompañaron la canción del Mundial, We are one , que interpretaron juntos la superestrella estadounidense Jennifer López, Pitbull y la brasileña Claudia Leitte, integrando una coreografía en la que participaron 600 bailarines.
Horas antes el clima era totalmente opuesto: en medio de protestas antiMundial grupos de manifestantes fueron dispersadas con gases y balas de goma.
Como ocurrió hace un año durante la Copa Confederaciones, los manifestantes repudiaban los excesivos gastos en las obras del Mundial, estimados en $11.000 millones, y exigieron redirigir los fondos hacia la salud y la educación.
Un centenar de manifestantes, muchos de ellos del colectivo anarquista Black Bloc, vestidos de negro y con el rostro cubierto, rompieron carteles de señalización, semáforos y montaron barricadas en llamas en una céntrica avenida.
Cinco periodistas resultaron heridos en esa manifestación y otra más pequeña que tuvo lugar cerca de allí más temprano, según el portal de noticias G1 de Globo: dos de CNN, uno de la agencia AP, uno de la televisión francesa y uno de la televisión brasileña SBT.
En un mensaje a las 32 selecciones nacionales que disputan la Copa, el papa Francisco, un apasionado del fútbol, manifestó tener esperanza en que “además de la fiesta del deporte, esta Copa del Mundo se transforme en una fiesta de la solidaridad entre pueblos”.
La organización de la Copa representa un enorme desafío para Brasil, que al adjudicársela, hace siete años, pretendía asentar su estatus de potencia emergente y al mismo tiempo espantar de una vez por todas el fantasma del Maracanazo que sufrió en 1950 tras la inédita derrota en la final ante Uruguay.
Pero los atrasos crónicos en las obras, los sobrecostos y promesas incumplidas de infraestructura de transporte han transformado el Mundial en un plato agridulce que promete llegar hasta el final.